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2012 con mucha paciencia

Estimados,

El temor ante la inminente decadencia de la democracia israelí alcanzó finalmente a los norteamericanos. Hace un par de semanas atrás, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, no tuvo reparos a la hora de expresar su opinión sobre algunos de nuestros asuntos tales como la Ley de nominación de jueces o la imposición a las mujeres de viajar en la parte posterior de varios autobuses.

Criticar cuestiones internas de otro país puede que no sea muy educado, pero el caso es que EE.UU se permite tratar a Israel como hacen los padres con un hijo rebelde. Las raíces de ese derecho se originan en su billetera: ellos pagan fuertes sumas por nuestra existencia, incluso en plena época de crisis.

No le podemos prometer a los gringos que vayamos a cambiar. Por el contrario: la sociedad israelí está aparentemente destinada a ser menos democrática, menos ilustrada, menos educada, menos tolerante y bastante más pobre. El equilibrio del poder político refleja este proceso y es poco probable que de las próximas elecciones surja un gobierno libre de facciones ultraortodoxas y ultranacionalistas.

En 2012 el sistema judicial seguirá siendo objeto de ataques; el número de estudiantes que no están familiarizados con los estudios básicos se incrementará; la cantidad de trabajadores activos sufrirá una reducción; la influencia de rabinos extremistas sobre el ejército y la población civil aumentará, así como las violaciones a la ley dentro y fuera de los territorios; la segregación de la mujer se convertirá en una práctica cada vez más común en determinados sectores.

La religión y el nacionalismo radical no siempre van de la mano, pero los casos en que marchan juntos resultan mucho más habituales que aquellos en que no lo hacen, porque los mitos religiosos y los mitos nacionalistas se alimentan mutuamente. Para nosotros, este complejo entramado se encuentra en el corazón mismo de nuestra cultura.

Las tendencias demográficas de Israel, la perjudicial hostilidad árabe y la estructura gubernamental reducen las posibilidades de que Israel siga un camino marcado por la cordura. Pareciera que solamente una grave crisis económica o de seguridad - algo de proporciones históricas - fuera capaz de provocar un cambio; pero tal dificultad podría acabar devorando nuestro frágil Estado, y ciertamente nadie desea algo así.

Bajo tales circunstancias, el ciudadano israelí ilustrado debería preguntarse qué es lo que se puede hacer.

Cualquier propuesta no habrá de detener esa tendencia, pero las personas orgullosas necesitan sentir que hacen todo lo posible a pesar de un futuro predeterminado.

He aquí algunas sugerencias iniciales. Otras serán bienvenidas:

Plantarle cara al establishment ultranacionalista y ultraortodoxo opresor e intolerante. Las personas que no son consideradas judías de acuerdo a la Halajá y no piensan vivir bajo sus reglas, no tienen por qué ser desleales a sí mismas convirtiéndose al judaísmo.

Los sectores transigentes de Israel no establecen diferencias entre aquellos que portan el sello de "judío kosher" y aquellos que no. Millares de inmigrantes de la ex Unión Soviética son israelíes de pleno derecho: en su idioma, en la cultura que adoptaron y en su contribución a este país.

No dejar nunca de reclamar contra los abusos de esos grupos autócratas que niegan las leyes del Estado y al Estado mismo que los mantiene y protege. Las recientes protestas sociales nos enseñaron que en Israel una iniciativa privada puede desarrollarse rápidamente hasta alcanzar dimensiones de un amplio movimiento social.

Aristóteles decía que la virtud está en el punto medio entre dos extremos viciosos. Es decir que, después de todo, la paciencia y el tiempo hacen más que la fuerza y la violencia. Y es que la paciencia es la más heroica de las virtudes, precisamente porque carece de toda apariencia de heroísmo.

¡Feliz Año Nuevo y Buena Semana!