Estimados,
Los medios escritos y electrónicos en las últimas semanas abundan en informaciones acerca de ajustes de cuentas entre judíos y palestinos. Se habla de veinte, cincuenta, cien muertos; otra vez se sugiere la desproporción entre palestinos que luchan por un ideal justo y judíos salvajes que reprimen a mansalva y sin compasión.
Palestinos con cuchillos se lanzan contra mujeres, hombres y niños; son atentados individuales, sorpresivos, tal vez escasamente planificados, que provocan el miedo y el terror entre la población.
Ocurrió una, dos, diez veces; lo que parecía al principio el acto alienado de un loquito, ahora se presenta como una alternativa más de esta prolongada guerra.
¿Cuál es nuestra respuesta? Sencillamente defendernos. Lo que haría cualquier pueblo en idénticas circunstancias. Mayor vigilancia en las poblaciones y respuestas inmediatas y efectivas de carácter represivo contra los terroristas.
Las noticias ganan la calle e inmediatamente hay reclamos contra la policía por tirar a matar. Las denuncias no quedan en el aire, se investigan, se inicia un expediente, se convoca a testigos.
Del lado palestino se llevan a cabo manifestaciones públicas de solidaridad con los apuñaladores, considerados héroes y mártires.
El discurso de la mayoría de los líderes de la comunidad internacional suena más o menos así: «A los terroristas les podemos permitir que cometan atrocidades, porque para eso son terroristas, pero a Israel no, porque es un Estado». El razonamiento tiene un sustento de verdad. El Estado hebreo responde por sus acciones militares, la propia población se lo exige; existen además instituciones que ponen límites, que controlan a nuestras fuerzas.
El futuro inmediato dirá si asistimos a una tercera Intifada o si todo se reduce a episodios protagonizados por personajes desesperados y solitarios. ¿Muy solitarios? La idea del «lobo solitario», que por cuenta propia se lanza contra sus víctimas, no termina de ser convincente.
Se sospecha con ciertos fundamentos, que estos ataques se alientan desde algún lugar. En todos los casos, queda claro que no es normal que adolescentes y jóvenes practiquen simultáneamente y por si solos el oficio de terroristas suicidas con cuchillos y puñales.
Conociendo los antecedentes, hay motivos para suponer que existe una preparación previa: mezquitas donde se estimula el sacrificio, líderes religiosos que prometen el paraíso. Después, es muy probable que la decisión acerca del momento o el lugar del atentado sea individual, pero el protagonista es producto o consecuencia de un proceso ideológico-educativo mucho más complejo.
Eso sí: nos vemos ante un conflicto doloroso, aunque relativamente minúsculo. No más de cien muertos en diferentes episodios, pero la exposición mediática global, como de costumbre, es la que está fuera de cualquier proporción.
En Siria, los muertos superan los 200.000 civiles - más de 13.000 niños - y los refugiados suman millones, pero en estas semanas Israel tiene más centímetros y minutos de difusión.
Es más, en sólo tres años en Siria murieron cinco veces más personas que en 70 años de guerra entre Israel y los palestinos. Las masacres perpetradas por la familia Assad contra palestinos nunca alcanzaron la resonancia de los episodios protagonizados por Israel. Silencio absoluto. Los únicos palestinos muertos en la prensa son los que mata el Estado judío. Si las masacres las perpetran sirios, jordanos, libaneses, o si deciden aniquilarse entre ellos, nadie en el mundo mueve un dedo.
Algo parecido sucede en la ONU. Las condenas a Israel son rutina. En los últimos tiempos, la organización emitió contra nosotros tres veces más condenas que contra las masacres y atropellos a los derechos humanos cometidos en Siria, Sudán, Libia, Corea del Norte, Irán, Egipto, Irak, Nigeria, Yemen y Arabia Saudita juntos (!).
En Israel, esto se sabe desde hace años, pero en las actuales circunstancias lo sucedido adquiere tono de caricatura o chiste malo. El mundo ya no ignora, no puede ignorar, lo que sucede en Oriente Medio: masacres periódicas, decapitaciones de prisioneros, persecución a otras religiones, destrucción de patrimonios culturales de la humanidad y la tragedia de los refugiados. Sin embargo, un puñado de acuchilladores palestinos en Israel todavía gana la primera plana en los medios.
El tema merece estudiarse. No es que entre Israel y los palestinos no haya un serio conflicto y que éste sea vivido por sus habitantes como una tragedia, sino que comparado con las masacres masivas en otras partes cercanas, lo sucedido aquí es casi un episodio fugaz.
Tomando como referencia a Siria, sumando la guerra en Afganistán, las carnicerías perpetradas por el Estado Islámico, el terrorismo en Pakistán, las luchas tribales en Libia, debería quedar claro, de una buena vez, que Israel no es el principal responsable de la violencia en Oriente Medio.
¿Cómo es eso? Sencillo. Siempre se dijo y se repitió que los pueblos árabes no podían soportar la humillación que representaba la existencia de Israel y la represión del pueblo palestino, incluso se llegó a afirmar que si Israel no existiera, Oriente Medio sería un paraíso.
Pues bien, la pedagogía de los hechos demuestra que los problemas en la región son de otra naturaleza y que los judíos no somos la causa principal de ellos ni mucho menos. Regímenes de opresión y explotación a cargo de jeques multimillonarios, clérigos criminales y fanáticos, monarquías absolutas y dictaduras militares dan cuenta de complicados problemas en los cuales Israel tiene poco y nada que ver.
Quiero creer que alguna vez las clases dirigentes árabes, sus intelectuales, sacerdotes y políticos aceptarán que el problema de sus sociedades está adentro y que ya no sirve colocar los espantapájaros del sionismo, el imperialismo yanqui o el Imperio del Mal para victimizarse o eludir la verdadera naturaleza de sus crisis.
De hecho, cientos de miles de refugiados que huyen desesperados hacia Europa, arriesgando sus vidas en el trayecto, son una muestra más que viva de que ya lo están admitiendo.
¡Buena Semana!