Estimados,
Desde que Ahmadinejad afirmó que se debe «borrar del mapa a la identidad sionista», el régimen de los ayatolas fue desencadenando una serie de hechos que ponen en peligro la paz mundial. Teherán mantiene vínculos con organizaciones terroristas como Hezbolá, Hamás y otros grupos fundamentalistas islámicos, y da señales constantes de estar tratando de fabricar armamentos nucleares para librar su guerra santa - Yihad - contra el occidente hereje.
La reciente fallida misión de una delegación de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) y el rechazo de las autoridades iraníes a admitir la inspección a fondo de sus plantas, pusieron una vez más en evidencia que el programa nuclear de ese país no tiene exclusivamente fines pacíficos.
En noviembre del año pasado, un informe de la AIEA constató que Irán realmente estaba desarrollando armas atómicas y que se hallaba peligrosamente cerca de cruzar la «línea roja», o sea, la frontera más allá de la cual ya no sería posible detener sus planes.
Poco después, en diciembre, el comandante de la Marina iraní anunció que su armada podría fácilmente cerrar el estrecho de Ormuz, un paso marítimo estratégico por donde circula alrededor de la tercera parte del petróleo que se consume en el mundo.
Tal comentario tuvo efecto luego de que Irán amenazó con que si Occidente le imponía un embargo petrolero debido a su programa nuclear, la represalia sería que ni una gota de crudo pasaría por el estrecho. La respuesta del presidente de EE.UU, Barack Obama, fue terminante: el hecho sería interpretado como una declaración de guerra.
La amenaza de Teherán no quedó sólo en palabras. Las fuerzas armadas iraníes y la llamada Guardia Revolucionaria llevan a cabo desde entonces series casi ininterrumpidas de maniobras militares, navales, terrestres y antiaéreas en zonas cercanas al estrecho de Ormuz y a los sitios donde están enclavadas sus instalaciones nucleares.
La publicación electrónica World Net Daily citó hace unos días un artículo publicado en el sitio web Alef, vinculado al máximo líder espiritual iraní, el ayatola Alí Jamenei, diciendo que la posibilidad de aniquilar a Israel tiene «justificación jurídica» y que en ese asunto a la República Islámica de Irán le toca «agarrar las riendas».
De acuerdo con esa doctrina, como los planes de Occidente son atacar a Irán, estaría más que justificada una acción militar preventiva contra Israel.
La idea de que Israel pudiera adelantarse y emprender una acción militar contra el régimen de Teherán para garantizar su propia supervivencia tampoco se descarta. De hecho, el mes pasado el periódico británico The Sunday Times publicó que dos escuadrones de la fuerza aérea israelí estaban llevando a cabo ejercicios cuyo objetivo sería destruir la planta de Natanz, donde Irán enriquece uranio en un bunker a unos 200 metros de profundidad.
Lejos de disminuir, las tensiones van en aumento, y el ministro de Defensa iraní, Ahmad Vahidi, declaró que sus guerreros «están listos y dispuestos a borrar a Israel del mapa», después de que el mes pasado recordó públicamente que la República Islámica domina la tecnología de misiles balísticos de largo alcance.
Urgidos por esta amenaza, 32 senadores estadounidenses demócratas y republicanos, suscribieron una resolución que da luz verde a Obama para el empleo de la fuerza contra Irán en caso de que lo considere necesario. El documento enfatiza que el hecho de que Teherán adquiera capacidad nuclear resulta «inadmisible».
La medida legislativa antecedió a la reunión que mantuvieron Obama y Netanyahu, en la cual el mandatario hebreo le habrá transmitido al presidente la evaluación del Mossad, que parece estar convencido de que Irán tendría una bomba atómica en su poder a lo sumo en dos años, y que tal vez una acción militar convencional no sería suficiente para impedirlo.
El líder norteamericano admitió que el componente militar es una de las alternativas para tratar con Irán, además de las sanciones económicas y la diplomacia, y opinó que un ataque prematuro podría causar más daños que beneficios, al tiempo que reconocía el derecho de Israel de defenderse a si mismo por si mismo.
Dos cosas son evidentes; y ambas están relacionadas con el tiempo. Obama no quiere llegar a las elecciones de noviembre en medio de una guerra entre Israel e Irán que nadie sabe en qué puede derivar. Israel no puede permitirse de ninguna manera que los ayatolas traspasen esa «linea roja» que cambiaría estratégicamente el poder de disuasión en Oriente Medio y quizás en todo el mundo.
Cuando Obama dice que «todas las posibilidades están sobre la mesa» tiene la difícil obligación, como líder del mundo libre, de evaluar el orden de prioridades de forma mucho más amplia: su posible reelección frente a la soberanía de Israel de no poder permitir un desequilibrio en la región, del cual sería el primero en ser amenazado por quien declara abiertamente que su objetivo es «borrarlo del mapa».
Estamos en épocas de Purim. El entonces rey Asuero, monarca de «127 naciones desde lndia hasta Etiopía», debía decidir entre dos concepciones. Si adoptaba la de Ester, el pueblo judío se salvaría y él, probablemente, seguiría reinando. Si, en cambio, aceptaba la de Amán, nadie podría asegurarle que las ambiciones políticas de éste se detendrían en continuar siendo primer ministro de la corte. La influencia y el poder adquiridos por sus logros bien podrían llevarlo a otras aspiraciones relacionadas directamente con la corona.
Esta es la hora señalada en la cual tanto Obama como Netanyahu deben elegir si son estadistas o apenas simples políticos.
Esperemos que elijan bien.