«La injerencia estadounidense en los asuntos internos árabes cumple un rol estratégico en el respaldo militar, logístico y alimenticio de las fuerzas que enfrentan a estos regímenes», dice Gabriel Bacalor, especialista israelí en asuntos de Oriente Medio.
- ¿Cuán espontáneas son las reacciones violentas en el mundo árabe a las caricaturas y los videos que ofenden al profeta Mahoma?
- Quienes vivimos Oriente Medio sabemos que, por lo general, estas cosas no son fortuitas. La intencionalidad política está siempre presente, tanto en la acción como en su reacción.
Esto se evidencia en el caso del asesinato del embajador Stevens en Bengasi, cuya ejecución requería cierta información secreta, como que el diplomático que se encontraba en el consulado. Además, el hecho que los usurpadores hayan ingresado con armas de guerra y robado las listas de colaboradores libios con el gobierno norteamericano y varios contratos petroleros, evidencia que se trataba de una misión y requería de planificación previa.
- ¿Qué sentido tienen entonces estas provocaciones al mundo musulmán?
- Leamos los efectos. Ante la indignación que genera en el electorado norteamericano el ataque frontal contra objetivos estadounidenses, se refuerza el lema de campaña del candidato Romney respecto a que Obama es un presidente débil.
Es sabido que el pastor evangelista Terry Jones, quién produjera la película «La inocencia de los musulmanes», origen del ataque al consulado, mantiene relación con el partido republicano, por lo que no debe descartarse que la chispa que inició este incendio responda, fundamentalmente, a intereses electorales.
Debemos recordar que en 1980, los republicanos lograron destronar al ex presidente Carter, utilizando la misma consigna de supuesta debilidad política respecto a otro conflicto diplomático; en aquel momento, la toma de rehenes en la embajada estadounidense de Teherán.
- ¿Cómo afectará a los sentimientos nacionalistas árabes, la mayor injerencia de tropas americanas en la región, derivada de esta escalada de violencia?
- Desde el punto de vista emocional, el mundo árabe no se siente cómodo con esta creciente penetración militar norteamericana. Sin embargo, en el marco del conflicto de intereses provocados por la primavera árabe, la intervención estadounidense también resulta funcional a los sectores rebeldes, que luchan por derrocar a las monarquías que gobiernan en la región, desde hace treinta, cuarenta y cincuenta años.
Desde una perspectiva histórica, el proceso antimonárquico que hoy se observa en Oriente Medio puede compararse con las revoluciones europeas de 1848, que acabaron con el absolutismo de la mayoría de las realezas del viejo continente. Así, la injerencia estadounidense en los asuntos internos árabes, cumple un rol estratégico en el respaldo militar, logístico y alimenticio de las fuerzas que enfrentan a estos regímenes.
Hay que recordar que la dependencia de armamento americano no es menor que la nutricional, ya que los países árabes importan nada menos que el 60% de los alimentos que consumen, caracterizados por economías mono productivas y con una distribución del ingreso regresiva.
- ¿Es posible que los seguidores de los dictadores derrocados o aún por derrocar, estén detrás de las protestas de los últimos días?
- Claro que sí. En el caso de Libia, los manifestantes que asesinaron al embajador Stevens se identificaron como seguidores de Muammar Gaddafi, el ex presidente derrocado. En Turquía, dos grupos de manifestantes alineados con el gobierno iraní, quemaron banderas estadounidenses y se expresaron contra el involucramiento turco en el conflicto de Siria.
En el caso de Pakistán, donde residen 160 millones de musulmanes, y que constituyen la tercera población musulmana más grande del mundo, los manifestantes corearon consignas en favor del ex presidente de facto Pervez Musharraf, atacando una iglesia e hiriendo a miembros de la comunidad cristiana, en la sureña ciudad de Hyderabad.
Quizás el indicador más evidente de la intencionalidad política de las protestas, y que favorecen a los regímenes no democráticos, haya sido el llamamiento del jefe del grupo chiíta libanés Hezbolá, Hassan Nasrallah, para que los musulmanes «muestren su cólera al mundo entero». Es bien conocido que Hezbolá recibe financiamiento directo de Irán, y participa militarmente en la lucha por sostener al presidente sirio Bashar al-Assad.
- ¿Qué consecuencias involucraría la caída de Assad en Siria?
- La matriz demográfica siria es bastante más compleja que la de Libia, Túnez o Egipto. Los rebeldes, que en su mayoría son sunitas, tienen fuerte identificación con Al Qaeda y se enfrentan a las minorías chiítas, alawitas y drusas entre otras, que están respaldadas por Rusia e Irán.
La salida de Assad del gobierno tendría dos efectos que modificarían radicalmente el mapa regional: la transferencia de ojivas no convencionales, biológicas y químicas, por parte del actual gobierno sirio al grupo terrorista Hezbolá en Líbano; y acarrearía inevitablemente una operación militar a gran escala de Israel, que vería amenazada su subsistencia. En este sentido, esta semana el ejército israelí realiza simulacros de operaciones de combate en las alturas del Golán.
El segundo efecto secundario del cambio de mando en Siria, debería esperarse en el plano local. Por la complejidad social que involucra, la expulsión de Assad, extendería la guerra civil y pondría en riesgo la integridad física de las minorías locales. Así, Siria podría segmentarse en dos o más países independientes, tal como propuso el mandato francés en 1928.
- ¿Qué posición asume Israel en este proceso?
- Desde el punto de vista militar, el gobierno israelí observa expectante el desarrollo de los cambios que se dan en la región. Mientras eleva los niveles de alerta frente a posibles conflictos limítrofes, su foco principal continúa siendo el programa atómico iraní, que según fuentes oficiales, en 6, 7 u 8 meses, ya tendría capacidad de desarrollar armamento nuclear.
Por ese motivo, el premier israelí Binyamín Netanyahu apuesta todas sus fichas al triunfo de su amigo personal, y candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Mitt Romney, quien le garantizaría el respaldo para llevar a cabo una operación militar que detenga el programa nuclear iraní, mejorando asimismo la deteriorada relación actual entre Jerusalén y Washington.