Los egipcios eligen este fin de semana entre el islamista Mohamed Mursi y el exmilitar Ahmed Shafik en una segunda vuelta de elecciones las presidenciales marcada por la decisión del Tribunal Constitucional egipcio de disolver el la Cámara Baja del Parlamento, primera institución democráticamente elegida tras la revuelta que supuso el fin del régimen del presidente Hosni Mubarak.
Así, el relevo de Mubarak deberá asumir el cargo, si todo transcurre según lo previsto, sin un contrapeso efectivo en el Poder Legislativo, y con un Ejército reforzado en su papel de garante del orden y elemento contrarrevolucionario.
El más votado en la primera vuelta fue Mursi, candidato de los Hermanos Musulmanes, que consiguió más de 5,7 millones de votos (24.78%), mientras que Shafik obtuvo 5,5 millones de votos (23,66%).
Mursi cuenta con el crédito de su historial de lucha contra el régimen de Mubarak durante sus años como diputado y como activista de los Hermanos Musulmanes, grupo ilegal pero tolerado durante esa época. En su haber figura que en ningún momento se postuló él mismo para la presidencia, pero, por ese mismo motivo, si es elegido presidente, la máxima autoridad del Estado estaría bajo control de un grupo político, lo que le restaría credibilidad.
Sin embargo, la opción de Mursi sigue siendo la única auténticamente revolucionaria, dado el pasado de Shafik en varios cargos de responsabilidad bajo la presidencia de Mubarak. De hecho, Shafik fue el último primer ministro de Mubarak y, por tanto, tiene una responsabilidad directa en la violenta represión de las protestas que culminaron con el derrocamiento del mandatario.
Desde el punto de vista político, los Hermanos Musulmanes elaboraron un profundo y prolijo programa denominado «Proyecto Renacimiento» que promete convertir a Egipto en un país desarrollado. También desde el punto de vista político, Mursi aboga por una mayor influencia de la religión musulmana e incluso llegó a defender la ablación genital femenina de niñas como una «elección» de sus familias.
Por último, los defensores de Mursi alegan que su elección permitiría la generación de un contrapoder al Ejército, auténtico sustento de las décadas de gobierno de Mubarak. De hecho, los islamistas defienden un sistema semipresidencialista o parlamentario.
En cambio, Shafik encarna al régimen de Mubarak y cuenta por ello con todo el aparato de poder construido pacientemente durante lustros. Tiene el rango de teniente general, fue ministro de Aviación Civil y último primer ministro de Mubarak.
Su propuesta es la del orden y la seguridad e incluso respondió claramente que volvería a responder con mano dura a las protestas si se vuelven a producir. Más de 800 personas murieron durante la conocida como Revolución del 25 de Enero, muchas de ellas cuando Shafik ya era primer ministro.
Sin embargo, los defensores de Shafik argumentan que supone la opción más progresista y laica y sostienen que traería de vuelta el crecimiento y la estabilidad de la época de Mubarak, mientras que los aspectos negativos quedarían relegados.
Incluso los revolucionarios consideran que Shafik es una mejor opción estratégica que Mursi, ya que creen que sería más fácil movilizarse de nuevo contra él, propiciaría una unión de las fuerzas revolucionarias que Mursi logró ni siquiera para estas elecciones y forzaría a los Hermanos Musulmanes y a los salafistas a moderar su discurso.
Pero una tercera opción parece estar ganando peso en los últimos días: la de la abstención o el voto nulo. No faltan las voces que denuncian que la votación estuvo amañada incluso en primera vuelta a favor de Shafik, por lo que no sería extraño un nuevo accionar del Tribunal Constitucional.
Entre ellos destacan los grupos más radicales de la revolución, que abogan por la creación de un Consejo Presidencial Civil formado por los candidatos descartados en la primera vuelta. Su propuesta pasa por deslegitimar al candidato que venza en los comicios de este fin de semana alegando que no representa a la revolución.
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