Estimados,
Las actuales protestas en todo Israel no están motivadas sólo por el problema de la vivienda, ni por el de la educación, la salud o la falta de asistencia social; tampoco por el de la paz o por lograr una reducción de las brechas sociales.
El valor supremo en nombre del cual decidimos salir a las calles es el de la vida misma. Es una de esas cosas que se dan muy pocas veces en la historia y está ocurriendo justamente ahora. Queremos llevar una vida decente; una vida de alegría, de creatividad, de participación y de esperanza; una vida que esté basada en el pensamiento, en la cual seamos capaces de aprender lo bueno y lo malo del pasado, y construir un futuro mejor.
Aspiramos a una vida digna de seres humanos, no de sobrevivientes. Pero desde el año 2000 no hemos estado haciendo otra cosa que luchar por la supervivencia. Esa década comenzó con el colapso del proceso de paz en esta región, lo que desencadenó la segunda la Intifada. Luego todo quedó cubierto bajo los escombros de las Torres Gemelas, desplomándose en una peligrosa recesión. A nivel local, continuó con la dolorosa desconexión de Gaza y de la vergonzosa Segunda Guerra del Líbano, y tuvo su epílogo con los Qassam, la operación Plomo Fundido y con el gobierno de Netanyahu, quien no ha sabido darle a su nación, en ningún ámbito, la más mínima luz de esperanza.
Ahora, la joven generación se puso de pie diciendo: Basta. Estos deberían ser los años más hermosos de nuestras vidas. Una y otra vez nos hemos visto obligados a renunciar a la esencia misma de nuestro ser para así poder mantenernos firmes contra los decretos dictados desde el exterior; como si hubiéramos sido capaces de hacer algo para evitarlos. El mercado libre, que transfirió el bienestar de muchos a las manos de pocos, convirtió el malestar existencial en la angustia provocada por las dificultades económicas, hasta que repentinamente recordamos: No fue para esto que hemos nacido. No es por esto que se estableció el Estado de Israel.
Es necesario repensar todo desde el principio.
Las protestas de este verano constituyen todo un mensaje de vida. Alcanzaron su punto más elevado porque fueron populares y no siguieron las órdenes de un líder; porque salieron desde el alma. Establecieron una comunidad israelí pluralista, más solidaria y tolerante, dispuesta a aprender y a abandonar el cinismo en favor del sentido común. A diferencia de la anterior década de muerte, presentan una alternativa para la realización del bien en los seres humanos, lo cual ya nos parecía casi imposible de lograr.
Este deseo de vivir dignamente atraviesa ideologías y sectores, clases y grupos étnicos. Pero aquellos poderes que consideran al individuo como un sobreviviente y nada más todavía conservan su vigencia. Hay quienes ven al ser humano como una mera criatura económica que, en un esfuerzo que prácticamente va más allá de su propia capacidad, se ocupa de navegar por su cuenta en los inciertos mares de un mercado donde todo se reduce a peces gordos que se alimentan de los pequeños. Hay otros que piensan su objetivo en términos de una constante lucha contra los enemigos, que no sólo defienden intereses opuestos a los nuestros, sino que además ejercen una lógica diferente a la nuestra. Y existen aquellos para los que el individuo no es más que el eslabón de una cadena, un individuo que habrá de experimentar la redención en el más allá, no durante su vida.
Ciertamente, son percepciones fuertemente arraigadas, pero se han vuelto demasiado poderosas, ya que consideran al ser humano como el superviviente de un mundo violento y no como una entidad en continuo crecimiento y desarrollo en un ambiente que posibilita ese mismo proceso.
Nuestros enemigos lo saben tan bien como nosotros: al presionar el botón del lanzacohetes, o al iniciar un atentado terrorista, ellos no hacen más que activar nuestro mecanismo de muerte auto-infligida, haciéndonos perder completamente las esperanzas, y logrando de ese modo que hablemos otra vez su lenguaje, es decir, el idioma de los sobrevivientes.
Lo que ellos pretenden es que luchemos cuerpo a cuerpo por la existencia, pero esta lucha en la que nos hemos embarcado es por el valor de la vida; de nuestras vidas.
No se trata de auto-indulgencia o de la negativa a aplazar la gratificación: es la aspiración de algo más grande que nosotros mismos: un humanismo que reconoce que en cada uno hay algo bueno, algo que debe ser fomentado. No se trata de lujos que queremos darnos porque somos mimosos; es una guerra sin opción y no podemos perderla.
En Israel, en el verano del 2011, la vida le está volviendo a ganar la partida a la muerte.
¡Buena Semana!