La semana pasada, hace exactamente 40 años, terroristas palestinos irrumpieron en la villa olímpica en Munich, en un atentado de la organización terrorista palestina «Setiembre Negro» que terminó con el cruento saldo de 11 de los 15 miembros de la delegación israelí (deportistas y entrenadores), asesinados. Cinco de los ocho terroristas murieron y los otros tres fueron puestos en libertad tras tan sólo unos pocos meses de prisión en Alemania.
De los cuatro sobrevivientes de la matanza, la única que continuó con el deporte fue la atleta Esther Roth Shajmorov, hoy de 60 años, cuya vida ha sido una combinación de momentos difíciles, pero también de numerosos reconocimientos por su empeño y dedicación.
Esther es la única atleta israelí en la historia que llegó a una final olímpica. Fue electa cinco veces «Deportista del Año» por sus logros en competencias internacionales, ya antes de clasificarse para la final en Munich, una final en la que nunca llegó a participar debido al atentado. En las Olimpiadas de Montreal en 1976, pocos años después de la matanza de Munich, llegó sexta en el mundo en 100 metros vallas.
Shajmorov recibió una distinción especial de Juan Antonio Samaranch, de parte del Comité Olímpico Internacional, por su aporte y dedicación al deporte. Lo mismo del Comité Olímpico israelí y de un sinfín de organizaciones. En Israel recibió el máximo galardón del país, el «Premio Israel».
Esther sigue desempeñándose hasta ahora como profesora de Educación Física, lo cual, sostiene, había sido su sueño original.
Este es un resumen de la entrevista; una conversación con una verdadera campeona que sigue corriendo por la vida.
- Esther; aunque estimo que quien estuvo allí, en Munich, hace 40 años, no lo recuerda sólo en los aniversarios, me imagino que estos días son especialmente difíciles. ¿Qué le inspira esta fecha?
- En las Olimpiadas de Munich se cometió un crimen terrible. Asesinaron la idea olímpica en un momento en el que se intentaba transmitir un mensaje de unidad mundial; y he aquí que un grupo, que en este caso era palestino, hace añicos ese sueño irrumpiendo con asesinatos en la villa olímpica. ¿Cómo se podía concebir algo así?
Y lo que uno espera, después de algo tan terrible, es que no haya sólo condenas verbales sino que se actúe para arrancar de raíz el problema. Ahora, de adulta, comprendo que hay de por medio muchos intereses.
- ¿Usted habría esperado que el mundo todo participe en la lucha antiterrorista? ¿que Israel no esté solo en ello?
- Por supuesto. Pensaron que es sólo un problema de Israel. Alemania, recordemos, liberó a los tres terroristas que no murieron durante el atentado mismo después de tenerlos presos solamente tres meses. Hubo un secuestro de un avión de Lufthansa; los captores dijeron que su exigencia es que se excarcele a los tres que estaban presos y Alemania lo hizo como parte de la negociación para impedir que vuelen el avión. Pero hoy sabemos que fue todo montado para poder liberarlos sin quedar supuestamente tan mal. Alemania, de hecho, barrió todo debajo de la alfombra.
- A cambio de una promesa de que no haya otro atentado en territorio alemán…
- Sí. Pero el problema no era sólo nuestro; y no todos lo entendían. Decían que iba a pasar, que el conflicto era sólo entre Israel y los árabes. Muchos años después, un 11 de septiembre de 2001, fue el ataque contra las torres gemelas en Nueva York. Ahí se dieron cuenta de que hay algo mundial; que el tema no es sólo aquí. El mundo recibió varias bofetadas antes de comenzar a entender.
- ¿Cómo lo ve a nivel personal? Es que, recordemos, usted también podría haber muerto allí, de hallarse en el mismo pabellón que los hombres. Luego, casi dejó la carrera. ¿Cómo se siente, Esther, la atleta que perdió a su entrenador en el atentado, con esta fecha?
- Para mí ese fue un golpe muy duro en todo sentido. Ante todo, me destrozaron mi ingenuidad, mi visión del mundo. Súbitamente sentí que las cosas no eran como yo las veía. Desde el punto de vista del deporte, me cortaron mi carrera en mi mejor momento. Estaba en la cima de mi potencial, con marcas sin precedentes, con muchos sueños que traía conmigo. En Munich, en cada carrera, mejoraba mis tiempos. Desde entonces hasta hoy nadie en Israel rompió mis records olímpicos.
Pero además, mi entrenador, Amitzur Shapira, fue asesinado. Lo había conocido seis años antes y él me dijo desde un primer momento: «Yo te voy a entrenar, te voy a preparar a largo plazo para la olimpiada». Fue de su boca que oí la palabra «olimpiada»; y justamente en la olimpiada se quebraron los sueños.
- El golpe fue por varios lados...
- Por supuesto. Estaba destrozada. No quería ni ver las pistas. No podía ni acercarme a estadios en los que Amitzur me había entrenado. Mi gran suerte fue que con mi novio, Peter Roth, teníamos una relación muy cercana. Debido a lo sucedido en Munich me casé antes de lo pensado. Era natural para nosotros; para liberar la presión emocional que teníamos; salíamos a correr juntos, a hacer jogging. No era para competir sino porque dedicarse al deporte ayuda mucho.
- Y si no fuera por él, quizás habría dejado todo ¿verdad?
- Es verdad. Pero le cuento que un día, unos dos meses después de Munich, me invitaron a participar en un evento deportivo en Sudáfrica. Dudé mucho pero al final fui.
Todos los medios dejaron de lado a los campeones olímpicos y se concentraron en mí; querían saber los detalles de qué es lo que había pasado en Munich. Hasta ese momento, yo me había preguntado varias veces cómo puede ser que vienen a la villa olímpica, asesinan a nuestra gente, y en el mundo nada cambia. Me preguntaba por qué puede pasar eso, si es porque no tenemos poder, porque somos judíos, porque no tenemos petróleo. Me preguntaba cuál habría sido la reacción si esa tragedia le hubiera sucedido a otro país, a un país grande. Esa pregunta, la verdad, me daba vueltas todo el tiempo por la cabeza. Y he aquí que llegué a Sudáfrica y todo el mundo me preguntaba; todos se interesaban; sentía empatía de parte de los demás.
- ¿Y eso le hizo bien?
- La verdad que sí porque sentí que contaba sobre mis compañeros; relataba sobre su historia, sobre lo que había pasado y que eso significaba que no fueron olvidados, que no era que los asesinaron y nada importaba para el mundo.
- Esther; usted se había clasificado para la final de 100 metros ¿verdad?
- Así es. Yo empecé por los 100 metros y seis días después iba a correr los 100 metros con vallas. Yo no tenía experiencia de competencias en ese tipo. Mi entrenador me dijo que vaya a los 100 metros así sentía algo del ambiente olímpico; para que eso me ayude luego en los 100 metros vallas, que era lo mío. Casi por casualidad, diría, fui a los 100 metros. Pero también por casualidad casi llego a la final. La diferencia con la segunda era de cuatro décimas de segundo. Fue toda una sorpresa. Para Israel en general fue una gran alegría. Sentí que Israel quería más que nada que esté la bandera, ser como todos los pueblos, participar en las olimpiadas; pero no se esperaba que alguien vuelva con medallas olímpicas. Pero he aquí que yo iba subiendo y subiendo; la alegría era enorme; la gente miraba por televisión que en ese momento era en blanco y negro; y en medio de las grandes expectativas llegó el atentado.
- Así que por eso no llegó a participar en la final...
- Así es. No corrí. Se interrumpió la olimpiada por un día; hubo un día de recuerdo; una ceremonia. Ante 80 mil espectadores en el estadio nuestro jefe de delegación dijo que el terrorismo no amedrentará a Israel, que seguiríamos participando en olimpiadas; y yo lloraba. En ese estadio tendría que haber corrido, y no corrí.
- ¿Fue una decisión suya en lo personal o de la delegación?
- Fue una decisión del Gobierno de Israel. Cuando decidieron sacar a los israelíes de la villa olímpica, en dos helicópteros, los vinieron a buscar en ómnibus y estaban en camino, el médico de la delegación me dijo: «Mañana vas a correr. Todo va a estar bien». Había negociaciones de por medio todavía. «Tómate una píldora para dormir, así mañana puedes correr», me dijo el médico. Respondí preguntando cómo puedo hacer algo así; cuando mi entrenador estaba allí arriba, en el helicóptero. Hubo doce horas de negociaciones muy duras. «Los terroristas amenazan que cada dos horas asesinarán a alguien si no liberan más de 200 de ellos», dije yo. «¿Cómo, en esta situación, voy a correr mañana?».
El médico me insistió, me dio píldoras para dormir y me dijo que vaya a descansar. Veíamos todo por televisión, las negociaciones. Pero esa noche todos fueron asesinados y estaba claro que al día siguiente yo no corría.
- Murieron por una granada que los terroristas detonaron en los helicópteros...
- Así es. Francotiradores alemanes, que esperaban en el aeropuerto, comenzaron a disparar; los terroristas se enojaron, vieron que no cumplían lo que les habían prometido y así hicieron estallar los helicópteros.
- ¿Recuerda los últimos momentos compartidos con el resto de la delegación?
- El día del atentado, en las olimpiadas, había sido un día de descanso. Sentíamos una gran alegría por los logros que yo había obtenido, que eran de gran valor para el deporte en Israel; y había un ambiente excelente. Nos invitaron a ver la obra «El violinista en el tejado» que se presentaba en Alemania en ese momento con el muy conocido actor Shmuel Rodensky. Él nos invitó. Fuimos todos, la delegación entera con el uniforme. Al terminar la obra pasamos detrás de las bambalinas, nos sacamos fotos, el ambiente era sumamente alegre. Volvimos a la villa olímpica a medianoche. Mi entrenador se despidió de mi diciéndome que nos encontraríamos a la mañana siguiente en el desayuno y me fui a dormir. A las 6 de la mañana me despertaron y me dijeron que terroristas habían entrado al lugar y que tenemos que irnos. La primera reacción fue decir que no puede ser, que debe haber un error; pero dos de nuestros compañeros ya habían sido asesinados.
- ¿Dónde estaba usted Esther?
- En el pabellón de las mujeres. Es que en las olimpíadas, en general, hombres y mujeres tienen pabellones separados. En la parte de las mujeres éramos sólo dos, la nadadora Shlomit Nir y yo. Si los terroristas nos hubieran buscado a nosotras, no habrían podido encontrarnos. Estábamos a 200 metros de los hombres. No oímos nada de lo sucedido. La verdad es que tampoco la gente que estaba al lado oyó nada.
- Estaban junto al pabellón de la delegación de Uruguay…
- Tengo entendido que sí, pero no creo que hayan oído nada, porque todo sucedió dentro de las habitaciones.
- Recordemos Esther cómo fue que se salvaron los otros dos.
- Los terroristas entraron por tres lados.
- El primero con el que se toparon fue Muni Weinberg, el entrenador de los luchadores...
- Sí. Le indicaron que los conduzca a las otras habitaciones de los israelíes.
- Él logró esquivar uno de los cuartos, convenciendo a los terroristas que allí había gente de otro país...
- Sí, pero tuvo que llegar al tercero...
- Donde estaban los luchadores, pensando que ellos podrían tomar control de los terroristas fácilmente; aunque el problema, claro, es que estaban armados...
- Exactamente. Del segundo cuarto, al que no habían entrado, oyeron algo en el otro; alguien alcanzó a gritarles que huyan y ellos saltaron por la ventana.
- ¿Cuándo llega el momento en el que uno capta a nivel personal lo sucedido; que uno dice «yo también podría haber muerto»?
- Pensé todo el tiempo que ojalá hubieran comenzado por nuestro edificio, porque era muy grande y habrían tenido dificultades para encontrarnos. Pero luego ya nos enteramos, y ahora está clarísimo que recibieron ayuda; alguien les dio las armas.
- Alguien les dio llaves de la villa olímpica...
- Y que los alemanes no prestaron la debida atención al tema de la seguridad porque querían dejar una imagen limpia, de algo que no tiene nada que ver con guerra; como que todo estaba bien…
- La llamaron «la olimpiada feliz»...
- Así es. Claro está que no se entra así nomás con armas y granadas a un lugar como ese.
- ¿Cómo influyó un evento traumático como la matanza de Munich en su visión en cuanto a la vida en Israel, el futuro, los problemas con los que Israel tiene que lidiar por el conflicto?
- Realmente confirmó los serios problemas con los que tenemos que lidiar. Si uno observa la vida diaria en diferentes partes del país, creo que la sensación es que tenemos un país hermoso, que hay aquí muchas cosas buenas, pero claro que este problema es serio y preocupa. Y me pregunto a menudo por qué los reflectores están siempre sobre nosotros. Ahora, con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, con todo lo que se están matando unos a otros, todavía hay gobernantes que dirigen el dedo acusador hacia nosotros. Sinceramente, me cuesta entender a qué se debe.
Y a veces me pregunto si no será por envidia; por ver lo que se logró hacer en Israel donde existía sólo desierto. Realmente, como ciudadana común y corriente, como todos, no entiendo por qué la situación debe ser así; lo que queremos es vivir en paz, como quiere todo el mundo.
- De su propia experiencia después de Munich, y haciendo extensivo eso a la vivencia de Israel en general, podemos decir que toda esta problemática es difícil pero que no logra desesperar a Israel ¿verdad?
- No es que no nos desespera, sino que no tenemos alternativa. Actuamos como actuamos porque no tenemos más remedio. Si levantamos los brazos o nos mostramos débiles, entonces no podremos vivir aquí. Es un tema existencial.
- ¿A lo largo de su carrera como atleta ha tenido encuentros con colegas árabes?
- Por supuesto. Yo era invitada a eventos deportivos por mis logros ya que llegué a estar entre las seis mejores atletas mujeres del mundo. Y me pasó en dos oportunidades que deportistas árabes, no recuerdo de qué países, dijeron que «si la israelí participa, nosotros no».
- Esther; usted se especializó en corrida con vallas, pero en estas situaciones ha tenido que lidiar con otro tipo de obstáculos, más difíciles quizás...
- (Risa) ¡Sin duda! Esos obstáculos son mucho peores de pasar.
- A lo largo de su vida ha tenido varios momentos duros con los que lidiar. Munich, por cierto, el perder allí a su entrenador, cuestiones de salud personal cuando se hizo un trasplante de riñón, el fallecimiento repentino de su esposo cuando tenía menos de 60 años. ¿Es posible decir «esto fue lo más difícil»?
- Ante todo diría que algo que me ayudó a lidiar con todo esto, fue el deporte. No es casualidad que se dice «mente sana, cuerpo sano»; es una gran verdad; y yo lo cumplo día a día. Inclusive cuando tuve el trasplante de riñón, un día antes corrí 3 kms. Y luego, cuando venía gente a visitarme al centro médico, yo les decía que traigan zapatillas y salíamos a caminar. Cada país al que voy, lo conozco haciendo mis corridas. Mucho gira para mí en torno a eso. Es muy importante y me da mucha fuerza. No es que me faltaron crisis, pero lidié con todo.
Sin duda, las vallas en la pista, no eran difíciles para mí. Reconozco que nací con talento para eso; es una bendición que recibí al nacer. No diría que tuve que entrenarme mucho. Claro que hay que agregar otras condiciones, otras actitudes.
- Disciplina, perseverancia...
- Por supuesto. Sin eso, la capacidad innata no alcanzará. También tuve entrenadores personales que fueron esenciales. Era disciplinada y me entrenaba, pero no en forma exagerada. Creo que bastaba con que no me arruinen lo que llevaba conmigo.
En cuanto a los momentos difíciles, cada crisis, cada uno, ocupó su lugar. Eso está claro. Pero sin duda, Munich fue la peor desgracia que viví en lo personal. Era, además, muy joven. Yo hasta diría que fue más traumático que la muerte de mis padres. Cuando se muere en forma natural, uno, de alguna forma, puede entenderlo; pero lo de Munich no. Tampoco cuando falleció mi esposo pude entenderlo. Era joven; todo fue repentino; fuimos a un cateterismo tras el cual teníamos que volver a casa; lo acompañé al estudio, y media hora después de entrar a la sala me dicen que murió. Y yo volví sola a casa. Fue terrible.
- Y usted, a pesar de todo, siguió adelante. Es cierto que después de la matanza de Munich pensó dejar la carrera y que finalmente continuó porque la convenció su compañero de entonces, luego su esposo, Peter. Y siguió cosechando éxitos, que le valieron grandes reconocimientos en Israel.
- Es cierto. Llegué a estar entre las seis mejores atletas mujeres del mundo, lo cual se confirmó en las Olimpiadas de Montreal; pero creo que es justo decir que a mi alrededor era un mundo de drogados, en el sentido que luego se descubrió que las otras atletas, las cinco que estaban antes que yo eran del bloque europeo oriental (dos de Alemania Oriental, dos de Rusia y una de Polonia); todas ellas habían tomado drogas antes de correr. Y yo creo que en Israel se sabe la verdad.
- Los reconocimientos fueron llegando con el tiempo, y el camino lo sembró usted al seguir adelante a pesar de lo sucedido...
- Es verdad. Recuerdo cuando el jefe de la delegación, en aquel día de recuerdo a los muertos, cuando se interrumpió la olimpiada, dijo que «vamos a seguir». Yo lloraba y pensaba que no hay quien siga. Fui la única de los que quedamos, que continué. En aquel encuentro en Sudáfrica entendí que a los deportistas mismos, les interesaba. Eso me dio fuerza. Y la verdad es que pensaba en mi entrenador, asesinado en el atentado, Amitzur Shapira, que siempre me decía «yo te llevaré a la olimpiada». No sabe qué feliz que estaba en Munich.
- Al menos llegó a verla alcanzado logros, clasificándose para la final...
- Así es. Me había conocido cuando yo todavía era una niña y cuando corría bien; era como que realizaba sus sueños. En lo personal, no sabía qué sueños tenía. Venía de un hogar religioso, donde no sabía qué era el deporte. No tenía deportistas ídolos a los que admirar. No es que tenía el fuego de la ambición de ser exitosa en el deporte. Tenía talento innato para correr muy bien, eso sí. Siento que realicé sueños de otros; el mío era ser profesora de deportes; y eso lo sigo siendo hasta hoy.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay