Estimados,
El pasado domingo 21/8, a las 21:00 hs, todo Israel esperaba que el alto al fuego por parte de Hamás entrara en vigor, y todas las miradas se volvieron hacia las pantallas de televisión para ver dónde caería el siguiente misil.
"¿Se mantendrá el armisticio?", se preguntaban los televidentes, apresurándose a contestar: "Por supuesto que no podemos fiarnos de ellos". Después de todo, Israel considera a Hamás como una organización terrorista, cuyas acciones carecen de razón militar o política.
Sin embargo, desde hace algún tiempo Hamás pasó a ser más que una organización, y al menos a los ojos de Netanyahu, es también un gobierno al cual Israel considera responsable de todo lo que sucede en Gaza. No importa si organizaciones como la Yihad Islámica, los Comités de Resistencia Popular, el Ejército palestino del Islam u otros grupos independientes atacan a Israel. Hamás es responsable de que se mantenga la calma en la Franja. Eso es algo que un estado soberano puede exigirle con todo derecho a otro, y sobre todo, a uno en cuyo territorio suelen generarse acciones hostiles. Así se comporta Israel cuando se trata de Egipto, al cual considera, con toda razón, responsable de lo que ocurre en el Sinaí, y así también es como percibe al gobierno de Líbano en lo que respecta a Hezbolá.
Pero en este caso, se trata de un acuerdo de seguridad que Israel se reparte con Hamás, y no con los otros grupos, ni siquiera con la Autoridad Palestina. Después de todo no tiene ningún sentido exigir el control de Gaza a la AP, y no sólo por su incapacidad en la práctica para dominar la zona. La lógica de la política de Netanyahu sostiene que es preferible mantener un diálogo directo o indirecto con los grupos palestinos que con un Estado palestino mismo. Es un método eficiente que no requiere retirada de territorios, discusiones sobre el derecho al retorno o el reconocimiento oficial de Hamás. También resulta conveniente para Hamás, que logró crear un elemento de disuasión en contra de Israel, y puede seguir tratando tranquilamente sus asuntos con la AP sin sentirse amenazado u obligado a reconocer al Estado judío.
Así que, nos guste o no, tanto la dirigencia de Hamás como el gobierno de Israel comparten un interés común: que Hamás continúe encargándose de la Franja, siempre y cuando demuestre tener capacidad suficiente para mantener a la violenta oposición interna convenientemente acorralada. En vista de ello, Bibi no podría haber encontrado un socio más exitoso para continuar con la ocupación.
Sin embargo, el precio puede ser demasiado caro porque los radicales islamistas de Gaza tienen el poder de determinar no sólo la agenda militar, sino también la agenda política de Israel y los palestinos. Hamás logró sacudir a la opinión pública israelí cuando secuestró a Gilad Shalit, y provocó de esa manera que los gobiernos israelíes se vieran obligados a negociar indirectamente con él. Además se las arregló para generarle problemas a Israel en sus relaciones con Turquía, y, tal como vimos ahora, también para interferir en las frágiles relaciones con Egipto.
La firma del acuerdo de reconciliación con Al Fatah despoja al presidente Mahmud Abbás de la capacidad para decidir de manera independiente el establecimiento de un Estado palestino, o incluso de un gobierno palestino, sin Hamás. En la medida en que Israel se ocupe de combatir el reconocimiento de un Estado palestino independiente, la asociación entre Hamás y Al Fatah opera en favor de su agenda. Puede agitar en el escenario internacional su amenaza de desbaratarlo, y puede depender de su dirigencia para que le proporcione toda una serie de pretextos destinados a bloquear el proceso diplomático; ya que sin la Franja de Gaza no hay Estado palestino; y sin Hamás no hay Gaza.
Por lo tanto, Israel y Hamás han logrado con éxito hacer de esta organización terrorista una de las cuestiones fundamentales a resolver antes de poder alcanzar un acuerdo. En lo que concierne a Israel, se trata de un asunto fundamental seguro, ya que no tiene que soportar ninguna presión internacional para reconocer a Hamás. En otras palabras, Hamás constituye la mejor garantía que posee Netanyahu en este momento para preservar su estatus quo de cara a los palestinos. Como consecuencia, quien proponga destruir a Hamás no hace sino socavar el interés estratégico de Bibi. Sin Hamás no hay excusa para demorar un Estado palestino.
Este es el tipo de situación excepcional al que aspira toda organización. Hezbolá está siguiendo actualmente una estrategia similar. Ambos grupos tienen una existencia independiente, pero han sido lo suficientemente astutos como para aprovecharse de la naturaleza propia de la política de rechazo practicada por el dúo Netanyahu-Liberman, logrando así elevar su condición a un nivel mucho mayor que la de un simple grupo organizado.
¿Mantendrá Hamás el alto el fuego? La pregunta se repite, concediéndole a Hamás la última palabra. Israel habría podido responder si hubiera llevado a cabo negociaciones reales con la AP, y en septiembre ya tendría un acuerdo sobre la naturaleza de un Estado palestino independiente. Ahora tendrá que depender de Hamás como si tratara de un chaleco salvavidas.
¿Parece absurdo? Es simplemente otra situación ridícula de las tantas a las que estamos acostumbrados en Oriente Medio.
¡Buena Semana!