Estimados,
Estos tiempos parecen ser de disparar primero, antes de dialogar. A trece años de la famosa «Guerra contra el terrorismo», ideada por el ex presidente Bush junior, vivimos el apogeo del terrorismo en varias vertientes, multiplicado, fortalecido, y más aún, con el mayor flujo efectivo de su historia.
París fue sacudida con una ola de atentados que conmocionaron al mundo. Más de un centenar de muertos, producto de siete ataques que se produjeron en distintos puntos de la ciudad.
En el Estadio Parc des Princes hubieron dos estallidos durante el partido amistoso que disputaban Francia y Alemania. El mismo presidente François Hollande se encontraba en la platea y fue evacuado de emergencia.
El mismo mandatario declaró el estado de emergencia, cerró las fronteras de todo el territorio nacional. Hollande marcó la línea oficial: responder sin piedad contra los terroristas.
El Fiscal General de la República habló de cinco terroristas neutralizados mientras que algunos medios locales se referían a «varios terroristas más fugados».
Todo es un caos en París. Sí. El peor atentado terrorista en la historia de Francia. A partir de ahora, nada será igual.
¿Qué diablos pasó? Lo que primero se asoma es la aparente coordinación de los atentados. Siete ataques casi simultáneos que permitieron convertir a la capital francesa en un escenario de desconcierto e histeria es todo un desafío. No cualquier grupo terrorista puede organizar algo así.
Todo apunta al Estado Islámico. Sólo ellos son capaces de armar este grado de planificación, coordinación, comunicación, secreto y sorpresa. ¿Por qué es tan complejo?
Según el Ministerio de Exteriores galo, las agencias de Inteligencia y Seguridad francesas estaban desmontando un intento de atentado terrorista diario, y la amenaza yihadista estaba a la orden del día, teniendo a Francia como el país occidental más asediado.
Hace falta algo más que imaginación para entender lo que significa, en ese contexto, burlar a los servicios de seguridad y cometer siete atentados juntos. Se les colaron hasta en la cocina.
El segundo punto es la dificultad de la detección de los yihadistas locales.
No son iraquíes, libaneses, yemenitas, argelinos, sirios, iraníes o de ningún otro país. Son franceses.
Aún de origen extranjero, nacieron en territorio francés y viven en Francia. Su casa es París o cualquier otra ciudad o suburbio. Tienen pasaporte francés. Pero son yihadistas. Están comprometidos hasta las glándulas más sensibles con la Guerra Santa del islam.
Se van de París a Turquía o a otros destinos y de ahí a Siria o a Irak, se preparan en campamentos del Estado Islámico y vuelven a Francia entrenados en artes militares, manejo de armas, explosivos, llenos de odio y... con pasaporte francés; es decir, por debajo de los radares galos.
Son ellos los que conducen ataques, participant en multitudinarias ejecuciones de niños y dejan escurrir su odio por las redes sociales. Esta problemática afecta en general a todo Oriente Medio, Europa y Estados Unidos. ¿No es acaso uno de los más prominentes líderes del Estado islámico... ciudadano británico?
«Sin piedad contra los terroristas», proclamó Hollande. Una declaración compleja en un país en donde residen seis millones de musulmanes.
Seis millones de personas que viven pacíficamente, que en su mayoría aman a Francia, que profesan la religión musulmana y que muy probablemente padecerán la sicosis que suele confundir su condición religiosa u origen, con la yihad de una salvaje y muy peligrosa minoría.
Y como contexto, todo ello en medio de una crisis humanitarian de refugiados en Europa, que principalmente son desplazados de la guerra siria. Vaya paradoja. La reacción del Estado Islámico por la implicación francesa en Siria, en medio de la ola de refugiados... de Siria.
¿No son demasiadas casualidades?
La violencia es el recurso del incompetente, señaló Asimov. No el último ni el primero. Es el único.
París volvió a arder. Solidaridad absoluta con Francia.
¡Buena Semana!