Estimados,
El futuro de las paralizadas tratativas entre Israel y la Autoridad Palestina depende en parte de la victoria de Barack Obama o Mitt Romney en las próximas elecciones presidenciales de EE.UU, si bien ambos candidatos mantendrían ese punto bien abajo en la lista de prioridades de su mandato.
Si todo el mundo vive con interés los comicios del próximo 6 de noviembre, por las implicaciones globales de sus resultados, en Jerusalén o Ramallah parecen casi elecciones locales, ya que la identidad del inquilino de la Casa Blanca tiene un notable peso en los avances o retrocesos en la región.
También fue así con Obama, quien al inicio de su mandato lanzó signos de que su país, aliado de Israel, abandonaba su tradicional rol de juez y parte para convertirse en una suerte de árbitro equidistante en el conflicto.
Su famoso discurso en la Universidad de El Cairo, sus claras condenas de la construcción de asentamientos y su desplante a Netanyahu, fueron reemplazados a mitad de su período por parabienes a Israel, presiones a los palestinos y, en resumen, un desinterés por el conflicto en favor de frentes más cambiantes, como Irán, Siria, Egipto o Afganistán.
Su mayor logro fue conseguir tres semanas de diálogo directo entre israelíes y palestinos en septiembre de 2010.
Romney, por su parte, logró en pocos meses que los palestinos se traguen su profunda decepción con Obama y recen por su triunfo.
Para empezar, el pasado julio en Jerusalén, el candidato republicano atribuyó a factores culturales y a la providencia la diferencia de renta por habitante entre la subvencionada economía israelí y la palestina.
Además, en un vídeo secretamente grabado en una cena recaudatoria en Florida, Romney dijo que «no hay manera de hacer la paz con los palestinos porque están comprometidos a la eliminación de Israel», así que EE.UU debe aceptar que seguirá siendo un problema no resuelto y conformarse con un cierto grado de estabilidad».
EE.UU perdió mucha credibilidad para los palestinos. Ya no aceptarán ni a Obama ni a Romney como intermediario honesto.
Sin embargo, la diferencia más importante entre ambos contendientes es de calendario. La próxima Administración, sea de Obama o de Romney, tratará de relanzar las negociaciones. Si gana Obama, puede montar su equipo de Oriente Medio el 7 de noviembre. Si entra Romney, hablamos de un año hasta que consiga hacer algo.
Un eventual triunfo republicano no traería a la Casa Blanca un cambio radical en el enfoque del conflicto palestino-israelí, ya que los asesores y mandos de seguridad se esforzarían en preservar las líneas maestras de anteriores administraciones.
Puede que Romney individualmente no apoye o defienda exactamente esa política, pero si es presidente no tendrá elección. Sondeará la posibilidad de impulsar el diálogo y si ve que el potencial no es alto, se limitará a gestionarlo, siempre y cuando la situación no le explote en la cara.
Obama, en cambio, no tendría nada que perder en su segundo mandato. El Nobel de la Paz ya lo ganó y no le van a dar otro.
Con todo, un Obama libre de ataduras de reelección podría forzar la mano a Netanyahu todo lo que no se atrevió a hacerlo antes para mantener el apoyo del electorado y los grupos de presión proisraelíes. Será más enérgico, aunque se encontrará con una realidad muy compleja en la región y un gobierno de ultraderecha en Israel. Como mucho logrará arrancar algún acuerdo parcial.
En cualquier caso, entre la crisis económica global, el embrollo nuclear iraní, la guerra civil en Siria, la «primavera árabe» en pañales y la retirada de Afganistán, el conflicto palestino-israelí quitará poco el sueño al próximo presidente de EE.UU.
Salvo que un estallido de violencia - de esos que nadie espera pero que siempre aparecen - le obligue a tomar píldoras para poder dormir los fines de samana en Camp David.
¡Buena Semana!