Si pudiéramos resumir en dos palabras el discurso de Barack Obama ante AIPAC, ellas serían: «¡Confíen en mí!». Después de todas las especulaciones y rumores sobre su falta de compromiso en lo que respecta a la seguridad de Israel, el presidente se propuso una sola cosa: Infundir un sentido de seguridad en sus oyentes por medio del cual Israel sea considerado seguro siempre y cuando él esté en la Casa Blanca.
Teniendo en cuenta la realidad política de EE.UU y la presión ejercida sobre el mandatario en lo relativo a la cuestión iraní, y en un contexto de graves preocupaciones ante un dramático aumento en los precios del petróleo y del combustible, Obama se encargó de pronunciar un discurso político muy sensato.
El presidente no se dirigió únicamente a sus electores; fue sarcástico con sus rivales republicanos; abrazó a Shimón Peres, y su alegato estuvo por encima del primer ministro Netanyahu. Nosotros, los preocupados y temerosos ciudadanos ??de Israel fuimos sus destinatarios directos. Para usar una palabra de Bibi, Obama nos habló «dugri». «Cuando me necesiten, los respaldaré», dijo.
Barack Obama se encuentra en medio de una campaña electoral. En los últimos meses se jacta de lograr una mejora en la economía estadounidense y una disminución significativa en las cifras de desempleo.
Sin embargo, la descontrolada subida de los precios del petróleo y del combustible constituye un factor dramático del discurso público estadounidense. En caso de seguir incrementándose, los ciudadanos norteamericanos podrían perder la paciencia con el actual jefe de gobierno.
Esa es la razón por la cual Obama armó su discurso de un modo tan lógico. Es por eso que casi estuvo a punto de escribir la lista completa de las medidas diplomáticas y de seguridad llevadas a cabo por su Administración en los últimos años con el fin de apoyar a Israel. Por eso fue que destacó tanto la opción diplomática cara a cara con Irán, y se dirigió a la lógica de los ciudadanos israelíes y al sentido común de nuestros ministros.
Al hacerlo, Obama casi les suplicó aliviar las tensiones, solicitando que se ponga fin a los golpes de tambores de guerra y a los mutuos desafíos que elevan los precios mundiales del petróleo.
El presidente afirmó que todavía hay tiempo; las sanciones deberán ser más estrictas; los iraníes están sintiendo la presión, mientras nosotros estamos al tanto de todo lo que sucede. La diplomacia tiene una oportinidad. No hay necesidad de apresurarse a apretar el gatillo. Hay que dejar de hablar de la guerra. Confíen en mí.
En un procedimiento inteligente, los escritores de los discursos de Obama hicieron que sus palabras suenen como si fueran de la jerga israelí. En un momento dado de su alocución, Obama llegó a hablar como un israelí más. Citó la responsabilidad del envío de soldados a la guerra; se refirió a las víctimas que no retornaron; dio a conocer sus pensamientos y las pruebas y tribulaciones de la guerra.
Obama habló exactamente igual que todos nuestros líderes de las últimas décadas: como Rabín, Peres y Barak; incluso como Sharón y Olmert. Habló del duelo y del dolor de las familias; declaró que la guerra debe ser la última alternativa. «Si no hay otra opción - subrayó -, no dudaré en recurrir a la fuerza, ni impediré a Israel que se defienda a si misma por si misma».
Después de su disertación en AIPAC, y tras la cálida reunión entre Obama y Peres, y del encuentro aparentemente menos cálido con Bibi, podemos suponer que el discurso público sobre Irán cambiará; al menos por algún tiempo.¡Buena Semana!