Estimados,
El tsunami ya está aquí; no en septiembre como se esperaba, sino en diciembre, y no fue iniciado por los palestinos ni por la ONU. No; los responsables son un grupo de miembros de extrema derecha de la Knéset, que no alcanzan a comprender el verdadero significado de la ley en las sociedades democráticas libres.
El peligro no lo constituyen las propuestas mismas de estos diputados, sino su ideología, la dirección y los motivos detrás de ellas.
La verdad de todo el asunto es que, en algunos sectores de la sociedad, se ha generado demasiada histeria y exageración acerca del futuro de la democracia en Israel como resultado de los recientes proyectos de ley. No toda ley mala supone un peligro para la democracia.
Ciertamente, una propuesta que socava la independencia de la Corte Suprema resulta más peligrosa que una propuesta para ampliar la pena máxima por difamación. Una propuesta que modifica arbitrariamente la constitución de la Comisión de Nombramientos Judiciales es una cosa, mientras que una propuesta destinada a restringir la capacidad de los estados extranjeros para influir en el discurso público israelí, es otra muy distinta, sobre todo en términos de estados hostiles a Israel, que actúan en contra del país en los foros internacionales.
Algunos proyectos de ley específicos jamás serían aprobados en estados democráticos; sin embargo, hay otros que son malos, superfluos y no liberales, pero no necesariamente anti-democráticos. El primer ministro fue muy claro acerca de la independencia de la Corte Suprema, y más allá del significado político de las declaraciones de Binyamín Netanyahu sobre este tema - acerca de que no permitirá la aprobación de las propuestas -, sus declaraciones conllevan además un valor educativo.
Sin embargo, la ideología y el razonamiento que se ocultan detrás de esta avalancha ultraderechista de proyectos de ley, constituyen una cuestión más problemática y peligrosa. Estos miembros de la Knéset declaran abiertamente que es hora de que la derecha ejerza un control total. Según sus declaraciones, no se contentan con un gobierno de derecha, sino que están convencidos de que, gracias a su mayoría en la Knéset, deben ocuparse de propiciar un escenario en el cual dominen todas las esferas de la sociedad. Y es precisamente allí donde reside el peligro.
Un régimen ejerce su dominio sólo en las dictaduras. Los gobiernos democráticos no dominan a sus ciudadanos. Los gobiernos democráticos gobiernan y deciden en asuntos de estado, pero no ejercen un dominio.
Cuando una revolución se produce en un estado no democrático, se modifica la Constitución, y se encierra o ejecuta a los líderes. En los países democráticos no ocurren revoluciones, sino cambios de gobierno, y cuando eso sucede, cambian las políticas pero no los principios fundamentales de la sociedad ni los pilares constitucionales que equilibran los distintos segmentos que la componen. En Estados Unidos, decenas de gobiernos y presidentes han pasado, pero el estatus de la Corte Suprema de Justicia no ha cambiado en absoluto.
Los resultados de las últimas elecciones llevaron a la creación de un gobierno de derecha. Este Ejecutivo puede decidir la transferencia de fondos a la Autoridad Palestina, el ataque a Irán o el establecimiento de nuevas prioridades en el ámbito socioeconómico. Pero no tiene ninguna autoridad para ejercer un dominio absoluto sobre los tribunales de justicia, los medios de comunicación o la sociedad civil, y, por desgracia, ese es el declarado y peligroso objetivo de varios miembros de la Knéset.
Bibi es, al fin y al cabo, un demócrata que será puesto a prueba por su postura decidida en contra del siniestro embate de estos parlamentarios que desean ejercer su dominio.
¡Buena Semana!