Estimados,
Cinco sismos menores en apenas una semana llevaron al Comando de Defensa Civil de Israel a decidir realizar proximamente un nuevo megaejercicio a nivel nacional que incluirá también maniobras contra supuestos ataques masivos desde el exterior.
Nuevamente las alarmas que se escucharán en todo el país no serán verdaderas. Los misiles no estallarán en Tel Aviv o Jerusalén. Los rascacielos en las ciudades no se desmoronarán, las bases de la Fuerza Aérea no se paralizarán, las centrales eléctricas no dejarán de funcionar. Decenas de miles de ciudadanos no se agolparán en las playas de estacionamiento subterráneas en busca de refugio. Quienes en estos casos no dudan en huir de las ciudades no bloquearán las autopistas. En el aeropuerto Ben Gurión no se aglomerarán israelíes orgullosos pero espantados para emprender la fuga de su patria.
Sin embargo, nadie debe autoengañarse; la situación de seguridad nacional no es buena. La retirada unilateral del Líbano condujo a un Israel amenazado estratégicamente desde el norte. La retirada unilateral de la Franja de Gaza provocó que el Estado hebreo se vea amenazado por misiles también desde el sur. La guerra civil en Siria potenció a Hezbolá de manera sin precedentes. El programa nuclear iraní amenaza la hegemonía militar de Israel y la seguridad de Oriente Medio.
Como resultado de ello, y a raíz del desarrollo y la innovación de sistemas sofisticados de defensa y ataque, Israel en 2013 se ve mucho más amenazado. La capacidad de accionar fuerzas de combate contra países enemigos u organizaciones terroristas, se limitó en gran forma.
El silencio es una calma ilusoria. El hielo es demasiado fino. Nadie sabe exactamente cuando se romperá.
Tan grave como la preocupación por programas nucleares o lanzamiento de misiles, es el peligro que produce la ocupación militar en Cisjordania. Día tras día los asentamientos se amplían; diariamente el conflicto en los territorios encrudece. La realidad dificulta cada vez más un acuerdo con los palestinos basado en dos Estados.
Debido a la ocupación, la situación demográfica del Estado judío se vuelve cada vez más insoportable y el afianzamiento moral es denigrante. Debido a la ocupación, la amenaza política se va agravando. El tiempo corre en contra de Israel.
La derecha no piensa así. Ella aún considera que fuera de uno o dos asuntos, todo marcha sobre ruedas. Bibi logró colocar el Irán nuclear en el orden de prioridades de Obama, la economía florece y la vida nos sonríe. Así como en los años '90 nos salvó la aliá de Rusia, y en la última década nos salvó el High Tech, en los años venideros nos enriquecerán los yacimientos de gas en nuestro territorio marítimo.
La esencia judía se demostrará nuevamente. Otra vez se aclarará que sabemos vivir también en situaciones extremas. Los profetas de la ira seguirán protestando, pero la vida se sobrepondrá. No hay nada que temer, no hay porqué apresurarse. Si no claudicamos, los palestinos se rendirán. Si no pestañeamos, Irán y Obama desaparecerán.
No hay de qué preocuparse muchachos, nos promete la derecha, el tiempo juega a nuestro favor. Una frase que ya escuché hace 40 años, y que cada vez que la vuelvo a oír siento en el cuerpo escalofríos o algo parecido a los sismos de esta semana.
El verdadero debate es sobre la cuestión de tiempo. La derecha confía que él sirve a nuestros intereses, dado que le permite sentar evidencias sobre el terreno; está convencida de que Israel fue creado como una realidad tangente, y como tal vencerá en cualquier instancia.
Eso no es verdad. Israel se estableció gracias a que sus fundadores implantaron los hechos en el terreno por un lado, pero también consiguieron el reconocimiento político de dicha realidad por otro. Israel se creó debido a que sus dirigentes comprendieron entonces cuándo el tiempo actúa en favor del sionismo y cuándo en su contra.
Sin embargo, en las últimas décadas, la percepción del tiempo se perdió; también la del equilibrio. Se creó la ilusión de que son suficientes el poderío militar y la prosperidad económica para asegurar nuestro futuro. Se estableció una disonancia peligrosa entre la realidad que aparece y la que se oculta a nuestros ojos.
Justamente, la aparente tranquilidad que nos brindan el Ejército, las fuerzas de seguridad y la alta tecnología, se vuelve a convertir, como hace 40 años, en un apaciguamiento peligroso que nos permite gozar de la vida sin poder ver las principales razones de la misma. Nos hace ignorar las verdaderas amenazas que se ciernen sobre nosotros.
El debate sobre el tiempo es cuestión de vida o muerte. Antes de la Guerra de Yom Kipur, nuestra dirigencia pensaba que había tiempo. Previo a la primera Intifada, consideró que había tiempo. También hoy, cuando la amenaza nuclear o de misiles y la prolongación de la ocupación son concretas e inmediatas, cree que aún hay tiempo, pero la verdad es que no lo hay.
Si no actuamos en contra del tiempo, éste nos golpeará duramente.
La alerta que no escuchamos es la alarma real.
¡Buena Semana!