El director del Ballet Nacional del Sodre, el aclamado bailarín argentino Julio Bocca (48), es un hombre feliz con lo que hace. Se retiró de la danza hace siete años, en su plenitud, desde hace ya más de seis que vive en Uruguay y desde hace cuatro que dirige el Ballet Nacional, al que empuja sin cesar hacia arriba, convencido del gran potencial que hay en ese país y de lo mucho que tiene la compañía para dar.
Esta entrevista fue publicada originalmente en octubre del año pasado en «Semanario Hebreo» de Uruguay. Mientras tanto, recibimos la buena noticia de que Bocca y la compañía llegarán el próximo mes de octubre a Israel para seis presetaciones, cuatro en Herzlía, una en Yagur y otra en Beer Sheva.
Es por ello que aprovechamos la oportunidad para publicar nuevamente el reportaje.
- Julio, me resulta especialmente emocionante tener la posibilidad de este encuentro contigo. Hace unos meses se cumplieron cinco años desde que estás al frente del cuerpo de baile del Sodre, ¿cómo te ha tratado Uruguay?
- La verdad es que no me puedo quejar de nada, al contrario, ya hace más de seis años que estoy viviendo acá y estoy muy feliz. Me gusta mucho la ciudad, la gente es muy educada, me da mis tiempos, mis libertades. En Montevideo está la rambla, tan maravillosa, me gusta estar en contacto con el mar, me siento muy a gusto. Siempre me gustó la tranquilidad y acá me ofrecían eso y de golpe también salió esta posibilidad de dirigir el Ballet Nacional de Uruguay, que lamentablemente no estaba en sus mejores condiciones cuando lo tomé. Tenía muchos problemas desde el incendio (del Estudio Auditorio del Sodre, hoy Auditorio Nacional Adela Reta, en 1971) fue decayendo y nunca tuvieron el apoyo que quizás ahora estamos teniendo.
Al comienzo fue un trabajo bastante arduo. Cuando vinimos por primera vez al teatro junto a Gerardo Bugarín, el gerente de la compañía, visitamos esta misma oficina, pero no había nada. Estábamos con una mesa de arquitecto que era de él, un banquito y nada más, y no había luz. Una de las cosas que dijimos fue: «Empezamos y nos instalamos. No importa cómo». Y fue lindo porque como que uno estuvo en el comienzo del proceso durante el cual se fue construyendo todo lo que ves ahora. Otra gran cosa fue también que nos dieron la posibilidad de poder hacer audiciones todos los años para elegir a los bailarines que a mí me parecía que tenían la posibilidad de crecer y hacer el repertorio que yo creía que esta compañía podía llegar a trabajar y hacer. Eso también es una suerte, porque no había nada programado.
- Tábula rasa, sólo podés crecer.
- Exactamente, uno puede programar desde cero. Hay cantidad de ballets y de obras que no se han visto, no sólo clásicas sino también contemporáneas, de grandes coreógrafos del siglo XX y del siglo XXI. Tengo un abanico de posibilidades para programar de acá a 20 años más, tranquilamente.
Todas esas cosas fueron de un lado una tranquilidad para mí, porque yo quería que esta compañía siguiera siendo la compañía clásica que siempre fue, pero había que incorporar todo un repertorio nuevo que es el que hacen ahora las grandes compañías del mundo. Al mismo tiempo había que ganarse al público, recuperar un público que la compañía había perdido.
- Y eso lo sentías claramente; que el público se había alejado.
- Sin duda. Yo iba a ver funciones y como mucho había cinco personas en la audiencia. Era cuestión de recuperar, de que el público volviera a confiar en el trabajo que estábamos haciendo. Al comienzo, por supuesto, como Julio Bocca dirigía todos venían a ver y se llenaba todo, pero ya a partir del primer semestre se hacía más difícil porque había que demostrar que lo que se hacía era de calidad y excelencia.
Poco a poco llegamos a los cuatro años donde ya hacemos producciones acá. En «El Corsario», por ejemplo, escenografía, tocados, telones, vestuario, todo salió de los talleres que fuimos recuperando. Son talleres que estaban, pero muertos, no se trabajaba de la forma en que hay que trabajar ahora. Hoy hay talleres muy buenos dentro del auditorio donde podemos tener las propias producciones uruguayas, con escenógrafos, diseñadores y vestuaristas uruguayos. El dinero que se invierte en eso queda en el país, a no ser cosas que no se puedan conseguir, como telas o algo muy especial, que se trae de afuera.
Todo eso se fue acomodando y ahora hay una compañía, tenemos nuestras cuatro temporadas.
Para «El Corsario» se vendieron más de 20.600 entradas. Luego «El Mesías», de Mauricio Wainrot, con casi 15.000 entradas vendidas y «Don Quijote» con más de 20.700. El público ya se acomodó al cambio: se estrena un programa y ese mismo día se ponen a la venta las entradas para el próximo, y la gente se acostumbró a comprar con tiempo, cosa que antes tampoco pasaba, dejaban todo para el último día. Saben que las entradas se agotan.
- Recordemos que el 12 de diciembre se estrenará «La Bayadera», que estará en escena hasta el 27.
- Así es, de la coreógrafa rusa Natalia Makarova. La verdad que estoy muy feliz. La compañía poco a poco va creciendo, hay mucha gente joven, mucha gente talentosa.
- ¿Cuánta gente hay en total en el Ballet Nacional?
- En total son 65 bailarines. Tenemos dos salas de estudio, kinesiología, tienen sus camarines, todo un teatro donde trabajar, un escenario. Todos los años hacemos giras nacionales, hemos hecho giras internacionales.
- Me parece captar en tus palabras, que aparte del éxito profesional sentís orgullo porque todo esto se esté haciendo en Uruguay. Recién recalcabas que funcionan acá los talleres, destacabas todo lo que se hace acá…
- A mí me pone orgulloso en el sentido de que es lindo que cada país tenga su compañía y se pueda hacer las cosas, que la gente que vive en él tenga la posibilidad. Para los estudiantes está la posibilidad de tener una compañía donde trabajar, siempre y cuando también pongan la cabeza, el esfuerzo y la disciplina que se necesita para estar al nivel. Y la posibilidad para el público de ver cosas de categoría y no siempre cuando vienen de afuera o cuando ellos salen del país. Si se pueden hacer acá, porque hay gente talentosa que está descubriendo cómo pintar un telón, cómo liberarse de saber la perspectiva, la luz, e ir improvisando. Vestuaristas, todas las que están trabajando nunca hicieron un tutú, es algo nuevo.
Me siento orgulloso. Aparte me gusta tener otra compañía de ballet en la región. Acá tengo el 50% que son uruguayos, el resto son bailarines de Argentina, Paraguay, Brasil, Perú, Venezuela, Japón y España. Que sea una compañía que abra posibilidades. Que defiendan lo suyo; yo también defiendo lo mío; pero también tener esa libertad de que gente de afuera tenga orgullo de venir a buscar un trabajo de allá lejos, tan lejos como queda Uruguay, pero que tenga un trabajo de excelencia, con un repertorio muy importante, con grandes producciones clásicas y contemporáneas, con coreógrafos como Ji?í Kylián, William Forsythe, Nacho Duato, George Balanchine, Antony Tudor, Anna-Marie Holmes, Natalia Makarova; este año Kenneth MacMillan, Maurice Béjart. Son grandes coreógrafos del siglo XX, y estamos empezando a traer grandes coreógrafos del siglo XXI.
Todo eso se puede hacer acá. Me siento orgulloso por ser parte de eso. Y también aprendí muchísimo, porque no sabía dirigir; uno aprende a dirigir, sobre todo a tanta gente y tantos bailarines.
- Aprendés como director, tras haber sido bailarín; y siempre se sigue aprendiendo, también a los 47 ¿verdad?
- Por supuesto. Los jóvenes tienen otra vivencia, otras cosas. Están creciendo con otra forma de vida, con otras cosas mucho más servidas, sin tanto que buscar. Quizás antes nosotros no teníamos las comodidades que tienen ahora.
Uruguay por elección
- ¿Aprendiste algo de tu «vivencia» uruguaya?
- Estoy aprendiendo a dirigir un ballet, a tener menos ansiedad, pero eso también va con el ritmo de vida y el carácter. Creo que por ese lado es por el que más aprendí.
- ¿Dónde entra acá el pedido de nacionalidad uruguaya?
- Pasa por una cuestión de comodidad, porque estoy viviendo acá y elegí el país para vivir; y también quiero tener más derechos. Mi pareja es de Uruguay y es una forma de tener algo más estable, por decirlo así. Para mí, es el primer país donde realmente vivo. En toda mi vida me pasé 80 días al año en Buenos Aires, casi tres meses en Nueva York y el resto viajando. Es la primera vez que estoy desde el 1º de enero hasta el 31 de diciembre en un país, en una casa, en un lugar físico.
- Y eso va bien con el deseo de tranquilidad.
- Eso va bien con mi deseo, con lo que siempre busqué y aquí me lo están dando. Este es otro ritmo de trabajo. Ojo, cuando estaba en ese ritmo de trabajo para mí era normal, ahora lo veo de afuera y me pregunto «¿Cómo hacen?». Yo sé que no podría volver a eso. Pero son etapas de la vida que uno va pasando, estoy muy feliz de lo que hice antes y de lo que estoy haciendo ahora. No sé qué va a pasar de aquí en adelante.
- ¿Te ves viviendo en Uruguay hasta los 120?
- Por ahora me veo acá, por ahí me veo en Uruguay pero quizás más afuera, en el campo, cerca del mar. Me veo sí en lugares cada vez más tranquilos y más alejados de la gente. No soy muy sociable, como verás. En cuanto a lo que vendrá, veremos cómo se dan las cosas.
La magia del escenario y el público uruguayo
- Volviendo a tu comentario anterior de que no sos muy sociable ¿Cómo conciliar entre la magia del escenario, a la que estás expuesto desde muy jovencito, y ese afán de tranquilidad, de calma? ¿Alguna vez sentiste que chocan ambas cosas?
- No. Lo que pasa también es que cuando estaba bailando estaba mucho tiempo solo, porque viajaba solo, y tenía mi tranquilidad. Nunca me gustó eso de la gran exposición, pero sí veía que era parte de lo que estaba haciendo y lo tenía que aceptar. Quería que la danza fuera conocida, fuera popular, y en ese marco yo era el conocido, era parte de todo ese mundo que tuvo los logros que se consiguieron. Por lo menos en Argentina el ballet es popular gracias a lo que uno hizo, eso me pone feliz.
- Si podés bailar bien y sabés que hay gente que lo aprecia, ¿es lo mismo para ti bailar en el Sodre, en el Colón, en el Kirov de San Petersburgo, en Londres, en París?
- Sí. Era lindo estar bailando; estar arriba del escenario era un placer para mí, pero porque a mí me gustaba, no porque lo hacía por la gente que estaba ahí. Por supuesto que también lo hacía por ellos, porque de otra manera no podía estar, pero cuando se abría el telón disfrutaba de mi personaje y de lo que me gustaba hacer, que era bailar.
- ¿Ahora ya no bailás para nada?
- No. Pero la verdad es que no lo extraño; estoy muy bien como estoy. Tomo clases a veces con la compañía, para mantener la figura, pero no extraño, estoy muy bien y muy feliz dirigiendo, me gusta mucho lo que estoy haciendo. Es otra etapa que mi físico agradece (Risas); es un desafío, pero me gusta. Me gusta estar con los bailarines, compartir mis experiencias y transmitir lo que aprendí. Lo disfruto muchísimo. Y también me gusta estar atrás de un escritorio y dar órdenes, sí.
- O sea que además de antisociable, sos un poco tirano.
- Soy sí, totalmente. Acá algunos me dicen el dictador.
- Podría ser un buen título para un ballet.
- Sí; puede ser (Risas).
- Hablando de distintas etapas, quizás el uruguayo promedio, aunque feliz de tener al director Julio Bocca, se puede haber decepcionado un poco por perder al Julio Bocca bailarín.
- No; creo que ya no. No hice ninguna encuesta, pero creo que de a poco la gente se fue acostumbrando. Quizás al principio sí fue esa cosa de «¿Y, no vas a volver a bailar?», pero después de casi siete u ocho años, ni me acuerdo.
- Uno va a todo tipo de espectáculos y muchas veces, al ver a la gente parada aplaudiendo, me pregunto qué sentirá el artista sobre el escenario cuando ve que toca tantos corazones, toca una fibra de la gente.
- Es una sensación rara de explicar. Cuando sabés que terminás te sentís maravilloso y querés ver cuál es la respuesta de la gente, y cuando vienen esas ovaciones decís «¡Guau!». Pensar que a uno, que quizás tenía problemas o no, por un momento el espectáculo lo llevó a otro mundo y eso mismo sintió la otra persona. Es algo mágico, raro, no siempre pasa.
- Te iba a preguntar justamente cómo es el público uruguayo. Cómo lo presentarías.
- Es muy educado, muy respetuoso. No frío, pero respetuoso. Quizás para un espectáculo más popular no, pero para el ballet sí.
- ¿Por pensar cuándo hay que aplaudir, cuándo se puede y cuándo no; cosas por el estilo?
- Sí; o quizás no aplaudir porque capaz que le molesta al artista, yo sentía siempre esas cosas. Sin embargo, acá en las funciones el público es muy parejo y al final siempre es muy efusivo; en el medio aplauden como corresponde, pero es al final cuando ves efusividad; a no ser que el artista en algún solo haga algo maravilloso, ahí la gente ovaciona. Depende mucho del artista, de lo que le da en el momento.
Una vida de ballet
- Julio, empezaste muy chiquito con esto, a los cuatro años. Y pienso qué privilegio le da la vida a uno de dedicarse a lo que ama, ¿no?
- Totalmente.
- ¿Cómo era tu vida de pibe, tan chiquito, haciendo algo que te gustaba?
- Lindo, para mí era natural levantarme a las seis de la mañana, irme a la Escuela Nacional de Danza, hacer la escuela primaria, terminar con la escuela del Teatro Colón y volver a las 11:00 de la noche. Y en todo ese período viajaba una hora y media de ida, y una hora y media de vuelta. Para mí en esa época era la vida común y corriente de un niño.
- Qué fuerte. Pensaste que así debía ser.
- Claro; no era el único; éramos muchos. Pensaba que todos haríamos lo mismo, ellos también estarán todo el tiempo estudiando y haciendo cosas. Para mí fue normal y siempre era feliz porque estaba haciendo lo que me gustaba. Aparte ir de la provincia de Buenos Aires a la capital para mí era otro mundo. No todos los de la provincia pueden ir a la capital, no tenían esa posibilidad de ir. Para mí era descubrir cosas nuevas todo el tiempo.
- Y esa normalidad que describís de forma tan linda, ¿quiere decir también que no te sentías un niño prodigio, como otros te veían?
- No. No. Tuve la suerte de tener una familia en la cual el arte estuvo siempre presente; entonces para mí era una cosa normal, cotidiana, no me sentía diferente a los demás. Quizás la primera vez que dije «Guau, tengo un poco de posibilidades, me veo diferente, me están dando», fue cuando estuve en Venezuela, con 14 o 15 años. Ya me daban roles, y pensé «hay algo más que me están dando en otro país». Me ayudó más que nada a ponerme a trabajar diferente, quizás con más fuerza, con más seriedad. Para mí siempre había sido un juego.
- Y ahora te gusta también estar atrás de un escritorio, como más formal y ordenado.
- Pero de chico también jugaba con los sellos, con las tapitas con el sello de mi mamá, que le ponía tinta. Ahora tengo mi sello, es más moderno (Risas).
- Y aquello que para vos era un juego, ¿lo sentías en algún momento también como un trabajo?
- Hubo una etapa en la que me sentía obligado a hacer cosas porque había firmado un contrato y no porque tenía ganas. Pero también fue una etapa de seis o siete años sin vacaciones; era todo el tiempo trabajo. Y fue ahí cuando aprendí que no. Pero en ese momento te llaman de la Ópera de París, del Bolshoi, del Kirov, vení para acá, vení para allá, ¿cómo les voy a decir que no?, ¿a qué le voy a decir que no? Después descubrí que uno dice «no», descansa, y no es que no te vuelven a llamar. Llega un momento en el que estuve más seguro y tuve mis dos semanas de vacaciones. En el momento que aprendí a decir que no, dije: «Me tomo dos meses, no quiero saber más nada». Contraté un mes de vacaciones en las Islas Turcas y Caicos, en el Caribe, en el Club Med Turkoise, de esos que tenés todo incluido, y a los 10 días me volví; extrañaba horrores. Era como que me faltaba el ballet, hacer clases, ensayar, bailar. Volví y empecé enseguida. Concluí que dos semanas es un tiempo justo y todos los años me tomaba mis dos semanitas. Después fue todo placer de nuevo.
- ¿Se puede hablar de un momento en el que entendiste que esa es tu vida: el ballet?
- Creo que lo entendí desde chico, porque fue algo que elegí ya entonces, nadie me obligó. Siempre estuve seguro de lo que iba a hacer.
- Me acuerdo que cuando estuviste en Tel Aviv años atrás te pregunté en una rueda de prensa qué le recomendarías tú a chicos que sienten que tienen una vocación y quizás van contra las expectativas de los padres. Ahora, con todos estos años recorridos, ¿qué consejo les darías?
- No sé si es un consejo, pero mi experiencia es que amaba lo que estaba haciendo, era ponerle todo el corazón, disfrutar, aprender, estar. Más que a los chicos les diría a las familias que tienen que apoyar lo que el niño quiere hacer. Sea danza, sea lo que sea. Lo importante, y lo más difícil en la edad de los pequeños, es ese apoyo familiar a lo que él quiere hacer. Y darse cuenta también, porque quizás es algo que dura un momento y después pasa y se lo obliga a seguir porque ya empezó. También que sepan que es una profesión difícil, larga, y en la que ni bien empezás a estudiar, entre los siete y los diez años porque más tarde es más difícil, ya es una carrera profesional. También estar preparado porque sabés que es una carrera en la que te torcés un pie y no podés seguir, por eso siempre les digo que hay que terminar los estudios, porque quizás llegás y nunca tenés la posibilidad, pero por lo menos estás preparado para dar un cambio en tu vida y hacer otra carrera. Eso es muy importante.
- ¿Te pasó?, ¿te sucedió que puedas estar imposibilitado de bailar?
- Y sí; tengo nueve operaciones. Tengo meniscos, ligamentos, costilla, dedo. Todo por la danza.
- ¿Pero porque hiciste algo mal o es un desgaste natural?
- No; no te olvides que cuando empezás a estudiar vas contra la naturaleza; la naturaleza te pone los pies normales para que puedas caminar, pero el trabajo de cadera, flexibilidad, apertura, todo eso es antinatural. Trabajás con eso: cuando saltás y caés, tenés que hacerlo con delicadeza. El pie, los meniscos, y las rodillas para nosotros son los lugares más riesgosos por la posibilidad de lastimarnos en cualquier momento. Lo mío fue más que nada porque le exigí a mi cuerpo; hacía a veces 200 funciones al año; a la tarde en Londres y a la noche en Italia, o porque estás alimentándote mal o porque estás cansado, o por los cambios de clima. En esa época no teníamos el piso flotante especial de goma; a veces era con declive o había agujeros en el escenario, millones de cosas pueden causarte una lesión. Eso no quita lo maravilloso que es, porque suena terrible todo lo que te estoy diciendo, pero es maravilloso.
- ¿Y eso lo seguías sintiendo en 2007 cuando te retiraste?
- Claro. Sentí que ya había dado lo máximo que podía dar; me quería retirar en lo mejor de mi carrera, que la gente me recordara y preguntara «¿cuándo vuelve?» y no «¿cuándo se va?». Y también porque, como hice tanto, estaba muy lleno. Necesitaba dedicarme un poco más a mi otra parte de mí, fue esa la decisión. También ya era un momento en el que físicamente había obras que ya no podía hacer, ya no me daba. Un bailarín ya a los 35, 40, empieza a sentir diferencias. Por supuesto que artísticamente quizás es el mejor momento, por la sensación que tenés y el amor; eso lo sigo teniendo, la emoción.
- ¿Dirías a otros que si ya no se emocionan quiere decir que se les terminó?, o sea, ¿uno tendría que emocionarte siempre antes de subir al escenario?
- Sí; son carreras en las que tenés que tener la emoción. Tiene que haber algo más que hacer todo a la perfección.
- En hebreo hay una expresión: «sentir mariposas en el estómago».
- Sí; es esa cosa de revoloteo. Tenés esas cosas, porque aparte lo nuestro es en vivo. Por ejemplo, ahora la orquesta no toca y se pone una grabación, un cantante puede hacer playback o acomodarse un poco la voz con los nuevos aparatos, pero en lo nuestro no podés poner un video; la gente no viene a ver eso.
- Viene a ver la magia…
- Sí. En los últimos años vos me veías antes de la función y a veces estaba con que me dolía la rodilla, o el pie, pero en la función no sé si era la adrenalina o la emoción, no me dolía nada. Me venías a ver cuando terminaba la función y tenía los pies sobre hielo, la rodilla tapada de hielo porque estaba hinchada y demás. Lo que hace el escenario, esa magia que tiene, es que te olvidás de todo, estás ahí y no te duele nada. Ojalá la vida fuera siempre así, lamentablemente no.
- Julio, ¿tenés aún sueños por cumplir?
- No; creo que son metas. Por supuesto, que esto siga creciendo, me gustaría que esta compañía tenga una base cada vez más fuerte, más firme; poder sacar cada vez mejores bailarines, que la Escuela Nacional - donde también hubo un cambio - dé bailarines para la compañía; que se pueda viajar mucho más. Personalmente nada, poco a poco encontrar para el futuro mi lugarcito en el mundo para poder vivir frente al mar o en una montaña lindísima con una vista espectacular, un atardecer, y disfrutar del vinito y esas cosas.
- ¿Te pasa cuando hacés las audiciones que decís «Este va a ser el próximo Julio Bocca»?
- No, nunca me gustó ver que alguien sea igual que yo. Quiero que cada uno busque su personalidad. Pero sí pasa que uno a veces ve a alguien y se dice «este tiene un potencial, tiene futuro, puede llegar lejos». Pero después depende de esa persona. Uno como maestro le puede enseñar, exigir, pedir, pero cada uno tiene que tener cabeza en cómo incentivarse y tener esa disciplina, esa conducta de querer mejorar, de búsqueda. El talento no alcanza.
- Por lo que habías empezado a decir antes, no quisieras que te imiten.
- No, no; aparte a veces cuando te dicen «Pero vos sos Julio Bocca, por eso me lo decís así, yo no sé si puedo (hacer determinada cosa)», les respondo: «¿Por qué no?, quizás sos mejor. Si no lo probás, ¿cómo sabés?»
A Israel, en octubre
- Julio, ¿alguna otra cosa que quieras agregar?
R: Sí; que posiblemente el año que viene estemos con el Ballet del Sodre en Israel. Iremos también a Italia y Tailandia, entre otros. En 2015 cumplimos 80 años y haremos una linda gira. Existe la posibilidad de viajar a Israel y se está por confirmar.
- Ya lo estoy disfrutando. ¿Qué recuerdos tenés de aquella presentación tuya en Tel Aviv, que ya mencioné antes, hace años?
- Te diré ante todo que estuve dos o tres veces; dos seguro. Y los recuerdos son maravillosos, el público fue fabuloso y también recuerdo algunas cositas que pasaron, como que una bailarina de tutú no encontró la salida y se fue por el público. Yo no la había visto, estaba bailando mi solo, y me contó después lo que hizo y me daban ganas de matarla, pero me causaba gracia por lo que había pasado. El calor con el que nos recibió la gente para mí fue maravilloso. Me acuerdo que también estuvimos en otra época, cuando estaba en otra compañía, y mis compañeros estaban en la playa y yo estaba sufriendo, porque tenía que hacer de Quijote y me cuidaba mucho, eso lo tengo presente.
- Y un público efusivo, ¿verdad?
- Muy, muy efusivo, también me sorprendió; a veces uno tiene imágenes o cosas…
- Sí, claro, de israelíes preocupados sólo por el conflicto, cosas así…
- Si, igual, me sorprendió que en Jerusalén cuando hacíamos los recorridos tuviéramos que pasar por los detectores de metal, como en los aviones. En esa época era algo extraño, pero veías como todos vivían normalmente, y veías que a la gente le fascinaba el ballet. Una mezcla rara, pero linda al mismo tiempo.
Cuando nos dijeron de ir a Israel dijimos «Qué bueno, tenemos que ir al Mar Muerto, tenemos que hacer esto y aquello». Anotar todo lo que queremos hacer.
Mis visitas a Israel fueron una muy linda experiencia. La verdad que con ganas de volver, estamos como «¡Vamos, vamos!». Que bueno será si se hace.
- Va a estar lleno; y no sólo de uruguayos.
- Podés empezar a avisar que llegaremos.
- Ya empiezo a avisar. Gracias Julio por esta oportunidad de conversar contigo. Me encantó.
- Gracias a vos.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay
Ballet Nacional del Sodre - Director: Julio Bocca
Presentaciones
Herzlía - Eijal Omanuiot Habamá - Jabotinsky 15 - Miércoles 14/10 y jueves 15/10 - 20:30 hs; viernes 16/10 - 13:00 hs; sábado 17/10 - 21:00 hs.
Tel: 1-700-70-29-29 / 09-972-9945 (Sra. Orit)
www.hoh-herzliya.co.il
Kibutz Yagur - Beit Iad Lemeguinim - Lunes 19/10 - 20:30 hs.
Tel: 04-984-8172 (Sra. Smadar)
www.yadal.co.il
Beer Sheva - Mishkán Omanuiot Habamá - Sderot Reger 41 – Martes 20/10 - 20:30 hs.
Tel: 08-626-6400 Ext. 1 / 08-626-6402 (Sra. Shiraz)
www.mishkan7.co.il
Programa: «Fiesta para los sentidos y el amor»
- «Sin palabras», del autor español Nacho Duato con música de Schubert - El eterno círculo entre el amor, el humor y la muerte.
- Amor supremo y romántico en el dúo escultural con coreografía del autor argentino Oscar Aráiz para el «Adagietto» de Mahler.
- Fiesta de amor y pasión en la suite clásica de «Don Quijote».
* Los teatros ofrecen dos tipos de localidades, cuyos precios originales son de NIS 299 y NIS 269.
Ver video:
https://www.youtube.com/watch?v=UNCRGlJhIvI&feature=youtu.be