Estimados,
¿Alguien en Oriente Medio desea realmente medirse con la problemática creación de un Estado palestino? No. Y sin embargo, actualmente es posible establecerlo. Aunque cueste creerlo, todo depende de lo que digan y hagan Barack Obama y John Kerry.
En este momento, son los propios palestinos los que dudan de la idea de un Estado independiente. Sus élites políticas y sociales asegurarán a gritos que anhelan más que nada ver el final de la ocupación israelí. Sin embargo, la declaración de independencia de un Estado propio ya es otro cantar.
Los palestinos comprenden, por ejemplo, que al establecer su Estado tendrán inmediatamente que renunciar para siempre a los territorios que están más allá de sus fronteras. Son conscientes de que la fundación del único Estado soberano del pueblo palestino automáticamente echará por tierra el derecho al retorno, y saben que tendrán que depender económica y geopolíticamente de la buena voluntad de los países vecinos, en particular, y de la comunidad internacional, en general.
¿Y qué tipo de relaciones mantendrán los palestinos de Palestina con los de Jordania, Líbano e Israel? Nadie se ocupa de formular esa pregunta, ni mucho menos de responderla.
La OLP siempre se definió a sí misma como un movimiento de liberación nacional - liberación de la ocupación israelí - y no como una corriente de resurgimiento nacional. A excepción de unas pocas personalidades, como el ex primer ministro de la Autoridad Palestina, Salam Fayyad, la OLP pasó por alto la cuestión del establecimiento de un futuro Estado; nunca mostró prisa por fundarlo. Esto es particularmente cierto en el caso de Hamás, la Yihad Islámica y sus aliados.
Lo que busca la actual dirigencia palestina son logros diplomático tangibles como poner fin a la construcción de asentamientos y liberar a sus prisioneros de las cárceles israelíes. Desde su perspectiva, ambas situaciones constituyen una herida abierta y una constante provocación por parte de los judíos. Más allá de eso, y en lo que a ellos respecta, las negociaciones con Israel pueden durar eternamente.
Tampoco los países árabes y musulmanes desean realmente que los palestinos tengan un Estado con un régimen inestable; más un Estado árabe dividido política y geográficamente que se agregue al desorden actual en Oriente Medio. De haberlo querido, habrían hecho lo posible para establecerlo hace mucho tiempo. Oportunidades no faltaron.
Además, la indiferencia acerca del sueño de un Estado palestino soberano fue un elemento perceptible durante la llamada «primavera árabe». Un 95% de los manifestantes a favor de la democracia no hizo ninguna mención a Palestina. En verdad, a ellos no les importó en absoluto. Un sistema gubernamental verdaderamente democrático, con separación y autonomía de poderes, que garantice derechos individuales, tampoco es el ejemplo que más desean ver en Egipto, Siria, Arabia Saudita, Líbano, Irán, Yemen, Sudán o la Franja de Gaza.
A su vez, los partidos de centro e izquierda israelíes, y el mismo primer ministro Netanyahu, aseguran defender el establecimiento de un Estado palestino junto a Israel y apoyar la solución de dos Estados. Sin embargo, ésto no constituye más que otro caso de simulación y autoengaño. Un Estado palestino implica, por ejemplo, la división de Jerusalén. ¿Pero acaso alguien propuso un plan concreto sobre cómo ejecutar paso a paso tal partición? Ni siquiera la llamada «Iniciativa de Ginebra». Implica además la evacuación de unos 100.000 residentes en los asentamientos judíos considerados «alejados» en Cisjordania y su absorción en Israel. Pero tomando como ejemplo la desconexión de Gaza ¿alguien planteó hasta ahora un proyecto práctico para llevar a cabo eficazmente dicha acción?
Un Estado palestino contempla además una serie de compensaciones territoriales mucho mayores. ¿Alguien se puso a pensar en las dificultades inherentes a la ejecución de tales movimientos? Decir es una cosa; hacer es algo muy diferente y complicado. De la boca para afuera, nos mostramos plenamente comprometidos con la fórmula de dos Estados, mientras en otra dirección ya aumentamos a casi 500.000 la población judía en Cisjordania.
La mayoría de los israelíes todavía presienten que la ocupación es perjudicial para el Estado judío. Les gustaría acabar con ella de algún modo, digamos milagrosamente, y así liberarse de los palestinos sin tener que andar pensando en lo que vendrá después. Ariel Sharón logró realizarlo en Gaza. Pero, ¿y en el caso de un Estado independiente vecino, con cruces fronterizos, control territorial completo, aeropuerto, tránsito seguro hacia todas sus ciudades y aldeas y con soberanía en Jerusalén? Eso ya es ir demasiado lejos.
La Unión Europea aprobó no pocas medidas en favor de la solución de dos Estados, pero no hizo nada para ponerlas en práctica. Los estadistas europeos aprendieron de la Guerra de los Balcanes que lo mejor sería evitar el reconocimiento de pequeños estados separatistas con un potencial explosivo constante. Para la UE, lo ideal sería un estable y pacífico Oriente Medio que pudiera suministrar petróleo y gas con impecable puntualidad.
Entonces, ¿Quién necesita un Estado palestino? Sólo Estados Unidos. Después de múltiples fracasos en Oriente Medio - Egipto, Siria, Irak, Irán, Libia y Yemen, entre otros -, Obama y Kerry requieren de manera urgente un resultado positivo en su política internacional que les permita mantener un pié fijo en la región.
Ambos dirigentes ya establecieron a Palestina en sus discursos, la reconocieron aunque la vetaron en la ONU, delinearon sus fronteras y se comprometieron a ayudarla, como podremos ver cuando presenten el acuerdo marco. Tanto el presidente como el secretario de Estado la consideran un ancla para su política y una conclusión a un conflicto que quieren resolver por razones estratégicas, ideológicas, económicas y hasta religiosas.
Palestina es, por lo tanto, una empresa casi exclusivamente estadounidense.
Demasiado poco para los requerimientos de la zona.
¡Buena Semana!