El escritor israelí Etgar Keret (48) no tardó mucho en descubrir que los cuentos que le contaba su padre no eran normales. Años antes de convertirse en el principal ícono de la narrativa moderna en hebreo, siendo sólo un niño, escuchó grandes historias donde los protagonistas eran prostitutas y borrachos.
Su madre pensaba que comprar un libro era equivalente a consumir pizza o hamburguesas para cenar, algo que hacían los padres vagos: las historias debían ser creadas con esfuerzo y ella siempre dejaba volar la imaginación.
Sin embargo, su padre - carente de inventive - contaba sus propias experiencias del pasado. Y no eran los típicos relatos de una familia común.
Abuelos muertos en la Shoá, su madre sobreviviente del Gueto de Varsovia, su tía asesinada bajo tortura nazi porque se negó a delatar dónde se escondía su familia, las dificultades para emigrar a Israel...
Esos retazos de historias parecían demasiado fuertes para un niño y fueron reemplazadas por las anécdotas de los tratos mafiosos de su padre para conseguir armas italianas y combatir al Mandato inglés en Palestina de principio de siglo XX.
Al convivir con mafiosos en prostíbulos de su propiedad, porque no tenía para pagar alquiler, su padre había sentido por primera vez que nadie lo perseguía por ser judío. Los recuerda como años felices.
Esas historias le enseñaron a Keret a amar la condición humana, a ponerse en el lugar de los demás, incluso criminales, y a cultivar el amor al cuento como la forma de acceder a la narrativa de los otros y acercar posiciones en el marco del conflicto entre israelíes y palestinos, que parece no encontrar puntos de encuentro.
«El problema principal es que los dos pueblos se ven a sí mismos como el mártir principal de la época moderna. Lo que define a una víctima es que no le importa el dolor del otro, sino demostrar que su sufrimiento es más grande», define este autor que ya fue traducido a más de 10 idiomas, en el marco de un diálogo en el cual reclama que más que una búsqueda ideal de paz se le dé oportunidad a un acuerdo, un pacto entre israelíes y palestinos en el que se necesitarán importantes renuncias y concesiones de ambas partes.
- ¿Cuál puede ser la función del cuento para intentar entender al otro?
- En la vida cotidiana, el otro es un adversario: quiere ocupar mi lugar en el estacionamiento, me va a ganar el jeans del estante, me hará esperar más en la fila. La vida es una lucha, no tengo el lujo de ser empático. Pero el otro también tienen sus sueños, el cuento me permite verlo. La función del cuento es defender al género humano. Al leer «Lolita» uno no está defendiendo al pedófilo, pero puedo entender qué siente. «Crimen y castigo» me permite entender qué siente el asesino.
- Hablas de que existe una victimización de ambos pueblos ¿por qué ocurre eso?
- La definición de un ser humano como víctima es una deshumanización, decir que eres una sola cosa te disminuye como ser humano. Hay líderes que piensan que entender al otro es una expresión de debilidad. Para las próximas generaciones no es suficiente conocer nuestra narrativa, sino también las palestinas.
- ¿Los libros pueden generar cambios políticos?
- La fuerza de la literatura existe pero es débil, si no me quieren escuchar no va a influenciar en lo absoluto. No hay un libro que pueda detener una bala. Tengo ideas muy diferentes a las del Gobierno de Netanyahu, pero no quiero convencerlo sino ingresar la duda en sus ideas. La literatura puede confundir y eso es algo muy moral, la fuerza más peligrosa es la inercia y el automatismo. Si puedo escribir un texto que permite ver el mundo desde otro punto de vista y que se haga una pregunta que no se había hecho, podemos diferir en la respuesta pero ya dejará de ser un robot.
- ¿Nuestra sociedad en Israel se acostumbró a vivir en guerra?
- La normalidad es algo que no conocemos. El israelí sabe que no es agradable la guerra pero aprendió que se puede sobrevivir. La paz es algo con lo que no convivimos. Cuando te dicen que hubo un atentado al lado de la escuela de tu hijo, quizás empiezas a llorar y cuando averiguas que está todo bien, levantas la cabeza y alguien te ocupó el lugar del estacionamiento; y terminas discutiendo con él. Esos pasos radicales de un estado al otro son lo más natural.
- ¿Cómo se percibe la posibilidad de acuerdos de paz en nuestra sociedad?
- Mi hijo en la escuela le pide a Dios por la paz, como si no fuera algo que hay que lograr con sudor y lágrimas. Esperamos que nos sea entregada como un regalo, algo que depende de las alturas, como si habláramos del clima. Por eso propuse hablar de un acuerdo posible antes que la debilitante palabra paz, con una connotación mesiánica. La responsabilidad con los palestinos es conjunta pero nosotros somos más responsables porque somos más fuertes. Tenemos un Estado más estable, estamos en una situación de privilegio y tenemos que hacer un esfuerzo mayor. Los palestinos e israelíes cuando ven «Star Wars» se identifican con Luke Skywalker, el bueno, los dos creen que el otro es el oscuro Darth Vader. Eso debe cambiar. Entender al otro no es debilidad.