Estimados,
Al final, lo que habrá de recordarse del segundo mandato de Binyamín Netanyahu como primer ministro será el daño ocasionado a la democracia israelí, a la libertad de expresión, a los medios de comunicación y al poder judicial. En sus tres años en el poder, en lugar de prosperar, la democracia se volvió defensiva y endeble.
Bibi no hace más que socavar el poder de la gente común y fortalecer el de los políticos a expensas de la ciudadanía. Ese el objetivo general de la llamada ley de silenciamiento y de toda la serie de leyes dictadas contra la Corte Suprema. Ni más ni menos que eso.
Netanyahu prometió que salvaguardará la democracia. Nos reiríamos si no fuera tan triste; algo así como la prédica del verdugo en contra de la ejecución. El primer ministro aseguró que asumirá la responsabilidad de garantizar que las distorsiones hechas a la libertad de expresión israelí - no permitidas ciertamente a todos los miembros de la sociedad - se ejecuten de acuerdo con un espíritu liberal y responsable.
¿Responsabilidad? ¿Espíritu liberal? ¿Cuál es la relación entre la expresión limitada de determinados sectores de la población y una ley que pretende cortarle las manos a la prensa? Una ley que, según aseguran diputados de la Knéset, mantendrá callados a reporteros e investigadores. ¿Y cuál es la conexión lógica entre la frustración de ciertos grupos que se quejan de una menor exposición en los medios y el intento de silenciar a los periodistas?
Esta semana, la llamada "ley de silencio" fuer aprobada en primera lectura en la Knéset. Dicha legislación pretende silenciar a aquellos estridentes y rebeldes medios de comunicación israelíes, capaces de hacer una carnicería con las vacas sagradas del poder, y convertir la democracia israelí en un modelo para el mundo civilizado.
El motivo de la ley no es el equilibrio, sino más bien el constreñimiento. El deseo de Bibi es constreñir a los periodistas de investigación y limitar el trabajo de todos aquellos que se dedican a buscar y a encontrar material desagradable acerca de él y otros miembros de su corte. La corte de Netanyahu quiere dormir tranquila de noche.
¿Cómo podría explicar Netanyahu su respaldo a la ley sin ese motivo personal que pretende asustar a aquellos periodistas de investigación que se ocupan de revisar sus acciones pasadas, presentes y futuras? ¿Y cómo podría explicar Ehud Barak su sorpresiva llegada a la Knéset a última hora de la noche (nunca fue un destacado parlamentario), sólo para votar a favor de la ley destinada a atemorizar a los periodistas, si no es basándose en motivos personales y vengativos.
Hay muchos otros ministros que eligen desaparecer o llamarse a silencio. Benny Begin y Dan Meridor, quienes se habían manifestado en contra del proyecto de ley anteriormente, ¿dónde quedaron ahora? ¿Y qué hay del ministro de Educación, Gideon Saar, que prefirió guardar silencio en este debate? Él es el ministro responsable de educar a los hijos de Israel hacia la democracia y el buen sentido de la ciudadanía; se supone que debe ser el encargado de enseñarles que la libertad de prensa es el oxígeno de un estado modelo. Saar habría hecho bien en aprender de su colega del Likud, el presidente de la Knéset, Reuvén Rivlin, quien se opuso a la ley pesar de la orden de los dirigentes de la coalición de apoyarla.
La lucha contra la ley de silenciamiento no ha concluido todavía. Sin embargo, el mensaje transmitido por nuestros líderes tiene el estilo particular de las amenazas; es parte de una beligerancia política alarmista sin precedentes en contra de quienes deberían poder realizar su trabajo sin ningún temor y sin hacer consideraciones económicas del tipo costo-beneficio.
Los miembros electos de la Knéset no desean vivir con miedo. Lo que quieren es que otros lo padezcan. Quieren que sean los periodistas los que se amedrenten para luego asegurarse de que todos los ciudadanos de Israel nos intimidemos de su poder y su juicio, ese jucio que aprueba leyes que no tienen nada que ver con la libertad de pensamiento o de expresión.
¡Buena Semana!