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Cada uno con su Mandela

Nelson MandelaEstimados,

El renacimiento de Nelson Mandela como espíritu de los demócratas del mundo, luego de su muerte física, lleva a comentarios, actitudes y sentimientos. El mío entre muchos.

Me entristeció su fallecimiento, pues soy uno de esos ciudadanos del mundo que fui seducido por su capacidad de inclusión en un proyecto, siempre más abarcador de lo que podía mirar en primera instancia. Pero también me llenó de una profunda paz recordar momentos de proximidad intelectual y política con su figura.

El líder sudafricano dejó entre sus legados más importantes la demostración implícita de que es posible la reconciliación aun entre los pueblos cuya población está más polarizada, aun entre los segmentos sociales más contrapuestos, si hay la sana voluntad de dejar atrás, con firmeza de convicciones, el odio y la venganza.

La vida de Mandela fue una lección para los políticos en cuyas lenguas no consta la palabra entendimiento y prefieren caminar por los extremos.

Aquel hombre que inicialmente fue calificado de terrorista recibió después, muchos años más tarde con el beneplácito mundial, el Premio Nobel de la Paz, luego de haber logrado que sus conciudadanos negros aceptaran perdonar a sus opresores blancos por todo lo sufrido en los años temibles de la segregación racial.

Mandela logró que millones de africanos se alzaran contra los designios históricos, teológicos y filosóficos pensados por y para los europeos, en beneficio de una colectividad que aprendió a razonar desde su condición y realidad. Su notable evolución, desde ser un joven impulsivo, muestra que las primeras reacciones violentas, propias de la juventud cuando no tiene otros recursos para canalizar su deseo febril de acabar con la injusticia, puede transformarse con las canas en la apertura del cerrojo de las mentes obtusas de los gobernantes y de las sociedades, y el desarrollo de la historia.

Los 27 años de prisión, entre ellos 15 de confinamiento solitario, no cambiaron, según su propia afirmación, ni su corazón ni su cabeza, que fueron un símbolo fundamental y universal de los valores humanos, de la fortaleza del hombre como ejemplar emblemático de una idea de igualdad.

No será fácil que surja un nuevo Mandela - aunque lo necesitan a gritos palestinos, sirios y egipcios, entre muchos otros -, porque la humanidad avanza y las circunstancias cambian, o para expresarlo de otra manera, porque la historia tiene sus propias manifestaciones ligadas a la conjunción tiempo/espacio/hombre, una amalgama tripartita que no se repite nunca con exactitud, como las aguas del río de Heráclito que pasan y no vuelven, escenarios y actores parecidos, pero nunca completamente iguales.

Su forma de perennidad política será que logremos, los jóvenes y los que ya no lo somos, un mundo más tolerante, condición de posibilidad de algo más igualitario.

Concluyo con las palabras que pronunció Albert Einstein cuando fue asesinado Mahatma Gandhi, y que sin duda son aplicables también para Nelson Mandela:

«Las generaciones venideras apenas creerán que un hombre como éste, de carne y hueso, caminó alguna vez entre nosotros».

¡Buena Semana!