El profesor Shlomo Ben Ami (72) vivió en Tánger hasta los doce años. Después hizo aliá a Israel con su familia. Creció en un kibutz y, tras hacer el servicio militar, se fue a Oxford a estudiar Historia. Allí fue alumno de Hugh Thomas y discípulo de Raymond Carr.
A su regreso de involucró en la academia y en la política israelí. Fue embajador en España, ministro de Exteriores durante el gobierno laborista de Ehud Barak y protagonista de las reuniones de Camp David organizadas por Bill Clinton en el 2000.
De todo aquello le quedó una certeza: la paz con los palestinos es imposible a menos que la comunidad internacional obligue a las partes a ceder.
Escribió los libros «Israel, entre la guerra y la paz» y «¿Cuál es el futuro de Israel?».
Actualmente dirige en España el Centro Internacional de Toledo para la Paz, desde donde asesora a distintos gobiernos e instituciones.
- ¿Cuál es su opinión sobre la posición de Netanyahu de declarar Israel como Estado-nación del pueblo judío, lo que tuvo ya consecuencias políticas. Si esa ley saliera adelante, ¿qué consecuencias tendría en el conflicto entre israelíes y árabes?
- Creo que es un ejercicio de política doméstica. Nada más. Los palestinos saben bien cuáles son las posturas de Netanyahu, y saben que siempre les exigió que reconozcan a Israel como el Estado judío, cosa que es innecesaria y redundante. Netanyahu es un político más que un estadista y todo lo hace de cara a sus electores. Ellos están encantados con las cosas que dice. Pero al día siguiente de que salga esta ley, nada habrá cambiado en la vida de israelíes judíos ni de los israelíes árabes.
- ¿No cree que denigre a los árabes que viven en Israel?
- Creo que genera un clima que no es muy bueno. A estas alturas nadie duda de que Israel sea un Estado judío: no hace falta legislar sobre ello. Esa decisión sólo responde a la radicalización del Likud, que parece tomar ideas del Tea Party norteamericano. Eso sí, esa ley no beneficia a los israelíes ni, por supuesto, a su imagen en el exterior.
- Después de Camp David, en el 2000, usted repitió en entrevistas y artículos que con Arafat era imposible llegar a un acuerdo. ¿Lo es con Abbás? ¿Lo es con Netanyahu?
- Al término de aquellas negociaciones fui muy duro con Arafat porque me sentía frustrado. Tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Arafat era una figura complejísima, y yo, a diferencia de los otros políticos israelíes, traté de mostrarle siempre respeto. Creo que él, en su psicología, biológicamente, incluso, era incapaz de aceptar un Estado judío. Tenga en cuenta que era uno de los líderes más populares del mundo. En 1974 se presentó en la ONU con un revólver en el cinturón y nadie le dijo nada. Además, siempre le dio miedo llegar a un acuerdo; tenía miedo del día después. ¿Qué iba a ser de él si llegara la paz con Israel? Se tendría que conformar con ser el presidente de una pequeña porción de tierra, de un país pobre y desesperado. Y aquella perspectiva no le seducía nada.
- Pero Arafat murió y las posturas siguen igual de alejadas, o más.
- Es que israelíes y palestinos jamás van a llegar a un acuerdo entre ellos. Y nuestro fracaso no es técnico. El problema está en la misma esencia del conflicto. La paz exige quebrar el código genético del conflicto. Si fuera una cuestión de territorios, un asunto inmobiliario, sería fácil. Pero está la ética, la religión, la moralidad, distintos modos de ver el mundo. Lo que hay entre israelíes y palestinos son muchos temas intangibles: lugares sagrados, certificados milenarios de pertenencia. Si yo le contara cómo fueron las negociaciones en Camp David no lo creería: aquello parecía un seminario académico, con Clinton rebuscando en las estanterías de su biblioteca para dilucidar, con un libro de historia, a quién pertenecía un terreno o un monte, o si las mezquitas eran anteriores o posteriores a las sinagogas.
- ¿Qué solución queda, entonces?
- La solución tiene que venir de la comunidad internacional. Que Estados Unidos, que en los últimos veinte años fue capaz de formar tres alianzas para la guerra, forme para este conflicto una coalición por la paz.
- ¿Y en esa alianza qué papel jugarían los países árabes? ¿Y Europa? ¿Y Rusia?
- Estados Unidos es la nación indispensable. Europa y Rusia tendrían que completar el cuartero junto a la ONU. Sin Europa no va a ser posible; en particular sin Francia y sin Reino Unido, los miembros del Consejo de Seguridad. Rusia es fundamental. Estuve hace unas semanas con Putin y otros miembros de su Gobierno. Le pregunté esto que usted me pregunta. Le dije que, ya que últimamente tiene tanto interés en Oriente Medio, podría hacer algo por la paz entre Israel y los palestinos. Me dijo algo muy coherente con su política actual de regreso a la Unión Soviética; me dijo que sólo le preocupaba el millón de judíos rusos que viven en Israel. Esa respuesta, que nos puede parecer una tontería, no lo es teniendo en cuenta las políticas étnicas que está llevando a cabo. Por otro lado, es importante que participen también algunos países árabes como Arabia Saudita, Jordania o Egipto, porque los palestinos serían incapaces de hacer concesiones de otro modo. Ellos necesitan la legitimidad de la familia árabe.
- ¿A qué concesiones se refiere?
- Por ejemplo, la cuestión de los refugiados. Abbás no puede decirle ahora a su pueblo que el regreso de los refugiados no es posible. Desde un punto de vista ético o moral puede que fuera lo más justo, pero no va a ocurrir. Ningún líder palestino tuvo el coraje de decir esta simple verdad a los suyos.
- Usted habló de un «Plan Marshall» para reconstruir Gaza como condición indispensable para la paz.
- Lo del Plan Marshall lo decía sobre todo Shimón Peres. ¿De dónde saldrá ese dinero? De Oriente Medio; es ahí donde están los millones, pero falta la voluntad política. Lo que ocurre es que ese dinero está en los bancos de Londres, en Qatar; está invertido en cosas más extravagantes. Hay que acabar con esa idea de que Israel es el único malo aquí. Estoy de acuerdo con que Israel comete errores, y a intentar evitarlos dediqué mi vida y mi carrera profesional. Pero hay otros más malos. Todo el mundo habla del bloqueo de Israel a Gaza, pero el mayor bloqueo es el de Egipto, que está destruyendo toda la zona de Rafah, todos los túneles. Y hay que entender las sensibilidades de Israel: ¿Debemos proporcionar a Gaza cemento y hierro cuando sabemos que lo utilizan para fabricar túneles y misiles?
- En un artículo reciente lamentaba la imagen que tienen los judíos fuera de Israel y hablaba de un retorno del antisemitismo a Europa.
- Creo que el antisemitismo nunca desapareció. Tiene sus altibajos. En ese artículo escribí que la protesta justificada contra las políticas del Gobierno israelí está utilizando métodos antisemitas. Yo estaría dispuesto a unirme a una manifestación de apoyo a los palestinos. Pero cuando en esa manifestación se pisotean banderas de Israel, se queman sinagogas, como en Francia, o se pide, como ocurrió en Alemania, que se reactiven las cámaras de gas, me siento desconcertado. Cuando empezó la guerra de Irak yo estaba en Londres y hubo una gran manifestación en Trafalgar Square. Fui con mi esposa y lo que percibí allí fue un clima de violencia contra los judíos, gritos e insultos contra Israel, que no sé muy bien qué papel jugaba en todo aquello. Es sorprendete que hoy una persona progresista, de izquierda, pueda hacer causa común con un miembro del Estado Islámico en una manifestación.
- En ese mismo artículo dice que a los israelíes les cuesta entender por qué cinco millones de refugiados y 200.000 muertes en Siria tienen mucha menos gravitación en la conciencia occidental que los 2.000 palestinos muertos en la operación «Margen Protector» contra Hamás en Gaza.
- Es triste, pero es así; No vi manifestaciones frente a la embajada de Siria y en cambio sí que veo las embajadas israelíes bajo asedio cada vez que ocurre algo en Gaza. Por eso les digo a los palestinos que no se crean que el mundo se interesa por ellos. Al mundo no le importa los palestinos, sólo mira hacia allí porque estamos involucrados nosotros. El fenómeno judío está latente en la conciencia occidental. El relato del conflicto árabe-israelí tiene esa impresionante repercusión porque forma parte de una historia mucho más grande y esa historia es la presencia de la cultura judía en la civilización occidental.
- ¿Qué obstáculo representa el Estado Islámico en el camino hacia la paz?
- Es un obstáculo mayor. Acaba de decir el rey de Jordania que la guerra contra el Estado Islámico es una tercera guerra mundial. El islam está en una crisis de civilización porque es incapaz de afrontar los desafíos de la modernidad. Lo que vemos en Oriente Medio es lo que vimos en Europa, por ejemplo, en la Guerra de los Treinta Años, que acabó con la creación del Estado Moderno. La cuestión es si la solución pasa por la intervención de occidente, lo que supondría la interrupción del ciclo histórico. Europa tardó muchos años en superar sus guerras de religión, y después dos guerras mundiales, para acabar siendo un continente civilizado.
- ¿Es posible que el mundo árabe, que ahora está en esa etapa de lucha, la supere con la ayuda de bombardeos y ataques desde Occidente?
- No lo creo. Hay que dejar al mundo árabe y ayudarlo en lo que podamos, pero sin intervenir con violencia. El desafío es suyo, no nuestro.