Tsaga Malko (46), nacida en Etiopía en el seno de una familia judía y que llegó a Israel cuando tenía 16 años, cuenta que la comunidad etíope, que estos días está protagonizando protestas contra la discriminación y la violencia policial siempre sufrió por racismo.
«A veces me paran por la calle para preguntarme si puedo ir a limpiar una casa. Piensan que como soy negra, etíope, me dedico a la limpieza», cuenta esta periodista.
Alega que los israelíes de origen etíope sufren «mucho racismo», pero reconoce que no son la única comunidad del país víctima de este mal.
«Otros grupos judíos, como los de países árabes, sufrieron discriminación y los árabes de Israel casi están en una situación peor», dice.
Locutora del servicio de la Voz de Israel en amárico, Malko cree que Israel «no es un país racista, en cuanto al Estado y a las leyes», pero entre sus ciudadanos «sí existe mucho racismo».
Explica que en Israel hay colegios que se niegan a aceptar a alumnos etíopes por su origen. Lo denuncia en su libro «Lo Bebeit Sifreinu» («No en nuestra escuela», en hebreo). «Sólo el 26% de los israelíes está dispuesto a vivir en un edificio donde haya etíopes», advierte.
Los etíopes de Israel, cuya comunidad es denominada Beta Israel (de Beit Israel, Casa de Israel), están en pie de guerra. Llevan días de protestas contra el racismo y la violencia policial.
El origen de las manifestaciones fue la brutalidad utilizada por un policía contra un soldado etíope en la ciudad de Holón, vecina de Tel Aviv. Los hechos se grabaron en un vídeo que circuló en las redes sociales y provocó protestas que acabaron en enfrentamientos con la policía, con heridos y detenidos.
El incidente del soldado Damas Pakedeh no es el primer episodio de racismo institucional contra los etíopes, que no se consideran una minoría porque pertenecen a la mayoría de los ciudadanos judíos de Israel, pero sólo representan el 2% de la población.
Una buena parte de la comunidad etíope de Israel, integrada por unas 130.000 personas, desempeña profesiones que no requieren formación y están muy mal remuneradas. Además, sufren una alta tasa de paro: un 60% entre los mayores de 45 años.
«El principal problema de los inmigrantes judíos etíopes fue su bajo nivel de formación. Cuando llegué a Israel tenía cien grados de diferencia con los adolescentes de mi edad», recalca Malko.
«Hoy en día, los alumnos etíopes de escuelas e institutos han nacido en Israel y reciben la misma educación que sus compañeros. Aún así, a menudo provienen de familias con un nivel de formación muy bajo y necesitan refuerzo extraescolar», explica Malko, activista de la ONG Ethiopian National Project (ENP).
Esta ONG presta asistencia escolar a alumnos etíopes, dirige centros de jóvenes, cursos de formación en liderazgo, talleres para padres de alumnos y becas para la universidad.
En un centro escolar del barrio Yud Alef, en Beer Sheva, hay unos 1.200 estudiantes de los que 140 son de origen etíope y siguen el programa de ENP.
«Se les proporciona refuerzo en matemáticas, inglés y hebreo, en grupos reducidos de alumnus», explica la periodista.
«Los niños etíopes de esta ciudad son más de 900 y el 52% vive bajo el umbral de la pobreza. También ocurre en otras ciudades de Israel. Muchos adolescentes abandonan los estudios y corren el riesgo de acabar en bandas de delincuentes o volverse adictos a las drogas», agrega.
«Para intentar evitarlo, ENP tiene 22 centros juveniles en todo el país. Allí los jóvenes disponen de una pequeña biblioteca, sala de juegos, de televisión y de ordenadores. También asisten a talleres que los ayudan a adquirir conocimientos sobre la historia común del pueblo judío y acercarse a la otras comunidades judías, con las que no tuvieron contacto durante siglos».
«Para mi era muy extraño ver judíos blancos, creía que todos eran negros. Pero los judíos blancos poco saben de nosotros», comenta.
«Es triste que en Israel no se conozca nuestra historia, quiénes somos, nuestras tradiciones», lamenta Malko, que llegó a Israel tras un largo periplo.
«Fuimos de Etiopía a Sudán a pie. Luego a Grecia y de allí a Israel», relata Malko. Su familia fue una de las pioneras en realizar el viaje hacia Israel a través de Sudán, donde se calcula que murieron al menos 4.000 judíos etíopes intentando cumplir su sueño de «marchar hacia Jerusalén».
Los primeros judíos etíopes llegaron a Palestina bajo mandato británico en 1934, junto a judíos yemenitas que viajaron desde Eritrea. Entre 1963 y 1975, un pequeño grupo de hombres de la comunidad Beta Israel visitó el país con un visado turístico y se quedó.
Estas personas consiguieron regularizar su situación y algunos pasaron por un proceso de conversión porque las autoridades religiosas de Israel no los consideraban realmente judíos.
No obstante, en 1973, el Gran Rabino Sefardí de Israel, Ovadia Yosef, certificó que los judíos de Etiopía eran descendientes de la Tribu de Dan, una de las diez tribus perdidas del pueblo judío y reconoció su «carácter judío».
En abril de 1975, el gobierno israelí declaró la aplicación de la Ley del Retorno a la comunidad Beta Israel.
Malko se queja de que aún hay israelíes que no consideran a los etíopes como realmente judíos. Sus líderes religiosos, los keissim, no están reconocidos como rabinos.
La gran mayoría de etíopes llegaron a Israel en dos grandes olas: la Operación Moshé (1984) y la Operación Shlomó (1991). La segunda fue espectacular: el gobierno hebreo, con la asistencia de organizaciones, sacó en 36 horas a 14.325 personas de Etiopía en 34 aviones de El Al a los que se les quitaron los asientos para que cupieran más pasajeros.
Malko recuerda que «al llegar al aeropuerto, en Migraciones, me quisieron cambiar mi nombre, pero me negué a pesar de las discusiones con el funcionario enojado.
La periodista lamenta que a lo largo de los años, la comunidad etíope fue perdiendo una parte de su esencia para intentar integrarse en la sociedad israelí.
«Los jóvenes son los que se enfrentan a un mayor problema de identidad, comen falafel e injera (pan típico etíope)», indica.
«Quieren que borres tu pasado para construir tu future. Es una pena porque lo bueno es combinar ambas cosas», sentencia.