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Egipto de facto

Abdel Fatah Al SisiEstimados,

Si alguna duda había sobre el real poder de los militares en Egipto, lo sucedido en los últimos dos días la despeja por completo.

Bastó un ultimátum de 48 horas para que el Ejército, liderado por el general Abdel Fatah Al Sisi, se autoerigiera salvador de la patria y derrocara al presidente islamista Mohamed Mursi, elegido hace un año en las urnas, en medio de la esperanza popular desatada por la llamada «primavera árabe».

La conclusión es complicada. Los ciudadanos egipcios podrán votar para elegir a sus gobernantes y a sus representantes y hablar de democracia todo lo que quieran, pero, al final, los hilos del poder seguirán manejados de facto desde los cuarteles, tal como viene ocurriendo desde 1952, cuando los llamados coroneles libres pusieron fin a la monarquía del rey Faruk I.

Desde entonces, gobernó Gamal Abdel Nasser, un militar fundador del panarabismo que sólo dejó el poder cuando murió, en 1970. Ni siquiera su responsabilidad directa en la derrota en la Guerra de los Seis Días en junio de 1967 contra Israel, determinó que el pueblo exigiera su dimisión.  

A Nasser lo sucedió Anwar Sadat, otro militar que como presidente firmó la paz con Israel en 1978, y que pagó ese acuerdo con su vida en 1981, en un atentado ejecutado por terroristas islámicos.

Luego vinieron 30 años en el poder de Hosni Mubarak, ex comandante de la Fuerza Aérea, que gobernó hasta que los actuales generales le quitaron apoyo en febrero de 2011 ante la impresionante marea humana que exigía poner fin a su dictadura «legitimada» siempre en las urnas por el 98,9% de los votos.

En aquel entonces, una junta militar se encargó de la transición hasta la elección de Mursi, el candidato de los Hermanos Musulmanes, que ahora fue derrocado por el Ejército, apoyado por la oposición y por millones de personas en las calles decepcionadas de que la «primaveral» esperanza revolucionaria de 2011 se restringiera a leyes islámicas en lugar de ocuparse de reformas económicas y sociales.

Difícilmente un mandatario cometió en un año tantos errores como Mursi. Al alto desempleo y al mal estado de la economía se sumaron sus abusos de autoridad, como la imposición de una Constitución sin la participación de amplios sectores de la sociedad, el querer marginar a los militares de algunos puestos de poder y la pretendida islamización de una sociedad dispuesta trabajar y comer en lugar de entrar en el juego de los radicalismos religiosos.

Aunque lo último en perderse es la esperanza, la realidad histórica en el Egipto de los últimos 50 años enseña que sea quien sea el próximo presidente, su permanencia dependerá, una vez más, de la voluntad militar.

¡Buena Semana!