Estimados,
Netanyahu, al igual que Groucho Marx, considera que la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después remedios equivocados. La diferencia entre ambos radica en que sólo Bibi es político y, por lo tanto, paga en sangre - y nosotros junto con él - el precio de sus concepciones.
Si algo le quedara de moral, después de las explicaciones de ayer a la nación acerca de la «necesidad de liberar terroristas asesinos palestinos» a fin de poder reiniciar el diálogo con sus líderes, «al cual sólo iremos sin condiciones previas», Bibi debería ir corriendo hasta la tumba de Itzjak Rabín para pedirle mil veces perdón por decir que «su Gobierno no es legítimo», por marchar públicamente delante de un ataúd donde se leía claramente «Rabín», y por ser uno de los incitadores principales al ambiente de violencia que llevó a su asesinato.
Imposible olvidar que nuestro hoy primer ministro demonizaba entonces a Rabín desde los balcones del Hotel Kikar Tzión en Jerusalén, como jefe de la oposición, mientras abajo la multitud enardecida vociferaba «A sangre y fuego a Rabín echaremos» al tiempo que levantaba carteles con Rabín vestido de SS.
Ayer, a diferencia de Rabín, ya no se trataba de una propuesta para poner sobre la mesa los asuntos más complicados de la negociación con los palestinos. En los últimos tres años Bibi nos viene asegurando en forma abierta que le ofrece al presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, un acuerdo basado en dos Estados.
Y todo para tratar de crear un ambiente de estabilidad y confianza, haciendo «necesarias concesiones que nos duelen a todos para dar la oportunidad de solucionar el conflicto y así llegar a un acuerdo estratégico para Israel en esta nueva realidad de Oriente Medio».
Y más de uno preguntará: ¿Acaso no es ese proceso similar al que pretendió iniciar Rabín al firmar los Acuerdos de Oslo. El primer ministro vilmente asesinado mantenía la idea que la solución de un conflicto donde pueden mezclarse fácilmente nacionalismos con religiones, tiene que transitar un camino largo y doloroso, durante el cual se debían desarrollar concesiones cuya relevancia establezca una confianza mutua entre las dirigencias de las partes en discordia, además de crear una atmósfera de credulidad entre los pueblos. Y todo ello sin liberar ni un sólo terrorista asesino de la cárcel. Y menos ciudadanos árabes israelíes, lo que constituye un antecedente muy peligroso en cuanto a nuestra definición de soberanía, la igualdad de los ciudadanos israelíes ante la ley y la legalidad de dicha decisión ante la Corte Suprema de Justicia
En aquella ocasión, los fundamentalistas de ambos bandos, conscientes de las renuncias que ese proceso implicaría, consiguieron atascar el avance de las negociaciones. El terror de los radicales palestinos y el asesinato de Rabín a manos de un ultranacionalista religioso judío, hundieron las esperanzas.
Más tarde, y ya dentro de un clima convulsionado, la ascención al Gobierno israelí de los opositores a Oslo, la segunda Intifada de Arafat, el unilateralismo de Sharón, el golpe de Estado de Hamás en Gaza, la Segunda Guerra en Líbano, las operaciones «Plomo Fundido» y «Pilar Defensivo» contra Hamás en Gaza, los cambios políticos en la región producidos por la llamada «primavera árabe», especialmente en Siria, Irán y Egipto, consiguieron acabar con cualquier intento sincero de diálogo.
Pero así como en 1993, también en la actualidad, el establecimiento de un Estado palestino en la gran mayoría del territorio de Cisjordania y Gaza y la paz definitiva con Israel son los objetivos de la estrategia de Bibi.
Un acuerdo final contemplaría intercambios de territorios tantas veces propuesto por líderes israelíes como Avigdor Liberman. Pero todo con diferentes matices. Dicho intercambio le permitiría a Israel mantener sus principales grandes centros de asentamientos en Cisjordania - Maalé Adumim, Gush Etzión y Ariel - a cambio de ceder a los palestinos porciones de terrenos equivalentes y fundamentales en otros puntos.
El último asunto, tal como lo veía Rabín, es Jerusalén, y es el menos aceptable también para la Autoridad Palestina. La posibilidad de que Bibi acepte que la ciudad sea dividida y que su parte oriental pase a ser la capital del nuevo Estado palestino, es nula. Pero también era nulo reiniciar tratativas con condiciones previas. Palabra de Bibi.
En su momento, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, transmitió a Abbás, la voluntad de Bibi de tratar temas fundamentales para reactivar el proceso y reanudar negociaciones sobre la creación de un Estado palestino. Las palabras «temas fundamentales» hablan por sí solas. Pero Abbás, debilitado desde el golpe de Estado de Hamás en Gaza, pretendía que Bibi, antes que nada, congele la construcción de asentamientos, admita como definitivas las fronteras de 1967 y libere prisioneros. Mientras tanto, llevaba a cabo acciones unilaterales en la ONU para obtener reconocimiento.
Estos argumentos explican también el accionar del Gobierno israelí, quien condicionó la implementación de cualquier acuerdo entre palestinos e israelíes a aquellos sitios en los territorios donde exista un Gobierno relativamente efectivo - aludiendo a Cisjordania - y viene insistiendo en que éste podría ser la base inmediata para reiniciar las tratativas.
De reanudarse las negociaciones, éstas se realizarían a 18 años del asesinato de Rabín. Pero en nuestra región ya está más que demostrado que nueve meses - los que nos pidió ayer Bibi - pueden ser una eternidad y que cualquier efecto desestabilizador puede acabar con la mejor de las intenciones.
Sin embargo, dicha estrategia adopta las bases primordiales de aquellas que Rabín pretendió establecer. De haber progresos, éstos podrían conducir a que los israelíes empecemos a recuperarnos del trauma que significó su asesinato, que los palestinos en Cisjordania comiencen a ver que su calidad de vida puede mejorar, que los palestinos en Gaza comprendan que el fin la marginación pasa por abandonar el terror y dialogar, y que tal vez, aunque sólo desde la fotografía, Rabín pueda volver a esbozar una tímida sonrisa de satisfacción.
Pueden estar seguros. Palabra de Bibi.
¡Buena Semana!