El Dr. Ricardo Nachman (45) llegó a Israel proveniente de Argentina en 1992. Tras revalidar su título médico, se especializó en medicina forense y hace ya casi 16 años que se dedica a dicho campo, que implica no sólo trabajar con cadáveres sino también revisar personas vivas que fueron violentadas en lo que se conoce como "violencia doméstica".
El Dr. Nachman se ha convertido en uno de los más destacados expertos en la materia y su presencia es requerida en distintas partes del mundo, no sólo en situaciones de catástrofes - como el terremoto en Haití hace unos meses y el tsunami en el Sudeste asiático años atrás - sino también en cursos de capacitación profesional.
Hoy en día es el Director Nacional de Medicina Clínica Forense de Israel y Sub Director de Medicina Forense general. Es el número dos en el Instituto Nacional de Medicina Legal en Israel, conocido como Abu Kabir.
- Recuerdo la primera entrevista que te hice, años atrás, en la época de la segunda intifada contra Israel. Me contabas sobre tu gran amor por tu profesión. Después de todo lo que has pasado desde entonces, recibiendo a todos los muertos de los atentados, habiendo viajado a varios sitios del mundo por catástrofes que habían sufrido - Haití, el sudeste asiático tras el tsunami y mucho más - y recibiendo ahora a las víctimas del incendio en el Carmel ¿todavía amas tanto tu trabajo?
- Más aún que antes. Es una profesión en la que día a día, a pesar de la tragedia que uno vive - de lejos, diría, porque no es que le pasa a uno mismo en lo personal - cada caso te vuelve a enseñar cosas que creías que las sabías y ves que no totalmente, o permite reafirmar conocimientos. Hay también un tipo de acción que no existe en la medicina convencional. Por otro lado, aunque a uno le parezca raro, también está el elemento de la ayuda al prójimo. No hay lugar a dudas de que si bien a la persona muerta uno ya no la puede ayudar, sí se puede ayudar a la familia, a los allegados.
- ¿En qué sentido?
- A veces descubrimos que una persona tiene una enfermedad genética, con lo cual podemos salvar vidas de los familiares directos. Y por supuesto podemos ayudar a una persona que perdió a un ser querido en un atentado o algún desastre de la naturaleza - como lo hemos hecho en el tsunami en el sudeste asiático y tras el terremoto en Haití -, hacer la identificación y en caso de, por ejemplo, israelíes que están en esos desastres fuera del país, repatriar el cuerpo para que su familia tenga un lugar al que ir a rezar.
- Solemos ver la muerte como lo irreversible y como el final del camino, pero de hecho está también la otra parte, el poder dar digna sepultura, el poder dar el último adiós en un lugar concreto... También eso es parte del proceso...
- Por supuesto. Es inevitable porque permite que una persona que sigue viviendo cuando su familiar fallece, pueda despedirse realmente. Si uno no tiene un lugar seguro para sepultar al ser querido, no se puede completar el duelo. He tenido muchos casos de personas en varias partes del mundo, que han demostrado el reconocimiento total y absoluto a nuestro trabajo de identificación de cadáveres tras atentados o desastres naturales, porque el no tener un lugar de sepultura conocida hace que los familiares piensen que quizás su ser querido desaparecido, en realidad no murió.Y si es así, uno siempre tiene la esperanza de que esa persona vuelva. Entonces los familiares quedan entre un lado y el otro. Creo que la incertidumbre es lo peor para una persona cuando un ser querido se supone que murió pero no se lo puede encontrar. Es tratar de terminar un duelo. Sin eso, es mucho peor.
- Has estado en situaciones muy variadas de catástrofe. Recibiste a todos los muertos en los atentados, has estado en la zona del tsunami en el sudeste asiático, has estado hace poco en Haití... ¿Hay diferencia entre estas distintas circunstancias en lo que se refiere a tu trabajo?
- Lo que uno tiene que hacer es tratar de entender qué es lo que la persona, la población o el país mismo le pide a uno como profesional y tratar de usar las mejores técnicas para poder llevarlo a cabo. Pero en definitiva, en el fondo, es lo mismo: lidiar con la muerte de otras personas, con el dolor de la gente y poder de alguna manera ayudar a que esa muerte sea algo un poco menos trágico, menos doloroso, un poco menos terrible.
- Por otro lado, tienes a tu cargo lo peor: confirmar a la gente que espera el resultado de la identificación: "Sí, lo que temían es cierto. Es vuestro ser querido el que murió".
- Sí, es verdad... Es así... Lógicamente, cuando una persona va en búsqueda de un ser querido que presuntamente falleció, nunca pierde la esperanza de que haya algún error y que no sea justo esa persona la encontrada. Nuestro trabajo, en este sentido, no es nada fácil. Pero creo que cada uno eligió su profesión de acuerdo a lo que siente. Y lo que yo siento, por más que mi trabajo transmite algo nada bueno como decir a alguien "sí, es su ser querido el que murió", lo cual significa que nunca más lo va a volver a ver, es que en definitiva se está poniendo fin a una incertidumbre. Y así se cierra un círculo.
- Estos días, te ocupas de la identificación de cuerpos que murieron quemados, una muerte terrible ¿Es un desafío especialmente difícil identificar muertos en estas circunstancias?
- Lo inmediato es comprender qué le pasó al cuerpo cuando la persona quedó expuesta al fuego y tratar de comprender cuánto tiempo pasó hasta que la persona falleció y por supuesto tratar de ver cuáles son los resultados de la exposición de este cuerpo ya sin vida al proceso que continúa luego de su muerte, cuando el incendio sigue afectando al cuerpo. No tengo duda que la muerte por un incendio es muy trágica, perversa, terrible. Pero no sólo el incendio puede provocar la muerte sino los gases que se inhalan. Y eso puede ser un proceso mucho más rápido y menos doloroso que estar expuesto a altas temperaturas.
- Vimos muchas veces estos días las imágenes del esqueleto carbonizado del autobús en el que viajaban los cadetes del Servicio Penitenciario israelí, 41 de los cuales murieron. Es terrible imaginarse el estado en el que quedó la gente que estaba allí. ¿Siempre es más difícil identificar cuerpos de una situación como esa?
- Sí. Lo que pasa es que no todos los cuerpos van a estar afectados de la misma manera. Tiene mucho que ver con los focos de incendio. Hubo personas que fueron menos afectadas y otras más. Cuanto más afectado esté el cuerpo, la identificación llevará más tiempo. Las técnicas irán cambiando. Claro que si el cuerpo estuvo expuesto mucho tiempo al fuego, en lugar de tomar huellas dactilares, habrá que identificar por muestras de ADN, lo cual en términos técnicos y logísticos lleva más tiempo.
- Entiendo que en el caso del incendio se dijo a las familias no llegar a Abu Kabir sino enviar muestras de ADN. Y pensé en lo terrible del significado de ello: que estaba claro que jamás podrían reconocer a su ser querido...
- Digamos que es lo que uno toma en cuenta desde el principio cuando se entera de este tipo de desastres de la naturaleza. Un incendio de esta magnitud hace que uno piense enseguida en la toma de ADN porque el estado del cuerpo no permitirá que un ser querido reconozca por visualización del cadáver. Acá el proceso de identificación aún no se ha terminado. Pero lo que sí se puede decir es que hemos usado distintas técnicas de identificación, usándose tanto huellas dactilares, tomas de ADN y la identificación por dentadura.
- ¿Hubo familias que llegaron a Abu Kabir a pesar del llamado público que se hizo e enviar muestras de ADN y no venir personalmente?
- Pasó algo bastante raro. Generalmente, cuando se hace una advertencia de este tipo, la familia de todos modos decide venir al instituto. Pero esta vez la mayoría de los familiares no vinieron y el proceso fue distinto ya que así se tomó una distancia mucho mayor con ellos. Evidentemente la mayoría entendió que la exposición de sus seres queridos al fuego seguramente habría provocado cambios tales en el rostro y el resto del cuerpo que estaban seguros que no podrían reconocerlos mediante la visualización del cadáver y por eso no vinieron.
- Entendieron que mejor no venir...
- Yo no soy quién para decirle a un familiar que no venga a ver a su ser querido, después de haber hecho la identificación...
- ¿Pero tienes la obligación formal o moral de advertirles?
- Obviamente se advierte en todo momento. Me pasaba también tras los atentados terroristas. Les explicaba a los familiares en qué situación podían encontrarse sus seres queridos muertos y en la mayoría de los casos entendían y preferían no verlo. Querían quedarse con la imagen de su persona amada, querida, sonriente, cuando no estaba dañada físicamente.
- O sea que tú no puedes impedir que los vean, pero sí puedes recomendar...
- Totalmente. Y cuando hablo con los familiares, les hablo con el corazón. Les digo: "Si fuera mi familiar, yo no querría verlo; preferiría recordar a mi ser querido como era en vida, con toda la vitalidad, simpatía y con sus sonrisas, y no verlo tal cual está en este momento". Es que si no, ese recuerdo se lleva hasta la muerte y no le hace bien a nadie.
- ¿Y en general la gente te escucha?
- En la gran mayoría de los casos sí. Cuando uno habla de forma sincera, con la mano en el corazón, y se dice directamente y seriamente las cosas, la mayoría lo entiende y acepta lo que uno les recomienda.
- ¿Hubo casos en los que no escucharon tu recomendación y luego se arrepintieron?
- No sé si se arrepintieron porque no me lo dijeron, pero sí que tuvieron una reacción bastante terrible, con desmayos, con problemas cardíacos. Hubo familiares que tuvieron que llegar a ser atendidos de emergencia. Por supuesto que eso pasa. Pero también hubo casos de gente que me dijo: "Es lo que pensaba, es lo que suponía que iba a ver. No es que no me produjo nada, sino que tenía que cerrar el círculo y lo hice, lo cerré". No son muchos, pero hubo también de ese tipo.
- Todas estas vivencias ¿te han dejado momentos especiales que puedas compartir conmigo, sea para bien o para mal?
- Creo que el lidiar todo el tiempo con lo que uno lidia aquí, tanto con personas muertas en este tipo de situaciones trágicas o con personas vivas violentadas físicamente, sexualmente, me deja siempre algo amargo y algo dulce. Lo amargo, por supuesto, es el hecho de estar expuesto a este tipo de cosas, que a uno lo va de alguna manera agotando síquicamente. Pero a la vez, irónicamente, también lo va haciendo un poco más fuerte y le lleva a enfocar la vida de una manera un poco distinta. Hoy por hoy, tras trabajar a veces días enteros, cuando llego a casa, lo primero que hago es abrazar a mi familia, besar a mis hijos, salir y disfrutar. Porque uno sabe que es un ser humano y que puede estar expuesto a lo mismo que estuvieron otros y que uno vio y revisó. O sea que hay que tomar las cosas de una manera más humana y no tan fría y profesional. Es mi punto de vista. Creo que esto ayuda a ver la vida de una manera distinta.
- Eso también depende de la personalidad del forense. A ti quizás en algo te endurece, pero veo que no te hace más indiferente...
- Indiferente no me hace porque entiendo el sufrimiento de las personas y me gusta ayudar a la gente. Hoy por hoy puedo llorar con una madre que llora sobre el cadáver de un hijo. No tengo ningún problema en llorar, abrazarla y decirle que comparto su sentimiento. No lo voy a entender nunca porque, gracias a Dios, nunca me ha pasado algo así, pero trato de entenderla y de darle lo que puedo dar como ser humano. Es que uno es nada más que eso, un ser humano que trabaja en lo que trabaja, porque lo eligió, pero que no deja de ser un ser humano. Trato de no esconder mis sentimientos a menos que sienta que si los muestro puedo llegar a dañar a esa persona. Tengo que ser más fuerte que ella y demostrar de cualquier manera una fortaleza que en definitiva ayudaría a este familiar que viene a reconocer un cadáver. Pero si no, no tengo ningún problema en mostrar mis sentimientos, llorar con la familia, sentirme parte de sus malos momentos.
- Recuerdo que durante la intifada, cuando te entrevisté sobre la identificación de los muertos en tantos atentados suicidas, me contaste que a veces sonaban celulares en los bolsillos de la ropa de cadáveres que habían llegado a Abu Kabir para ser identificados, que tú tenías claro que debían ser sus familiares, buscándolos. ¿Puedes compartir conmigo otros ejemplos que ayuden a crearse una imagen de lo que significa tu trabajo, de las situaciones que tienes que vivir?
- Cuando hablamos del contacto que existe con los familiares, que son de carne y hueso, gritan, lloran y se tiran encima del familiar - que , aunque depende del caso, puede estar bañado en sangre - creo que eso a uno le hace ver una realidad que no todos ven: que existe también la muerte. Que la muerte es el otro extremo de la vida. Esas escenas lo regresan a uno a la realidad.
- Para quien perdió a un ser querido, la pérdida es absoluta, total, no importa cómo. Pero para tí, en tu trabajo ¿es muy diferente lidiar con la muerte en un caso particular que te llega o en situaciones como la actual, o como fueron los atentados, que son consideradas tragedia nacional, situaciones por las que el pueblo todo está pendiente?
- Absolutamente. Las cosas cambian de forma increíble. Cuanto más repercusión tiene un caso - sin tomar en cuenta siquiera la cantidad de personas que fallecen - más presión hay. Cambia toda la dinámica del trabajo. Puede ser el asesinato de toda una familia, como sucedió hace algunos meses en el centro del país, o en esta tragedia de más de 40 muertos en un incendio. Se nota el cambio en la presión exterior del trabajo, aunque no en la interna ya que uno sigue siendo la misma persona y sigue tratando de responder de forma totalmente profesional a lo que uno está expuesto.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay