Estimados,
Israel celebró el 65° aniversario de su independencia y la Autoridad Palestina (AP) conmemoró la Nakba (desastre), ambos sin tratativas e igual de alejados como hace tres años.
Después de los Acuerdos de Oslo, firmados hace casi 20 años y que propiciaron la creación de la Autoridad Palestina en Cisjordania y Gaza, parecía evidente que el paso siguiente sería la creación de un Estado palestino independiente que pudiera convivir en paz y seguridad con Israel.
Supondría, simplemente, hacer realidad lo que la ONU decidió en su Plan de Partición de Palestina en noviembre de 1947, que debería llevarse a cabo con el final del Mandato británico sobre dicho territorio.
Pero no sólo que ello no ocurrió, sino que la población árabe de la zona volvió a recordar, como cada 15 de mayo, que en el año 48 del siglo pasado se produjo el gran desastre de su historia, la creación de un Estado judío y el destierro o la huída de 700.000 palestinos a países vecinos y a otros más alejados.
Así resulta que mientras unos festejan el inicio de una nueva realidad después de sufrir el mayor genocidio de la historia, otros rememoran el comienzo del período más triste de la suya.
Como cada 15 de mayo se multiplican los análisis sobre la situación actual del conflicto.
Los 700.000 refugiados de entonces se convirtieron, junto a sus descendientes, en más de cinco millones, son reconocidos como tales y todavía guardan esperanzas de volver algún día a su tierra. Ello a diferencia de cualquier otra lucha emancipadora conocida en la historia que nunca consideró ni admitió una realidad semejante por medios pacíficos.
Así como los judíos expulsados de España en 1492, muchos palestinos conservan las llaves de las casas que abandonaron de la noche a la mañana. Pero la dura realidad para ellos es que ni Israel aceptará su retorno ni la comunidad internacional considera que sea una idea positiva para llegar a un acuerdo definitivo.
La única solución posible, por lo tanto, es negociar el reconocimiento de tal situación, acompañado de una indemnización adecuada, y alcanzar el compromiso de que no volverán en masa a un hipotético Estado palestino ubicado en territorio israelí.
La fórmula de dos Estados para dos pueblos no sólo es la única que está sobre la mesa como solución pacífica al conflicto, sino que es la más justa. Es por ello un deber de la comunidad internacional seguir apostando por ella y presionar a las partes para que alcancen un acuerdo justo y duradero.
La alternativa a esa propuesta, tanto para israelíes como para palestinos, sería ahondar aun más el conflicto que podría conducir a una desgracia peor: la constitución de facto de un Estado binacional.
A Israel no le quedaría otra opción que ampliar los asentamientos judíos o anexionar Cisjordania, algo que varios partidos en el Parlamento ya se plantean, y cuyo resultado sería desastrozo. El Estado hebreo se expondría a afrontar el mismo destino que Sudáfrica en tiempos del apartheid, es decir, sanciones y aislamiento internacional.
En cuanto a la Autoridad Palestina, que ya consiguió ser aceptada por la ONU como Estado observador no miembro, el estancamiento de la situación podría empujar a la mayoría de su población a abrazar las tesis terrorista de Hamás y el regreso a la violencia. Una marcha atrás irracional que sólo conllevaría más muerte y destrucción.
A la vista está que Estados Unidos, a pesar de las promesas del presidente Obama y de los esfuerzos del canciller Kerry, no parece dispuesto a involucrarse demasiado en la búsqueda de una solución inmediata en momentos en que debe aportar respuestas concretas a los graves problemas internos que aquejan a sus ciudadanos.
En su pasada visita a la región, Obama ni siquiera planteó una iniciativa de paz propia y se limitó a insistir en la necesidad de que ambas partes deben retomar las negociaciones sin ningún tipo de condiciones previas, es decir, tal como lo plantea el Gobierno de Netanyahu.
Tanto Netanyahu como el presidente de la AP, Mahmud Abbás, trataron de comprobar si China, adonde ambos viajaron recientemente, podría convertirse en un nuevo posible mediador, pero a pesar de su interés por involucrarse cada vez más en los asuntos internacionales es difícil que la potencia asiática llegue a tener un papel relevante más allá de lo que pueda hacer en la ONU.
La Unión Europea, por último, debe mantener viva la fórmula de dos Estados. Para ello tendría que manifestar claramente su política contraria a la expansión de asentamientos judíos en Cisjordania.
En cuanto a la Autoridad Palestina, es necesario que acabe con la concesión indiscriminada de ayuda que sólo tiende a aumentar la corrupción en las esferas gubernamentales y decida - y controle - que toda contribución sea únicamente para desarrollar una economía sostenible que haga definitivamente viable la creación de un Estado palestino.
¡Buena Semana!