Miriam Peretz perdió en marzo a su hijo Eliraz (31) que cayó en Gaza en un enfrentamiento con terroristas de Hamás. Miriam ya había sufrido una tragedia, cuando su primogénito, Uriel (22), cayó en 1998 en Líbano. Miriam habla del dolor, del duelo y de la esperanza que nunca hay que perder.
Este año, cuando Israel conmemore, un día antes de Iom Haatzmaut, el Día de Recuerdo a los Caídos, serán varias las familias sumadas desde el año pasado al círculo del dolor. La tragedia más reciente fue la de la familia Peretz, cuyo hijo Eliraz cayó a fin de marzo en un enfrentamiento con terroristas de Hamás en la frontera entre la Franja de Gaza e Israel. Una granada le cayó dentro del chaleco anti-balas y explotó con él. Eliraz estaba casado y tenía cuatro hijos, el mayor de ellos de sólo 6 años, la menor de dos meses.
Pero la familia ya había sufrido una tragedia cuando su primogénito, Uriel, cayó en 1998 en Líbano, un día después de haber cumplido 22 años. Cuando Miriam Peretz, su madre - que enviudó hace cinco años y tiene aún otros dos hijos varones y dos hijas - sepultó recientemente a Eliraz, dijo en el cementerio militar en el Monte Hertzel en Jerusalén, que no sabía a qué tumba ir primero.
En esta entrevista que nos concedió, habla del dolor y el duelo, pero también de la vida que continúa y la esperanza que nunca hay que perder.
- Miriam, dentro de pocos días Israel recuerda a sus caídos y un día después, sin tiempo para respirar, festeja un nuevo aniversario de su independencia. Siempre me pregunté si acaso las familias que perdieron a sus seres queridos en el campo de batalla o en atentados terroristas, logran celebrar Iom Haatzmaut. Se lo puedo preguntar a usted directamente, que ha perdido dos hijos, Uriel (Z"l), en la guerra en Líbano y Eliraz (Z"l), en la frontera con Gaza.
- Cuando yo era una jovencita, ya habiendo inmigrado a Israel, Iom Haatzmaut era un día sumamente feliz. Mi mamá nos vestía con ropas de fiesta, nos sacaba a participar de los festejos en las calles, a los cantos y bailes y a disfrutar de la alegría que se sentía por todos lados. Desde el día en que cayó Uriel, apenas comienza Iom Haatzmaut, cierro la puerta, bajo las persianas y no estoy dispuesta a participar en ninguno de los festejos de afuera. Tengo miedo especialmente a los fuegos artificiales; me recuerdan la explosión en la que murió Uriel.
Iom Haatzmaut es para mí, de hecho, un largo día de recuerdo. La última visita suele irse de casa a eso de las 10 de la noche, yo ya estoy agotada, me acuesto, no logro mirar tele ni comer nada que me haga sentir que es un día de fiesta. Pero hay una cosa que sí alcanzo a hacer: decirle a mis hijos que salgan, que disfruten. Y así lo hacen. Yo me quedo en casa. En los últimos años, en Iom Hazikarón, una pareja de amigos me llevan con ellos a algún lugar de Israel en el que se está construyendo algo. Y me llevan a todo tipo de sitios que nunca había visto. Y cuando veo un nuevo poblado, algo nuevo, me digo en mi corazón: "Sé cuál es el precio: mi hijo y todos los demás hijos que cayeron". Ese es el precio que se paga para que se pueda construir en Israel. Este año creo que no sólo bajaré las persianas, sino que no sabré en qué día vivo. Desde que me enteré que Eliraz cayó, vivo en un gran duelo. El dolor es eterno. No se trata de un golpe que uno recibe y que puede curar. Cada uno lidia con esta situación de otra forma. Puede que haya familias que han perdido a seres queridos en la lucha por defender a Israel y que sí salen en Iom Haatzmaut. Hay otras para las que ese día, ya no existe.
Miriam con sus hijos - Abajo (izq.) Eliraz Z"l; en la foto Uriel Z"l
- Los días, recordemos, son meros simbolismos de situaciones que existen siempre...
- Por supuesto. ¿Qué quiere decir Iom Hazikarón? Todo el año es un largo día de recuerdo. La diferencia es que en Iom Hazikarón, permitimos que todo el pueblo participe de nuestro dolor. Para mí, es un día en el que el dolor nos une a todos.
- El pueblo de Israel participa, sin duda, y cuando se trata de tragedias que de hecho son procesos, la gente realmente sigue cada paso, como si el soldado secuestrado, herido o muerto, fuera el hijo de cada uno...
- Es verdad. Así lo siento yo también.
- ¿Eso ayuda a las familias que están realmente de duelo a lidiar con su propio dolor?
- El hecho que el pueblo todo participa, facilita. Es algo similar a lo que está pasando ahora en casa, desde que cayó Eliraz: llegan a visitarnos, a darnos su pésame, israelíes de todo el país, gente que no conocemos. Y eso ayuda, claro que ayuda. Porque nos da un momento precioso de unidad, que no siempre tenemos en nuestro país donde hay tantas discusiones. Necesitamos momentos de unidad, aunque no todos son de alegría. Identificarnos con el dolor del otro, también es importante. Para Eliraz no valía sólo lo individual, sino lo general. Una vez le dijo a un amigo: "Cuando yo estudio Torá, lo estoy haciendo también para tí, para el pueblo; porque si yo soy bueno, lo soy no sólo para mí sino también para mi vecino, para todos". El tenía esa concepción de lo general de la nación. Y Iom Hazikarón es un día apropiado para eso.
- Me supongo que lo que usted me cuenta, que no logra celebrar en Iom Haatzmaut, no es porque el simbolismo de lo inmediato del pasaje de un día a otro, entre el recuerdo y la alegría, no le parece apropiado, sino porque el dolor personal es demasiado difícil de sobrellevar...
- Por supuesto. Y quisiera decirle que no tengo ni una mínima duda acerca de por qué cayeron mis hijos. En casa decimos: era su turno. Fue el turno de los Macabeos, de Bar Kojva, de la guerra de independencia y las demás. Pero el dolor es el dolor de la falta, el dolor porque no están. Este niño, Uriel, que no lo veré construyendo su hogar y concretando sus sueños ¡quería ser el primer jefe del ejército de origen marroquí! Y con Eliraz me duele el dolor de sus hijos. No puedo ver los ojos de sus niños y me pregunto: Dios ¿cómo puedes mirar eso? ¿cómo puedes aguantarlo?
- Ustedes son una familia religiosa. ¿No está enojada con Dios?
- Claro que sí. Estoy muy enojada. Le hago preguntas. Soy una persona creyente. Pero le pregunto qué quiere del mundo. ¿Quieres gente buena en el mundo? ¡Tenías a Eliraz! ¿Quieres que la gente no sólo sea buena sino que transmita sus buenas cualidades? ¡Estaba Eliraz! Yo dije que tenía un pacto con Dios, que no me vuelve a tocar. Se me fué Uriel, luego mi esposo Eliezer, que falleció hace cinco años porque no podía más. Y mi pacto era que a mí no me toca más. Por eso tengo serias preguntas. ¿Cuál es el objetivo de que haya una madre que sepulta a dos de sus hijos? Le digo que si tiene alguna cuenta conmigo, que me la cobre a mí, no a través de mis hijos...
- ¿Dios no la escuchó?
- Hay preguntas pero sé que no hay respuestas claras. Lo que se hizo no se puede explicar, nunca lo entenderé. Y ya hoy puedo decir con dolor que mi fe no desaparecerá; para nada. Mi enojo tiene la forma de un grito que Dios tiene que escuchar. Pero el hecho es que después que Uriel cayó tuvimos que levantarnos, se casó Eliraz y nacieron nietos. Luego de fallecer mi esposo Eliezer, se casó nuestra hija. Dios sí nos dio consuelo en otras cosas, al traer esos matrimonios y al traer a los nietos. No es la única fuente, pero sí la más grande, la mayor fuente en la que puedo hallar consuelo.
- Miriam, usted llegó a Israel de Marruecos, de niña... ¿Qué recuerda de su vida anterior?
- Llegué con mis padres a los 11 años. Recuerdo que vivía con la cabeza gacha, siempre temorosa de los árabes, sin ninguna sensación de fuerza propia que podía expresar. Cuando iba a comprar algo en negocios de árabes miraba para todos lados a ver si alguien me seguía. En Israel pude caminar erguida. Cuando en Israel suena la sirena de recuerdo, y me paro firme y agacho la cabeza, mis hijos me preguntan por qué lo hago, me dicen que tengo que estar erguida. Y es verdad. En Marruecos no tenía ninguna posibilidad de expresar mi condición judía, acá sí.
- Me extraña lo que cuenta porque sobre los judíos de Marruecos se ha dicho repetidamente que llegaron a desarrollar una comunidad muy destacada y exitosa...
- El judaísmo de Marruecos, como en otros lados, no es homogéneo. Mis padres vinieron de una zona de aldeas en las montañas Atlas. Era gente que no sabía leer y escribir. Para ellos no existía el término "Tierra de Israel" sino "Sion", "Jerusalén"...
"Si Dios tiene una cuenta conmigo, que me la cobre a mí, que deje a mis hijos"
- Ese era el símbolo de todo...
- Por supuesto... Era gente sencilla, mis padres no eran de los judíos marroquíes que sabían francés, no tenía un libro en mi casa. Es verdad que otros judíos marroquíes eran más desarrollados, más adelantados, pero mis padres eran de los más simples. Recuerdo que mi papá compraba agua a los árabes. No diría que las relaciones eran de opresión, pero teníamos claro que no estábamos en nuestro hogar. Finalmente, en 1965, llegamos a Israel. Fuimos a una "maabará" (campamento temporario) de inmigrantes en Beer Sheva, pero para mis padres el deseo era Jerusalén. El sueño se concretó, el anhelo de mi abuelo se cumplió. Estoy en mi país. Pero, qué podemos hacer, es un país en lucha constante, no tiene un momento de descanso. Y mientras esto dure, se pagará un precio, habrán sacrificios.
- Usted lo entiende. ¿Pero diría que lo acepta?
- No, no es eso. No hay aquí ni una madre, nadie, que pueda educar a la guerra. Le cuento que cuando alguien iba a visitar a Eliraz y a su familia, la gente sabía que tenía prohibido regalar a los chicos juguetes de armas. Él no los educaba para la guerra sino que les enseñaba que hay que actuar en forma pura. Al mismo tiempo les enseñaba que hay que saber defenderse. No me arrepiento de haber venido aquí. Estoy feliz en mi país, de haber cumplido el sueño. Me siento tan orgullosa cuando recorro el país, amo tanto esta tierra, pero también sé que al pisarla hay un precio para mantenerla.
- Miriam, sus nietos son pequeños...
- Así es, los cuatro. Cuando cayó Uriel y nació luego el primero, que hoy tiene 6 años, Eliraz decidió ponerle a su hijo Or Jadash (que significa "nueva luz"), porque dijo que debía llegar una nueva luz a la casa. La segunda se llama Halel Miriam, luego Shir Tzion y la chiquita, de casi dos meses, Guili Bat Ami, todos nombres alegres.
- Guil también quiere decir alegría...
- Así es. Por eso eligieron ese nombre. Todos los nombres traían alegría y esperanza.
- Entiendo que así era Eliraz...
- Eliraz era un chico que amaba al prójimo y a Dios. Ante todo, como ser humano, era algo especial. El adoptó a los dos hijos de Roí Klein, que murió en combate.
- Se lo considera un héroe. En la guerra en Líbano, hace algo más de tres años, se tiró sobre una granada que entendió estaba por explotar, para frenar el impacto, absorber él todo y así salvar a sus soldados...
- Así es. Y Eliraz, en el poco tiempo que tenía libre, pudo dedicarse también a ellos. Tenías que ver un kabalat shabat en su casa; no era sentarse alrededor de la mesa, sino cantar "Shalom Aleijem" y bailar juntos alrededor de la mesa, cantarle "Eshet Jail" a su esposa. Pero yo extraño, ante todo, a mi hijo, a mi niño, que entraba a casa y me daba un fuerte abrazo. Desde que falleció mi esposo, Eliraz era mi mano derecha y el hermano mayor para sus hermanos. Y eso lo perdí. Y cuando rezaba, de noche, pedía a Dios que pueda servir de instrumento para cumplir la misión que le encomiende.
- Se ve que lo dijo demasiadas veces... lo escucharon...
- Parece que Dios escucha a la gente buena.
- ¿Cómo se explica esto a los niños, que son tan pequeños?
- Le diré ante todo que la menor, de dos meses y medio, no se puede decir siquiera que conoce al padre. Él venía cada dos semanas, así que si calculamos cuántas veces lo vio, tomando en cuenta inclusive que los bebés duermen mucho, no más de cinco veces, algo así. El mayor, Or Jadash, que tiene 6 años, sabe que su padre murió. No habla, pero yo le puedo contar algo especial que dijo este shabat. Iba por la calle con mi hijo y de repente le dijo: "¡Tu no eres mi papá!". Eliasaf le dijo: "Es verdad, yo no soy tu papá. ¿Por qué me lo dices?". Y el chiquito contestó: "Porque cuando mi papá ve que hay una piedra en medio del camino, la saca, pero acá había una piedra y tu seguiste caminando sin moverla". Así era Eliraz. Si veía algo que podía molestar a todos, no pasaba de largo. Y su hijo ya lo captó, ya habla por él. El otro día Shir Tzion, que tiene 2 años, se paraba a cada rato junto a la puerta y decía: "Dentro de poquito papá llega del ejército". Hallel Miriam habla del tema en forma mecánica; cuenta que su papá murió, que protegió a otros soldados y subió al cielo. Or Jadash sabe pero sus grandes ojos, como los de su padre, son ojos llenos de dolor. Y yo le digo al Todopoderoso: Baja, mira a los bebés y dime cómo se puede vivir así.
- Pero en medio del dolor, se vive...
- Se vive, por supuesto que se vive. Después del gran dolor que me provocó la caída de Uriel, seguí adelante.
- La vida es más fuerte que todo...
- Claro que sí. La gran pregunta es qué sentido uno da a la vida. Y desde el momento que cayó Uriel juré que no olvidaría que cada momento es precioso, que hay que hacer algo significativo, que hay que hacer algo productivo, dar, entregar. Creo que entregarse no es morir por esta tierra, sino seguir adelante a pesar del dolor.
- ¿Y la paz? ¿Va a llegar?
- Dios nos guarde si perdemos la esperanza. Es algo, como educadora y como madre, que no puedo permitir que se pierda. Le cuento que tengo en casa dos piedras. Una me la trajeron de la roca sobre la que murió Uriel. Es una piedra negra, ennegrecida por el incendio provocado por la explosión. Unos años después, en la segunda guerra en el Líbano, Eliraz estuvo allí y recibió un permiso especial para llegar al lugar donde había caído su hermano. Me trajo de allí una piedra, pero blanca. Me dijo: "Mamá, te pido que pongas la piedra de Uriel en un costado, guárdala en una caja, y que tengas ahora ésta, blanca, porque llovió, salió el sol, crecieron las plantas y el mundo siguió su marcha. Trata de apegarte a la piedra blanca". Le pregunté cómo puedo olvidarme de aquel incendio y él me respondió: "Mamá, mira bien la piedra. Verás que adentro está llena de muchas grietas provocadas por el fuego. Están allí, pero por afuera, es blanca". Y yo vi en eso un gran significado. El pueblo de Israel sigue luchando, pero siempre guarda la esperanza. Cuando se construya el Templo sagrado, todos traerán obsequios. Yo quiero llevar dos. Dos piedras que representan el dolor y la esperanza, el incendio y la reconstrucción, la destrucción y la renovación.