Estimados,
La semana pasada, las autoridades israelíes se manifestaron preocupadas con la recientes alocuciones navideñas del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbás, en las cuales declaró que «Jesús era palestino», y delegó la culpa sobre el Estado judío del éxodo de los cristianos en la zona.
Según Abbás, «dos mil años después del nacimiento del profeta Jesús Cristo en la ciudad palestina de Nazaret, los palestinos continúan viviendo en un país ocupado sin tener el derecho de rezar en su tierra natal».
Según expertos académicos, Abbás usó el término en un contexto histórico, aplicado a todos los que estuvieron en Tierra Santa en esa época sin importar su religión.
Las declaraciones de Abbás parecen ser parte de un largo intento por influir en la opinión pública mundial y fortalecer los lazos entre las versiones históricas palestina y cristiana.
Lo interesante del «descubrimiento» de Abu Mazen es cómo pudo suceder que filósofos e historiadores judíos, desde hace más de 1.900 años, no se percataron del mismo pudiendo adoptarlo de inmediato para así ahorrarnos una lista interminable de tragedias como consecuencia de haber sido acusados «ilegítimamente» de matar a Jesús sin siquiera haber existido como pueblo.
No deja de ser curioso el hecho de cómo hubieran reaccionado los palestinos a las acusasiones de la Iglesia de ser culpables de la muerte del Mesías sentado a la diestra del Señor por haber negado su calidad de tal.
Y nosotros, por nuestra parte, podríamos habernos ahorrado un sin fin de calumnias, expulsiones, pogromos, leyes raciales, antisemitismo, judeofobia y, quien sabe, hasta un Holocausto.
Esto también explica el tema de la lapicera que el Papa Francisco le regaló a Abbás en la reciente visita del mandatario palestino al Vaticano diciéndole: «Me parece que usted tiene algo muy importante que firmar».
Todos los medios enfocaron las palabras del Sumo Pontífice hacia un acuerdo definitivo de paz entre la Autoridad Palestina e Israel. Pero resulta que no; que las intenciones del Santo Padre eran que quería recibir las declaraciones de Abbás por escrito y firmadas antes de visitar Israel con un «documento de primera línea» en su carpeta para así excomulgarnos definitivamente de esa milenaria injuria y disculparse oficialmente ante nosotros con todo el mundo como testigo.
Todo estaría muy bien si no fuera que mi amada esposa, maestra ella, no hubiera salido de paseo con sus alumnos por los alrededores de nuestro kibutz hace unos 30 años atrás y, entre otras vivencias, no hubiesen encontrado varias monedas antiguas del Imperio Romano acuñanas por el emperador Vespasiano, que gobernó desde el año 69 hasta el 79 de nuestra era.
De un lado de la moneda puede leerse claramente el nombre del emperador y del otro las palabras «Judea Capta» (Judea Cautiva, en latín) además de ver la imagen de un legionario parado ante una mujer arrodillada (derrotada) y una palmera, símbolo de la región.
Dichas monedas se emitieron luego de que fuera sofocada la rebelión hebrea en la Provicia Judea (Yehudá, en hebreo), sí, sí, la misma en la que nació Yehoshúa (otro nombre hebreo milenario que significa redención), hijo de Miriam y Yosef (perdón, y del Espíritu Santo), quienes tuvieron que deambular de la Nazaret hebrea, luego de cerrar la carpintería, para llegar hasta Belén, una localidad de más de tres mil años de antigüedad perteneciente a la tribu hebrea de Yehudá (el cuarto hijo del patriarca Yaakov), de la cual era miembro el padre de Yehoshúa, para estar presente en un censo decretado por el entonces procurador romano.
Según la narrativa bíblica, en las afueras de Belén se encuentra la tumba de la matriarca Rajel, y de acuerdo con la misma, allí fue ungido el Rey David.
Es sabido que los emperadores acuñaban monedas especiales para engrandecer su imagen luego de episodios especiales a fin de aumentar su trascendencia. La rebelión de Judea fue la más sangrienta que tuvo que enfrentar el Imperio Romano, que se vio obligado a trasladar legiones desde Britania para reforzar sus tropas, lo que llevó también a un castigo fuera de lo común: la destrucción de la mayoría de Jerusalén, del Segundo Templo, y del destierro de toda la aristocracia hebrea.
Es por ello que decenas de miles de monedas con la inscripción «Judea Capta» fueron halladas en todos los países modernos de la cuenca del Mediterráneo, desde Portugal, en Europa, hasta Marruecos, en el extremo norte de África.
Sin embargo, y aunque a Abbás le cueste admitir, las maestras y los niños palestinos, vecinos de mi kibutz, con los cuales mantenemos muy buenas relaciones, nunca consiguieron hallar ni una sola moneda con la inscripción «Palestina Capta».
El porceder de Abu Mazen es una lamentable. Un pueblo que no conoce su verdadera historia difícilmente comprenderá el presente y le será muy complicado construir su futuro.
¡Buena Semana!