Estimados,
Con ironía y mucha precisión, el filósofo judío francés Bernard-Henri Lévy sostiene que la democracia es un sistema en el cual algunos partidos pierden las elecciones sin que eso provoque una catástrofe política y social.
Según esa visión, no es suficiente que las personas voten y que un partido resulte triunfador ya que, como es sabido, el mundo está lleno de dictaduras gobernadas por sujetos que ganan comicios una y otra vez. Lo decisivo es que el partido gobernante pueda ser derrotado y que esa derrota no signifique el fin del mundo.
Una verdad así de simple en Israel llega a ser incómoda cuando algunos gobernantes, elegidos democráticamente, se convencen de que lo suyo es único e insustituible. En definitiva, que pueden hacer lo que se les da la gana con el poder.
Por lo tanto, un cambio de gobierno para ellos deja de ser la expresión de la alternancia tan propia de la democracia y pasa a convertirse en un asunto de vida o muerte.
El cambio de un primer ministro por otro en la conducción del ejecutivo aparece como una amenaza de enormes dimensiones. Se trata de una verdadera desgracia, y para evitarla, entonces, se deben utilizar todos los medios disponibles, lícitos o ilícitos, porque ya no se trata de «política» sino de «guerra».
Ese es el concepto que predomina en el Estado judío desde el segundo mandato de Netanyahu (2009) hasta ahora.
«La izquierda se olvidó lo que significa ser judío», le «susurró» Bibi al geriátrico rabino Kaduri, que no entendía lo que estaba sucediendo. «Ellos abandonaron los valores y quieren devolver todo a los árabes», agregó verificando que los micrófonos grababan sus palabras.
«Los árabes están yendo a votar en masa. Asociaciones de izquierda los llevan en autobuses hasta las urnas», reclamó Netanyahu en su página de Facebook con una mirada intencional que pretendía hacer cundir el pánico en la población.
Más allá de las diferencias de concepciones, el elemento de Bibi es el trazado de una profunda línea divisoria entre quienes apoyan su política y quienes discrepan con ella.
La polarización de la sociedad israelí no es el resultado de la aplicación de tales o cuales medidas, sino una condición básica para llevar adelante el proyecto Netanyahu. Era necesario instaurar un juego de buenos contra malos, de todo o nada, de Bibi o Buyi, de Bibi o Tzipi, de amigos y enemigos para que eso funcionara.
Pero, como decía Gandhi, siempre aparece un momento en la historia en el cual se hace evidente el agotamiento del «más de lo mismo» y la gente llega al punto de saturación con el juego polarizador al comprobar que la receta utilizada una y otra vez, ya no funciona.
Si Bibi no puede prever que en algún momento sucederá algo tan elemental como un posible cambio de gobierno y de dirección política, quiere decir que no entiende que en democracia hay partidos que pierden elecciones.
También el suyo.
¡Buena Semana!