Estimados,
Madaya; sur de Siria. Apenas 40.000 habitantes. Situada a 25 kilómetros de Damasco y a 11 de las fronteras con Líbano e Israel.
Una localidad cinco veces menor que Petaj Tikva y de la mitad del tamaño de Raanana o Kfar Saba permanece sitiada por las tropas de Assad, los terroristas de Hezbolá (ambos con el visto bueno de Irán), los asesinos del Estado Islámico (EI) y los yihadistas del Frente Jabhat al-Nusra, vinculados a Al Qaeda.
Sus habitantes - que no tienen posibilidades de entrar ni salir - se están muriendo de hambre, falta de medicamentos e indiferencia.
Asociaciones como Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja o la Media Luna Roja nos transmiten su miseria. Dicen que la situación es «extremadamente desesperada».
Algunos se alimentan de sopa hecha con hierbas silvestres, césped y hojas de árboles para calmar el hambre y sobrevivir. Otros consumen gatos y perros, si es que todavía queda alguno. Eso es lo que sucede en Madaya clausurada por la guerra civil, el yihadismo y los ojos cerrados del mundo civilizado.
Con unos precios desorbitados en productos básicos, sus habitantes, ancianos, mujeres y niños, comen lo incomestible,
Según la ONU, todas las partes en el conflicto utilizan el sitio a Madaya como estrategia de guerra. Vaya uno a saber que manual leyeron.
Después de seis meses de asedio constante (!), la comunidad internacional dejó a un lado por unos minutos las lágrimas de Obama, las alcantarillas del Chapo Guzmán y la entrega de los Globos de Oro, y está dando los primeros pasos para presionar a las partes beligerantes para que permitan dejar pasar las ayudas, por ahora sin mayores éxitos.
La útima vez que sus habitantes recibieron alimentos fue a mediados de octubre, cuando se permitió la entrada de 21 camiones con suministros humanitarios. Con la llegada del helado invierno, las condiciones sólo empeoraron.
Los asesinos de todas las ramas islámicas hacen estallar incluso a los paracaídas con alimentos que son arrojados desde aviones o helicópteros.
La impactante imagen de un niño de enormes ojos azabache, con su mirada perdida en el horizonte y el rostro irradiando tristeza, debería corroer nuestras conciencias de ciudadanos gorditos y satisfechos.
Si nos sentimos mínimamente parte del mundo, no deberíamos permanecer insensibles a esta nueva tragedia.
Está bien que todos «seamos» Jerusalén, Tel Aviv, Sderot, Ashkelón, París, Londres, San Bernardino, Bataclán o Charlie Hebdo.
Pero ahora todos deberíamos ser Madaya.
¡Buena Semana!