Gal Lusky, nacida en el kibutz Hukuk, ex azafata, no creía que llegaría hoy a estar viva. Es que la actividad humanitaria que despliega desde hace más de dos décadas, la lleva asiduamente a sitios peligrosos de los que jamás tiene certeza que logre salir.
Ya a mediados de los '90 participó en diferentes misiones humanitarias en el exterior, en zonas de desastre, pero fue en 2002 que tomó la decisión de abocarse plenamente al tema, formando su propia organización, «Israel Flying Aid», que fundó y dirige hasta hoy.
En dicho marco, muchas veces bajo identidades falsas y ocultando ineludiblemente la Estrella de David que tanto orgullo le da, llega no sólo a recónditos lugares del mundo en los que hay víctimas de terremotos o inundaciones esperando su ayuda, sino también a países árabes y musulmanes, donde sabe que podrían matarla si supieran realmente de dónde viene.
Su actividad le ha valido ser elegida para encender una de las antorchas en el acto central del Día de la Independencia de Israel el año pasado, en el Monte Herzl de Jerusalén, junto a otros ciudadanos destacados en sus respectivas actividades, todos bajo el lema «israelíes que abren caminos».
Este es un resumen de la conversación que tuvimos con Gal, una de esas personas que es un privilegio conocer y a la que honra poder escuchar.
- Gal, estás al frente de una organización humanitaria muy especial, que si bien no es la única en Israel, tiene la particularidad de ir a sitios muy riesgosos. Antes de entrar en eso, me gustaría que me digas cuánta gente trabaja contigo y quiénes son.
- Te diré que tengo 1.200 curriculums de gente que quiere participar, que ya he aprobado. Pero el núcleo central son entre 80 y 110 personas. Tengo gente que en su vida normal son chefs, enfermeras, médicos. Tengo judíos, beduinos, drusos, cristianos, musulmanes, todos egresados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), todos orgullosos de ser israelíes, que se sienten afortunados por no haber nacido en otro lado, por haber nacido en Israel.
- ¿Cómo explicarías cuál es el norte, la declarada misión de «Israel Flying Aid»?
- Nuestra organización se dedica a salvar vidas, no a prestar ayuda ni a rehabilitación, sino que interviene únicamente en la fase de salvar vidas en catástrofes y conflictos. Decidimos expresamente concentrarnos en los países con los que Israel no tiene vínculos diplomáticos y más que nada en lugares que prohiben la introducción de ayuda a su territorio luego de catástrofes naturales, choques o guerras. Los gobiernos que actúan de esa forma utilizan la tragedia como un arma de destrucción masiva. El Consejo de Seguridad no los condena aunque por ley, impedir la prestación de ayuda constituye un crimen. Si el soberano decide matar de hambre a sus ciudadanos o impedir que reciban asistencia médica, está cometiendo un crimen.
- ¿Por qué ir especialmente a los países con los que Israel no tiene relaciones diplomáticas?
- Porque Israel, como Estado, ya hace un trabajo extraordinario en la prestacion de ayuda donde le permiten ir cuando hay necesidad, como por ejemplo lo que hizo en Haití y en Japón a raíz de los desastres en dichos países. Y es muy importante que el mundo vea a nuestros soldados salvando vidas, cuando viajan en el marco de la Unidad de Rescate de las FDI. Y yo no compito con eso, no quiero eximir a Israel de su responsabiidad como Estado. Estoy convencida de que Israel, como país, tiene que hacer todo lo que está a su alcance para ayudar donde puede y donde le permiten. Pero yo opto por llegar a los otros lados, porque allí, el Estado no puede estar y hacerse presente. Pero además, Israel ha alcanzado una madurez tal que permite a sus ciudadanos ayudar donde quieran y a quienes quieran, cuando ello es necesario. Eso es democracia. Y a mí, Israel siempre me ha permitido prestar ayuda, aunque entro a países a los que desde un punto de vista legal, no estoy autorizada a entrar.
- Entiendo que una de tus consideraciones es también que tu organización va a sitios que reciben menos ayuda de otros lados.
- Así es. Vamos en general a países donde hay amenazas a asociaciones civiles. De todos modos te aclaro que también he tenido el privilegio de ir a ayudar en lugares en los que las FDI se encontraban con su delegación; y fue un honor colaborar. Así fue por ejemplo en Haití y en ocasión del huracán Caterina en Estados Unidos. Allí aparecía abiertamente, claro, con mi identidad israelí. Pero en países hostiles a Israel trabajamos con otra identidad, nos cubrimos para trabajar a fin de preservar la vida del equipo. La meta es prestar ayuda; no recibir crédito por lo que hacemos o dificultar al receptor de la ayuda que pueda realmente recibirla. Tomamos medidas para que el país que recibe la ayuda, pueda hacerlo con comodidad.
- Entiendo que lo que buscan no es que nadie les diga «gracias», pero debes considerar bastante injusto que no se sepa lo que hacen, en el lugar que lo hacen, y justamente por la hostilidad del gobierno local o por posiciones religiosas en dicho lugar.
- Es cierto; duele tener que ocultar nuestra identidad. El periodista Dani Kushmaro del Canal 2 de la televisión israelí, lo definió bien: «En el mejor de los casos, no te quieren, y en el peor de los casos, te odian». Pero yo digo que en realidad no me odian a mí o a Israel sino que odian a una identidad amorfa que alguien les definió y construyó. Hay lugares en los que revelo mi identidad cuando siento que tengo la capacidad de cuidarme a mí y al equipo. Y las reacciones son a veces emocionantes.
- ¿Por ejemplo?
- En Indonesia construimos una mezquita temporaria para 1.200 fieles porque la que tenían se había desmoronado. Cuando nos disponíamos a cortar la cinta de inauguración, el Mullah local me pregunta «¿de dónde son ustedes?». Le respondí que será mejor ponernos de acuerdo en que él no tiene que saber de dónde vengo sino que tiene que saber que me siento honrada por haber podido hacer algo por él. «Le diré que vengo de un lugar en el que es obligación permitir a cada uno orar a quien él elige, en forma digna». Entendió enseguida y me dijo «Y ahora ¿cómo puedo agradecerte?». Le contesté que lo único que le pido es que de esa mezquita específica, salgan únicamente plegarias por la paz, y no como de tantas otras de las que sale veneno contra nosotros. Empezó a llorar, me tomó las manos - algo que como sabemos un musulmán tiene prohibido hacer y me dijo: «Peace, Inshalla (Ojalá), Amén. Now leave». O sea, ahora váyanse. Captó qué significa tener a 18 israelíes en medio de la oración musulmana. Claro que no es fácil ir a construir una mezquita de la que es probable que salgan palabras de incitación. Lo que le digo a nuestros voluntarios es que Hamás dispara cohetes desde mezquitas, escuelas y hospitales, y que nuestros lineamientos deben mantenerse firmes, que no podemos ser como ellos. Eso sería la mayor victoria de los terroristas.
- En ese caso sentiste que podías permitirte al menos dar a entender de dónde venías, sin decirlo explícitamente. Pero en aquellos sitios en los que eso sería inconcebible ¿no hay momentos en los que te preguntas qué estoy haciendo aquí? Es que en muchos lugares del mundo pueden necesitar tu ayuda. ¿Por qué ir a lugares en los que te odian por ser judía e israelí?
- Para mí, el «nunca más» significa estar orgulloso del Estado judío que construimos. Hemos desarrollado una potencia en muchos aspectos; y cuando ando por países árabes, miro a mi alrededor y veo las diferencias abismales entre su situación y la nuestra; eso me da mucha fuerza, porque veo lo que hemos logrado. Y es a partir de esa entereza emocional que puedo prestar ayuda también ahí, aunque no me quieran. Estoy segura de cuáles son mis límites, no tengo miedo y pienso seguir ayudando y salvando a quienes pueda.
- Sería mejor si pudieras ayudar y también revelar que eres judía, con lo cual quizás podrías tocar varias almas y sensibilizarlas respecto a la visión de Israel y los judíos. Pero me imagino que te tienes que tragar todo muchas veces.
- Lamentablemente, así es. Pero hay también situaciones que terminan muy bien. En Cachemira, Pakistán, tuve un caso hermoso. Había ayudado a un grupo de Cachemira en una zona terrible y cuando me fui saqué una remera con una Estrella de David. Estábamos sólo yo y el jefe del grupo local. Le revelé que soy de Israel, me saqué lo que me cubría la cabeza y le dije que había sido un honor para mí trabajar con él. Siempre llevo una Estrella de David o una remera y los escondo. Quizás eso en algún momento me mate.
- ¿Qué te dijo ese hombre?
- El jefe del grupo era de la oposición local. 400 mil mujeres y niños habían sido protegidos por él. Me dijo «qué idiotas los israelíes, yo podría haberte matado». Le respondí «bueno, mátame ahora, tengo media hora». El dijo que mi tono cínico estaba fuera de lugar y le pregunté dónde está su gratitud. Respondió que precisa un cigarrillo y salió. Le pregunté si sale a fumar o a buscar un arma. Cinco minutos después volvió y me preguntó: «¿Por qué?». Mi respuesta fue clara: que mi ADN judío santifica la vida, no sólo la nuestra. ¿Qué culpa tienen tus hijos, le dije, que nacieron del otro lado del mapa político?. Por eso estoy aquí. El hombre me abrazó, tomó mi remera con la Estrella de David, se la puso y se tomó una foto con ella puesta. Me dio la foto y me dijo que ahora su vida está en mis manos, así como yo había puesto mi vida en las suyas. «Si quieres matarme, basta con que pases esa foto a nuestro ejército, y ellos ya se encargarán de matarme», me dijo. Un año más tarde estalló la guerra en Líbano. En épocas de emergencia trabajamos en Israel, en casa, esa es la prioridad. Me llegó una llamada de Cachemira y era él, diciéndome «oí que están en guerra, ¿cómo estás?». Le respondí que corto el teléfono y que pedí que me vuelva a llamar, planteando la pregunta de otra forma. Corté y él volvió a llamar. ¿Cómo está tu pueblo?, preguntó esta vez. Yo había ido a Cachemira representando el microcosmos de la sociedad israelí, no como Gal, no a título personal. Quería que él lo recuerde, que su preocupación fuera por todos los míos. Un año y medio después de aquella visita, sentí que había ganado, y eso me hizo sentir muy bien.
«Me necesitan más que mi hijo»
- Gal, tú también tienes un hijo, y quieres que el mundo en el que él crezca sea mejor. Pero también existe la posibilidad que por esta actividad que despliegas, tan riesgosa, tu hijo te pierda.
- Cuando mi hijo tenía dos años, empecé a trabajar en esto con una agenda muy exacta. En 2002 decidí crear la organización y luchar por el derecho de salvar vidas. Era consciente de las derivaciones que ello tendría. Cada vez que salía a una misión, le dejaba a mi hijo una explicación de acuerdo a su edad, acerca de cada viaje. Desde los cuatro años, comencé a pedirle permiso para salir. Y en determinado momento me preguntaba si considero que los niños en los lugares a los que viajo, me necesitan más que él. Le dije que sí, porque él se queda en las maravillosas manos de su abuela. Y me dio su permiso. Cuando tenía 8 años me dijo que no estaba de acuerdo con un viaje que yo iba a hacer, a dar una conferencia junto con Bill Clinton, a la que había sido invitada por una organización judía. Le dije que mamá tenía que hablar con esa gente para convencerlos de la importancia de su trabajo, y para juntar dinero para otras misiones. Me dijo que eso no es suficientemente importante porque no es salvar vidas, y que no está de acuerdo con que viaje, que lleven a la mamá de otro. La única forma que tuve de convencerlo fue al comentarle que en la puerta del refrigerador de su abuela, no hay ninguna foto mía. El dijo que no se había dado cuenta y respondí que tengo que viajar para sacarme una foto con Clinton, así la ponemos en el refrigerador. Entonces, me dio el visto bueno.
Entre el temor a morir y la convicción
- ¿Te pasó que viajaste, con el permiso de Bar, tu hijo, pero sintiendo que quizás esa vez no vuelvas a casa?
- A todos los voluntarios les pasó, en zonas delicadas de guerra, sentir que no vuelven. Tengo sin duda algunas cicatrices. Cuando uno está con el equipo, anda, como suelo decir, en automático, preocupándose más que nada por tu gente y por la distribución de la ayuda. Y muchas veces siento que si tengo que morir prematuramente, prefiero que sea en medio de una misión de ayuda que bajo las ruedas de autobús en Israel. Mi lema es claro, mejor perder la vida que vivirla sin compasión.
- ¿Esos sentimientos cambian con el tiempo?
- Siento que he sido bendecida por el tiempo que he recibido. Creo que si hubiéramos hecho esta entrevista hace unos años, te habría dicho que no creo llegar viva a mi edad de hoy. Una vez me encontré con un israelí famoso, no por sus buenas acciones sino porque es considerado uno de los jefes del bajo mundo. Me dijo que me admira y que sigue mi trabajo y que tenemos algo en común. Era un lugar público y no sabía dónde esconderme; que él me diga que tenemos mucho en común. Y me dijo: «Ni tú ni yo vivimos por el dinero. Yo ya no, porque tengo mucho. Tú no, porque eres tonta y no entiendes por qué es importante. Además, ambos vivimos en un ambiente lleno de adrenalina. Y lo último es que al parecer, ni tú ni yo moriremos viejos».
«La vida está por sobre la ley»
- ¿Dónde más has estado con tus voluntarios?
- En Darfur-Sudán, Irak, Sri Lanka, Chechenya, en las inundaciones de Georgia. En la zona afectada por el huracán Caterina, a la que estaba prohibido entrar. Hemos estado en países declarados enemigos de Israel, a los que ciudadanos israelíes tienen prohibido viajar y en países musulmanes considerados hostiles.
- Formalmente, violan la ley, entran a países en forma illegal…
- Nuestra organización coloca la vida por sobre la ley. Para mí, el soberano no tiene derecho de impedir la entrada y la prestación de ayuda. Lo único que me importa es la conciencia de mi organización y la necesidad del damnificado. Es la conciencia la que determinará qué hay que hacer en cada lugar. Cuando hay un choque entre la ley y la justicia, siempre optamos por la justicia. Ninguna ley tiene el derecho moral de impedirme salvar vidas. Una vez un diplomático extranjero me saltó encima y me dijo que aunque nos llaman ángeles, él cree que somos criminales que se infiltran a otros países violando la ley. Supuse que sería el embajador de China en Israel. Todos se rieron ya que tuve razón. Le dije que su comentario había quedado registrado en el protocolo y que pasaba a preguntarle, en su condición de padre, si su hijo está sepultado bajo cinco metros de escombros y yo, la criminal que entró ilegalmente al país, la única que lo puede ayudar, se dispone a hacerlo, si me ve como ángel o como criminal. Se dio media vuelta y se fue de la habitación. Nosotros, todos los voluntarios, vemos a los niños a los que ayudamos, como nuestros propios hijos.
«No vinimos de Europa, sino de Israel»
Recuerdo algo que pasó en Indonesia. Se me acercó un niño de 5 años, huérfano, que andaba pegado a mí. Corrió llevando en la mano un dibujo que había hecho. Le pregunté qué había dibujado. Le habían pedido dibujar el miedo y él dibujó una guerra. Y me dijo que tiene miedo a los judíos. Me agaché y le pregunté si él sabe si el país de los judíos es grande o chico.Y me dijo: «Es grande y fuerte como Estados Unidos». Le pregunté «¿Sabes si ese país está lejos o cerca?» y me respondió «Está atrás de esa ola». «¿Alguna vez viste un judío?», agregué. «No, pero el Mullah en la mezquita me dijo que los judíos son muy peligrosos para mí». Se me hizo un nudo en la garganta y se me llenaron los ojos de lágrimas. En ese momento me dije a mí misma que debo recordar que la meta allí era salvar vidas. Sentí un dolor muy fuerte. Había dejado a mi hijo en casa, había luchado para conseguir las donaciones necesarias para financiar el viaje, estaba arriesgando mi propia vida y la de mi equipo, había entrado al país ilegalmente y vuelvo a constatar qué cosas duras piensan de mí. Abracé al niño, le dije al traductor que no ose contar a los demás voluntarios lo que había pasado porque temía que eso los demoralizara y dañara la calidad del trabajo en esa misión. En el último día en Indonesia, le pedí al encargado de la seguridad que se prepare con el jeep por si estallan disturbios. Había ocho voluntarios israelíes con el logo alternativo que decía otra cosa y no «Israel Flying Aid», y en su ropa un logo distinto del verdadero, que tiene una Estrella de David. Frente a nosotros había 120 personas, empleados en la cocina y otra gente con la que habíamos trabajado. Les dije que tengo tres cosas para decirles. La primera, disculparme, la segunda era una pregunta y la tercera, un deseo. «Comienzo con la disculpa porque para poder venir a ayudarles, tuvimos que mentirles. No venimos de Europa, sino de Israel». Estábamos de espaldas a la mezquita. Todos quedaron mudos, parados sin moverse.
- ¿Y la pregunta?
- La pregunta fue cuántos de ustedes vendrán a ayudarnos en Israel si nosotros sufrimos allí un terremoto como ustedes han tenido. Todos los adultos se mantuvieron en silencio y miraron al suelo. Todos los niños gritaron entusiasmados que ellos vendrían. Les dije que para lograr un pequeño cambio en sus corazones, me valía la pena continuar con mi esfuerzo. Ustedes son el futuro de este mundo, dije a los niños y jóvenes, y de este país. Y mi deseo es que la próxima vez que oigan de alguien cuan malos y crueles son los judíos, le cuenten nuestra historia, le cuenten que estuvimos aquí con ustedes y que ustedes saben que eso no es cierto. Ahí, sentí que no me podía callar.
Entre dos mundos
- Estimo que es difícil ir a una misión así, con desenlaces impensables, y no menos difícil debe ser volver.
- Claro que el tiempo da una sensación de experiencia y seguridad que al principio no se tiene. Pero en esto, cada catástrofe es diferente y nunca me siento segura. Siento que cada vez comienzo de cero. Suelo decir que en esto, lo que se necesita es un 20% de profesionalismo y un 80% de suerte. Siempre me da miedo y eso no desaparece. Además, es difícil irse al terminar la misión porque sabemos que somos los únicos que podemos ayudar y nunca es que nos vamos porque nuestra presencia ya no sea necesaria sino porque se nos terminaron los recursos. Ese momento siempre es terrible para mí. Otra dificultad es que mientras nosotros estamos en esos lugares en situaciones extremas, sabemos que en casa todo sigue como siempre, que la pelota sigue girando y cada uno está en lo suyo. Nosotros crecemos al brindarnos, y en el país cada uno está en lo suyo.
- Y cuando uno está en esa rutina, no capta la dimensión de lo que ustedes hacen, parecerán locos...
- Por supuesto. Una vez llamé a un cirujano plástico que quería que se sume a una misión que íbamos a realizar a una zona de un volcán. Él empezó a calcularme lo que perdería en su clínica particular en el lapso que yo lo necesitaría, cuánto gana cuando opera narices, senos, multiplicándolo por 14 y me preguntaba si realmente creo que le vale la pena viajar. Le dije que al parecer me habían recomendado el cirujano equivocado, que me disculpaba por haberle quitado tiempo y que esperaba que no me mandara la cuenta por esos minutos de conversación telefónica. Unos minutos después me llamó él a mí. Dijo que se quiere sumar a la misión, que había estado trabajando como un burro dos semanas seguidas. Y allí, cambió. La última vez que viajamos y que ese cirujano también participó, me contó que había ido a verlo a la clínica una mujer diciéndole que quiere operarse del pecho pero él la rechazó diciendo que no tenía necesidad. Y no captaba que antes de participar en la delegación, no habría renunciado a ese dinero por nada en el mundo. La gente que hace esto, cambia. Pero el medio en el que vive, no. Yo me hago responsable por la salud y la seguridad de mi gente pero no puedo hacerme responsable por qué tipo de personas serán cuando vuelvan. Tenemos que tomar en cuenta que no volveremos igual a cuando nos fuimos. Es imposible.
- ¿Cambia la visión misma de la vida al comparar inevitablemente entre lo que tú tienes y otros no?
- Por un lado, esto me da una gran proporción de la vida y, por otro, esa es justamente la dificultad. porque nos preguntamos cómo es que otra gente no entiende lo que nosotros sí vemos con tanta claridad. Uno se siente privilegiado y bendecido por todo lo que tiene, por todos los recursos y todo lo que hay aquí. Y vivo con mucha modestia para hacer posible la concreción de este sueño. Construí una casa sobre la de mi mamá en el kibutz en el que nací, Huquq, para que mi madre pueda cuidar a mi hijo cuando viajo. Esta vivencia da forma a la vida y la mayoría de la gente que está en esto, vive esperando la próxima vez.
- ¿Qué es lo más difícil desde el punto de vista humano?
- La sensación de que nunca hay límites a la desgracia a la que se puede llegar, especialmente cuando se trata de mujeres y niños. Dentro del espectro de la ayuda humanitaria, también hay elementos que aceitan la guerra. En Siria, por ejemplo, mientras China y Rusia vetaban en el Consejo de Seguridad, la ayuda entraba al país únicamente a través del régimen de Assad, y así lo financiaban. Eso equivalía a ayudar al lado equivocado. La Carta de las Naciones unidas lo hace posible y eso es lo que me hace estallar, la hipocresía de la ONU. Pienso en todo lo que dicen de nosotros y me exaspera. Esos son mis dilemas, como judía israelí que se ve obligada a ayudar con identidades inventadas, con cobertura artificial.
- Gal, no hay palabras. Cuidate mucho, siempre. Y gracias por haber compartido todo esto conmigo.
- Gracias a ti.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruuguay