El Rabino Ángel Kreiman (67), descendiente de una de las primeras familias de «gauchos judíos», nacido en Buenos Aires - aunque vivió la mayor parte de su vida en Chile - es una de las víctimas de la AMIA.
Aquel lunes 18 de julio de 1994, del que no logra hablar sin que se le llenen los ojos de lágrimas y se le entrecorte la voz, perdió a su esposa Susy, madre de sus tres hijas, tras 28 años de matrimonio.
Hoy, en Jerusalén, que es actualmente su hogar tras su radicación en Israel hace casi un año, está dolorido y se siente engañado.
Kreiman nos recibió en su casa y nos dio la oportunidad, durante varias horas, de escuchar un apasionante testimonio sobre sus años como rabino en Chile, en los tiempos de Salvador Allende y el General Augusto Pinochet, su lucha por los derechos humanos y las vidas que logró salvar arriesgando la suya propia, así como acerca de lo que parece ser el eje de su existencia: el diálogo judeo-católico.
Las asiduas menciones de sus hijas, yernos y nietos, son parte integral del diálogo; pero todo lleva, de una forma u otra, a la AMIA.
- Rabino ¿cómo se siente usted con las noticias que llegan estos días desde Buenos Aires?
- Le puedo decir que la actitud de la rresidenta argentina no me merece ningún tipo de respeto. Vemos cómo por razones políticas, de conveniencia política, se han involucrado en una causa equivocada. Esta señora nos ha engañado. Y el canciller argentino le está dando la espalda a su origen.
Estoy muy decepcionado. Para mí fue muy duro el asesinato de mi mujer.
- ¿Qué recuerda de aquella dura mañana del atentado?
- Le diré ante todo que nos fuimos de Chile a Buenos Aires porque a la AMIA le había parecido tan excelente el «invento» de mi esposa en Chile, el PASSI (Programa de Asistencia Social Israelita), con la Bolsa de Trabajo, que la llevaron a Buenos Aires para que sea directora de la Bolsa de Trabajo. Ella la hizo, la armó, con Norma Leu.
- Y que ayuda no sólo a gente de la colectividad...
- Los que tienen que dar trabajo son empresas judías, pero entre los que pedían trabajo había muchos no judíos. Mi señora, de bendita memoria, nunca preguntó a nadie si era judío, católico, protestante, musulmán o no creyente. El día que hablé con ella diez minutos antes de la explosión, el 9 de Av de aquel lunes 18 de julio de 1994, a las 9.30 de la mañana, me dijo: «No me llames más durante el día porque hay 54 personas en la fila esperando para pedir trabajo». De esas 54, a lo mejor 10 eran judíos. Pero nunca se les preguntó.
- Y la explosión fue el comienzo de una nueva etapa en la pesadilla…
- A raíz del asesinato, tuve que vivir duras situaciones que nunca olvidaré. Estuve durante ocho días entrando en la morgue de la calle Viamonte para reconocer pedazos. Era un lugar donde se podía poner quizás cinco cuerpos; y había pedazos de 85. Gracias a Dios, la mayor parte del cadáver de mi esposa, el tronco, estaba reconocible; y pudimos tener el 25 de julio un entierro digno.
El Rav Ben Hamuel, Rabino Jefe de Argentina, tuvo que conseguir autorización de Israel para que las bolsas de pedazos, donde quizás habían restos de muchísimos no judíos, fuesen enterrados en Tablada en fosa común. Estamos hablando de algo siniestro.
- ¿Qué secuelas le dejó la tragedia?
- Le cuento que yo había vivido en Chile desde que me ordené en el Seminario Rabínicio de Buenos Aires. Tiempo después del atentado volví a Chile. Estaba en la ciudad de Temuco, en el sur, cuando fue el terremoto de hace tres años. Cuando empezó todo a temblar, yo - que estaba tan acostumbrado a eso de vivir tantos años en Chile -, me aferré a la cama y recé la plegaria judía «Shmá Israel». Se movía todo el hotel en el que estaba; se caía todo; hasta que las personas que estaban en la pieza de al lado, que eran argentinos que no entendían de temblores, empezaron a gritar: «¡Una bomba, una bomba, una bomba!». Salí en calzoncillos a la calle y el conserje del hotel me preguntó «¿adónde va rabino?», a lo que le respondí: «Voy aquí hasta la AMIA porque parece que otra vez le tiraron una bomba a mi señora».
- Dura regresión...
- Y no era la primera que hice. Ya había hecho regresiones más cercanas a la fecha. A seis meses del 18 de julio del 94, después de Rosh Hashaná, fui a Corrientes y Pasteur, a la sede del Keren Kayemet, a buscar un «lúaj», y ahí también me pasó. Fui hasta la AMIA, y el policía me preguntó adónde voy. Le dije: «Voy a buscar a mi señora porque a esta hora sale de trabajar». Estaban los escombro y yo no los veía. Como la Susy no salió, por supuesto, me fui a Viamonte donde hay un mercadito de productos kasher en el cual mi esposa compraba siempre y le pregunté a una señora sefaradí que estaba allí: «¿No vino mi esposa?». Me sentó, me dio agua y empezó a gritar «el rav está loco, el rav está loco». Pero después del terremoto, hace tres años, la regresión fue muy dura. Ahí ya sabía que lo que quería era venirme a vivir a Jerusalén, que para mí es como el cielo.
- Rabino, usted que recuerda así a su esposa… ¿qué siente sobre el significado del acuerdo que Argentina firmó con Irán?
- Siento que lo que está haciendo la presidenta Cristina Fernández es como matar de nuevo a mi esposa. Lo que está haciendo esa mujer es quemarlo todo. Me ha terminado de matar todo el recuerdo que yo podía tener de Argentina. Yo suponía que quienes mataron a mi mujer, y a las otras 84 víctimas, iban a pagar por ello. Aclaro que no hago de esto un monopolio mío ni un monopolio judío.
- Claro... si entre los 85 muertos, hubo numerosos no judíos…
- Por supuesto. Cuando fui una vez a invitar al Cardenal Bergoglio para que firme una declaración sobre la AMIA, fui con la madre de un chiquito que murió a los 5 años, que lo único que quería era conocer el subte. Era gente muy humilde que vivía muy afuera. Él tenía que ir todos los lunes al Hospital de Clínicas a hacer una terapia y la madre le dijo que si quiere conocer el subte, el próximo lunes 18 de julio, se va a tener que levantar bien temprano, van a ir a una estación del subte y de ahí van a caminar cuatro cuadras hasta el hospital. Pero cuando pasaron ese lunes de mañana por la AMIA, la bomba le arrancó al chico que murió de las manos; y a ella le quedó todo el brazo derecho con esquirlas. Y ella le mostró al cardenal lo que le había pasado.
Entonces, lo de la AMIA, no es un monopolio judío.
Y con esta actitud de Cristina, de Timerman - que duele mucho más porque si ella tiene intereses políticos que no se puede comprender es una cosa, pero que alguien traicione a su propio origen, a su propia familia y esté asociándose con el enemigo… ¿A quién se le puede ocurrir que va a encontrar a los responsables, asociándose a los responsables? No entra en la lógica más simplista y más grotesca. Estamos asociándonos al enemigo. ¿A quién le voy a creer?
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay