Estimados,
No es casual que Netanyahu convocó a elecciones anticipadas para fines de enero. Bibi busca ser reelecto mientras un nuevo presidente norteamericano asume en la Casa Blanca, volviéndose inmune a su presión en una fase crucial sobre cómo abordar el programa nuclear iraní.
En su llamado a nuevos comicios, el mandatario israelí explicó que su actual coalición no le permitía acordar un presupuesto nacional.
Si no hubiese llamadado a elecciones, Netanyahu, con Israel amenazado por el colapso financiero de Europa, podría encontrarse manejando una crisis económica durante un año electoral, obligado a intensificar la carga impositiva sobre los contribuyentes israelíes.
Bibi seguramente no olvidó que apenas el año pasado cientos de miles de israelíes salieron a las calles gritando que «el pueblo reclama justicia social».
La mayoría de los analistas en la materia coinciden en que su gobierno podría haber aprobado el presupuesto para 2013. Pero él, personalmente, habría pagado un duro precio político.
En realidad, Israel se encuentra en clima electoral durante los últimos cinco meses.
En mayo, Bibi propuso elecciones para septiembre. 24 horas después se hechó atrás e incorporó a su gobierno a Kadima, el principal partido de la oposición, llegando a formar una colalición apoyada por 94 diputados (!).
Al igual que las protestas del verano de 2011, aquí también el asunto era netamente interno: aprobar una ley que determinara el ingreso de los judíos ultraortodoxos al Ejército a fin de equilibrar la carga militar entre la mayoría de los ciudadanos.
Pero esa legislación alternativa ni siquiera llegó a la etapa de un borrador y Kadima abandonó el ejecutivo. Sin embargo, luego de ese fracaso, todas las encuestas deteminan que Netanyahu sería reelecto por un cómodo margen. Bibi cuenta con más apoyo que todos sus rivales juntos.
Aunque absuelto de una serie de asuntos de corrupción, el ex primer ministro Ehud Olmert, un potencial oponente, todavía enfrenta cargos por presunto soborno en un escándalo inmobiliario y apelaciones de la Fiscalía a los fallos de los cuales fue declarado inocente.
Netanyahu parece invulnerable. De todos modos, sus antecedentes distan de ser impecables.
Bibi gobierna aplicando un statu quo que definitivamente no es sinónimo de parálisis. Desde el punto de vista de la ultraderecha, eso es bueno; se seguirán construyendo asentamientos.
Mientras no deja ninguna huella significativa en su mandato, Bibi recurre a su elemento: sus discursos de diplomacia pública, como el que pronunció en la última reunión de la Asamblea General de la ONU, cuando mostró el dibujo de una bomba a punto de explotar, o aquellos en el Congreso de EE.UU y en AIPAC donde fue aplaudido a rabiar por una mayoría republicana conservadora mientras Obama se mordía los dientes.
Al final no reanudó las tratativas con los palestinos ni convenció a la comunidad internacional de que, de ser necesario, se deberá actuar militarmente contra Irán. No obstante, centrará su campaña electoral en las políticas de seguridad, especialmente en el proyecto nuclear de Teherán, que aparentemente parece ser el disparador de los comicios anticipados.
Un triunfo electoral en enero colocaría a Netanyahu en una posición de fortaleza en un momento de decisiones cruciales sobre la controvertida ambición iraní. Al mismo tiempo, estará en mejor posición para rechazar las exigencias internacionales de reanudar las negociaciones con la Autoridad Palestina.
«Mi obligación es poner el interés de Israel por encima todo», afirma Bibi reiteradamente. Y poner el interés israelí por sobre cualquier otra cosa, según Bibi, significa votarlo a él.
Después de todo, como la mayoría de los dirigentes, está determinado a hacer que sus intereses políticos y nacionales coincidan en las urnas, y a no bajarse del escenario.
El precio de esta movida, a veces de color rojo, lo seguiremos pagando nosotros.
¡Buena Semana!