Estimados,
El golpe militar que derrocó y mantiene confinado al presidente de Egipto no es un éxito de las multitudes manifestantes en la Plaza Tahrir. Se trata de un fracaso doble porque delata el poder decisorio del Ejército en un conflicto civil y, además, otorga legitimidad al golpismo como instrumento de reivindicación popular.
Digan lo que quieran los portavoces salafistas, el cierre del cerco a Mursi, primer presidente egipcio elegido en las urnas, es tan lamentable como la dictadura islamista de su Gobierno.
El gopre de Estado militar prorroga sin plazo la explosiva provisionalidad de la vida nacional desde que Mubarak fue derribado hace más de dos años, suspende las garantías del sistema democrático y demuestra que muy poco cambió desde los acontecimientos que, en lugar de abolir una dictadura, la cambiaron engañosamente de mano a pesar de las proclamas de neutralidad política de las Fuerzas Armadas. Ellas mandaban con Mubarak, después con Mursi y siguen mandando con Adli Mansur, ungido presidente provisional con el dedo del general Al Sisi.
Lo positivo, quizas lo único del proceso de rebelión, fue demostrar a un presidente electo que ni siquiera él puede gobernar contra la voluntad popular, traicionando su propio programa electoral.
La hegemonía excluyente de los Hermanos Musulmanes durante el año de su mandato no estaba en las promesas ni en los compromisos de Mursi, que por entregarse a ellos perdió la confianza del resto del país y, con ella, la oportunidad de modernizar en libertad a toda la sociedad egipcia con el instrumento de la conciliación, en lugar de hundirla económica e ideológicamente según los principios del fundamentalismo islámico.
Tristemente, ni siquiera aquella demostración tiene valor. La última palabra fue de los militares.
Se repite, con razón, que el criterio occidental sobre libertad y pluralismo democráticos tiene poco que ver con su interpretación árabe.
Diferencias y matices aparte, el atraso menos opinable es la coerción de las armas garantes de una vieja mentalidad absolutista que no entiende de derechos humanos.
Así no hay cambio que valga. Con excesos cruentos, o sin ellos, todo es rotación de lo mismo. Pocas cosas escandalizan ya, pero no parece muy decente que personajes como El Baradei se postulen antes a la presidencia criticando el control civil del Ejércto, y lo apoyen ahora cuando creen ver una segunda oportunidad para llegar al poder.
En el cambio radical del mundo no parece haber llegado el momento de arrinconar el factor religioso-político que impide progresar en libertad a una enorme parte de la población.
Después del segundo festival deTahrir, Egipto sigue como antes, si no peor.
Si el poder no vuelve a ser civil, el resto es secundario.
¡Buena Semana!