Estimados,
A Bibi Netanyahu le fue mal al anticipar los comicios en Israel. La alianza con Liberman y los sondeos inmediatamente después de ella le daban un tercio de las bancas del Parlamento. Pensó que ese era el momento oportuno para poder hacer todo lo que le dé la gana. Le salió al revés.
¿Qué sucedió? ¿Habrá pasado por alto algún dato o se trató de una movida política imprevista tan clásica en elecciones israelíes? Muy pocos dudaban de su victoria.
¿Fue acaso el exceso de seguridad de su triunfo lo que llevó a parte de sus votantes a apostar por algo diferente?
A Yair Lapid, un personaje bien conocido, periodista, ensayista y estrella de televisión - pero no político - se le ocurrió emular a su padre, Yosef (Tommy) Lapid, también periodista, que llegó a ser ministro de Justicia en el gobierno de Ariel Sharón. Lapid se plantó segundo en la lista.
En pocas palabras, a Bibi se le complicó el orden de los 120 diputados de un Israel con serias implicaciones en política nacional e internacional. Un complejo Estado judío con elevadas tensiones internas y externas.
Contra la probada fuerza militar israelí, la sociedad hebrea padece de un síndrome de inseguridad existencial. El pueblo judío sobrevivió 2.000 años entre naciones e imperios enemigos; dispersado, humillado y casi exterminado. Como reacción, se aferró tenazmente a salvar su identidad nacional. La visión de Herzl despertó en su antiguo hogar entre el Jordán y el Mediterráneo, donde un judío no es un extraño odiado automáticamente por otro judío. Pero se dio cuenta que también allí estaba acosado.
Después de varias guerras ganadas contra los países árabes, la sociedad israelí se siente insegura; y la inseguridad nunca es sana. Pero Israel no logrará seguridad y paz con guerras, aunque puede dejar de existir si pierde una.
Hezbolá y Hamás, por ejemplo, son una amenaza constante, más todavía si logran apoderarse de Líbano y de la Autoridad Palestina, respectivamente. Lo mismo que Irán. Bibi está obsesionado con la idea de armas atómicas en manos de los ayatolás.
Después de dos años sin tratativas con los palestinos, podría parecer normal que en su campaña electoral Bibi ni siquiera los mencionó. Al contrario, según sus palabras y hechos pareciera que su mente abandonó su fórmula de dos Estados y, en lugar de ella, colocó la idea de uno solo. Algo que, al parecer, demasiados israelíes ya dan por sentado cuando no sería tolerado por toda la comunidad internacional ni comprendido desde el más estrecho sentido común.
Y si no es así, Bibi acciona para que el supuesto Estado palestino quede reducido a cantones rodeados de asentamientos judíos. Su reacción al reconocimiento de Palestina en Naciones Unidas como Estado observador no miembro fue su anuncio de construir 3.000 viviendas en la zona denominada E-1, en Cisjordania, para unir Maalé Adumim con Jerusalén.
Hace tiempo, Lapid escribió en uno de sus artículos: «Los palestinos no se irán de aquí, como quisiera Bibi. Tampoco se convertirán en vecinos dinamarqueses, como espera Livni». Pero una cosa es escribir con ingenio y otra sentarse a negociar con sabiduría política, que es lo que se debería hacer.
Además, el frente socioeconómico es otro problema real. Matrimonios jóvenes se van a vivir a los asentamientos en Cisjordania no por ideología, si no porque en ellos el precio de la vivienda es más accesible.
Un joven matrimonio israelí promedio trabaja muy duro, a veces en más de un empleo. ¿Y todo para qué?, se pregunta. ¿Para que el mayor porcentaje del PIB se vaya siempre en defensa y seguridad, dejándonos cada vez más con cada vez menos aspiraciones de una casa propia, de una educación normal para nuestros hijos, de servicios de salud y sociales decentes y de impuestos excesivos destinados, entre otras cosas, a subsidiar a ultraortodoxos y a territorios ocupados militarmente?, se responde.
¿Qué gobierno saldrá de toda esta situación? Bibi no es ninguna Madre Teresa, pero es hábil en política; sabe utilizar y sabe abandonar. Tres mandatos no son poca experiencia. Pero, según lo demostrado hasta ahora, para Bibi el poder y la política son el arte de buscar problemas, encontrarlos, sentirse presionado, hacer un diagnóstico erróneo y aplicar soluciones equivocadas.
Eso es, justamente, la gran diferencia entre un estadista y un político. Una verdadera lástima para todos.
¡Buena Semana!