Estimados,
Ya no sé si me alegra o me entristece que pasen los años. Como todos, llevan su carga de ceniza y amargura; amén de alguna dicha memorable, los veo caer dentro del saco que arrastro hace tiempo sobre la espalda con un ruido de tierra seca y alguno que otro golpe bajo. Cosas que uno ha perdido, cosas que uno ha ganado. ¡Qué poco se parecen a los sueños!
Por muchas que sean las velas que hayamos encendido, los seres humanos siempre esperamos del futuro esa chispa inefable capaz de darle al tiempo su sentido. Ese fuego que alumbra - de la misma forma que cuando a veces se encienden las luces - el camino completo de una vida.
Pero a pesar de todo, le agradezco a este año que se va un nuevo y hermoso nieto (el sexto) y el reencuentro emocionante con familiares, amigas y amigos - de esos que fueron demasiado determinantes en mi vida -, así como la satisfacción de haberme permitido enriquecerme con nuevos.
Le reclamo sólo la enorme tristeza por aquéllos que se me fueron para siempre y el injusto dualismo de hacerme sentir más viejo y más experimentado a la vez.
Me imagino que éste que llega no pretenderá ser mejor que los demás. Sé que no me regalará ninguna lotería. Pero lo mucho o poco que me traiga será lo que tenga.
Voy a pedirle sólo que no huya, que no sea traicionero, que camine suave, que me sirva los frutos de sus cuatro estaciones con una majestuosa sinfonía.
Que venga tan cargado de nacimientos de todo tipo como pobre y desnudo de epitafios.
A ver si barre ya algunas sombras, nos da una limosna de alegría y un poco más de calma y paz.
Que traiga algún milagro para mi muy maltratada región y me ayude a continuar accionando por lo que siento, veo y creo.
Y no me cabe aquí lo que deseo para los muros cada vez más ensanchados de mi familia, mis amigos, mis colegas y mis janijim.
¡Shaná Tová Umetuká!