El joven director de cine Basil Khalil logró que su sencillo cortometraje «Ave María», una comedia que cuestiona desde el humor los dogmas religiosos en Israel y la Autoridad Palestina (AP) esté nominado a los Óscar.
En medio del desierto en Cisjordania, cinco monjas cristianas con voto de silencio reciben la inesperada visita de una familia de colonos judíos cuyo coche se estrella contra el convento en el que viven, minutos antes del comienzo del Shabat.
Ese es el punto de partida de una historia de encuentros y desencuentros entre algunas de las caras más visibles de Oriente Medio (israelíes, palestinos y la religión), una zona en la que brilla por su ausencia la paz.
«Cuando naces en Israel o en Cisjordania puedes nacer siendo un judío, con todos los beneficios que eso conlleva, o cristiano, musulmán o druso, sin ninguno» valora Khalil.
Este árabe israelí de 34 años, hijo de padre árabe y madre británica, nacido en Nazaret, lamenta que nada más llegar al mundo «te asignan enemigos, te asignan una causa vital y no puedes ni elegirlo ni cuestionarlo. Esto realmente me molestaba».
«Pero sí que podemos elegir el nivel de reglas y leyes con las que vivimos y nos comunicamos con otros habitantes de la misma tierra. En mi película, animo al espectador a que se cuestione estas reglas ¿vale la pena la agonía que causan?, ¿son realmente cuestiones de vida o muerte?, ¿podemos vivir como iguales sin todas esas pautas que nos separan?. La respuesta es sí, podemos», afirma.
En «Ave María» combina este elemento innato en su vida, la religión, con otro igualmente ineludible, su identidad palestina que le vincula a un conflicto también protagonista de su primera y única obra «en condiciones» antes de «Ave María», llamada «Venganza de Ping Pong» («Ping Pong Revenge») sobre una partida de este deporte entre un israelí y un palestino bajo supervisión norteamericana.
«Lo hice durante la universidad con algunos amigos y creo que me costó 20 unos dólares», bromea.
Sus padres, muy conservadores, limitaron su educación cinematográfica a grandes producciones de Hollywood como «Ben Hur», «Los Diez Mandamientos» o «Lawrance de Arabia», peculiarmente superpuestos con películas de Walt Disney.
Años después, trató de explotar su inspiración en Londres, donde ahora reside, pero sus trabajos como autónomo en televisión no le dejaban demasiado tiempo para escribir sus propios guiones, así que decidió darse un respiro.
«Madrid fue mi destino. Es una gran ciudad, relajante, donde encontré tiempo libre y escribía mis guiones mientras mantenía otros trabajos», explica.
Allí se gestó «Ave María» en colaboración con Daniel Yáñez, medio español medio portugués, y conectado con la ciudad que le abrió las puertas al gran mercado que es El Rastro, de donde sale parte de la decoración que aparece en el cortometraje, incluida una controvertida pata de jamón.
El popular rastrillo madrileño «¡es un lugar increíble para que los directores encuentren utilería!», señala.
Después, la puesta en escena se hizo parte en Haifa y parte en las afueras de Jericó.
«Teníamos dos días para grabar en Cisjordania, en medio de un campo de minas y tierra de nadie cerca de la frontera con Jordania. Estaba controlado por el Ejército israelí y, sorprendentemente, conseguimos un permiso de seis horas para grabar», relata.
A pocas semanas de la entrega de los premios más mediáticos de la industria cinematográfica, Khalil recuerda el momento en que supo que su documental entró en la lista de los diez cortometrajes escogidos para competir en esta categoría en los premios de la Academia estadounidense.
«Estaba en la línea de seguridad de un aeropuerto en Bruselas justo después de los atentados de París de noviembre. Quería gritar de alegría pero pensé que era mejor estar callado, especialmente con un nombre árabe. Realmente tenía un aspecto sospechoso, estaba sudando y no paraba de temblar», rememora.
Este joven director reconoce la transcendencia que tiene y tendrá para su vida el ser, ya para siempre, «un nominado a los Óscar».
«Hace un año estaba deprimido porque tenía una película en la que creía pero que nadie quería enseñar en sus festivales porque era demasiado política y controvertida», afirma.
Finalmente, la producción palestino-franco-alemana «con identidad cultural y artística palestina» encontró la financiación necesaria para salir adelante y, desde su presentación en mayo de 2015 en la sección oficial del Festival de Cannes, compitió en 65 festivales en 30 países, ganando 14 premios y recibiendo excelentes críticas.
Khalil podrá entrever el próximo 28 de febrero en Los Angeles el futuro que le espera a su filme.