«La creación del Estado de Israel fue filosóficamente decisiva porque con ella nace el judaísmo posdiaspórico», afirma Santiago Kovadloff, ensayista argentino, filósofo, poeta, traductor y autor del libro «La extinción de la diáspora judía».
Kovadloff cuenta que el tema de su libro comenzó a generarle interrogantes hacia 1990, que tuvo forma de ensayo hacia 2004 y que fue ramificándose en una temática que le pedía «larga convivencia» y que trabajó entre 2007 y 2012.
«Se trata de un concepto esencial en la cultura», dice. «En la medida que los judíos pueden optar por ser israelíes o dejar de serlo, en esa misma medida la diáspora como fatalidad se extingue y lo que hay que plantearse a partir de allí es dónde están los judíos que, no optando por la identidad israelí, siguen reivindicándose como judíos... pero ya no están más en la diáspora».
Nacido en 1942 en Buenos Aires, Santiago Kovadloff es autor de libros de ensayo, poesía y relatos para chicos. Algunos de ellos son «El silencio primordial», «Lo irremediable», «Sentido y riesgo de la vida cotidiana», «La nueva ignorancia», «Ensayos de intimidad» y «El enigma del sufrimiento».
Kovadloff integra la Real Academia Española - como miembro correspondiente - y la Academia Argentina de Letras y la de Ciencias Morales y Políticas. Como ensayista obtuvo el Primer Premio Nacional de Literatura, entre otros galardones.
- ¿Por qué eligió la cuestión de la diáspora judía para escribir un libro?
- No elijo mis temas. Son ellos los que me dictan su preeminencia. Se me imponen. Tal vez vivan larvados en mí durante años, nutriéndose de percepciones laterales, indirectas. Y aun de una atención preconsciente. En un momento dado, pasan a ocupar el centro de la escena. Afloran. Ganan protagonismo. Y yo lo advierto. A partir de allí, me concentro en ellos, les correspondo. Me doy cuenta de que llegó la hora de trabajar con ellos. No me intereso por ningún tema que no provenga de lo más oscuro de mí. En ese sentido no hay, en mi caso, diferencia alguna entre la génesis de un poema y un ensayo. No me sucedió otra cosa con el argumento de «La extinción de la diáspora judía». Durante toda mi vida, el judaísmo me conmovió y me interrogó, sin llegar a manifestarse como materia indispensable de un libro. La revelación de esa necesidad sólo sobrevino en 2004. Entonces me pregunté: ¿Soy un judío diaspórico? ¿Es posible seguir siéndolo si no se es un creyente ortodoxo, para quien solamente la llegada del Mesías pondrá fin a la dispersión del pueblo hebreo? ¿Es posible seguir siéndolo tras la creación del Estado de Israel, que brindó a los judíos la libertad de elegir entre una identidad nacional judía o la ratificación de sus identidades nacionales ya existentes? Estas preguntas orientaron mis lecturas y mis relecturas a partir de entonces. Hacia 2007, el tema que me importaba comenzó a perfilarse como argumento de un libro. Entonces sentí la necesidad de empezar a escribir. Al comienzo fueron notas, fragmentos, líneas. Ninguna idea precisa de la estructura que debía tener mi ensayo. Mucho menos, del tono que debía imprimir a la escritura para que tradujese la intensidad polémica que para mí revestía el asunto que tenía entre manos. De modo que no, no elegí la cuestión de la diáspora. Ella me convocó desde lo más íntimo de mí.
- ¿Advertía que era una materia audaz e iconoclasta?
- Sí; ya había tenido esa impresión cuando escribí «Lo irremediable», estudio que dediqué a Moisés y el espíritu trágico del judaísmo, y con este tema tuve muy pronto la convicción de que estaba tratando una cuestión que iba a encontrar una fuerte resistencia tanto desde la vertiente ortodoxa y religiosa como desde el punto de vista de un judaísmo menos radicalizado pero igualmente poco propenso - hasta donde yo sabía - a tomar en cuenta la posibilidad de que esta cuestión tuviese arraigo vivencial en las comunidades judías contemporáneas.
- Usted ya plantea por un lado la idea de que hay una pluralidad judía; y por otro, lo posdiaspórico.
- Sí. Además, razonablemente fundamentado como para poder constituir la materia de un debate serio. Tengo la impresión, efectivamente, de que la supervivencia del judaísmo está hoy esencialmente caracterizada por estos rasgos que yo resumo en el concepto de lo posdiaspórico. Para que se entienda adecuadamente lo que planteo, me parece indispensable entender por qué puedo hablar de la extinción de la diáspora judía: creo que el concepto de diáspora se ha impuesto en el universo cultural judío en respuesta a una interpretación religiosa que entiende la diáspora judía en el mundo como resultado de un castigo teológico sólo remediable mediante la llegada del Mesías que habrá de devolver a todos los judíos a Tierra Santa; no necesariamente al Estado de Israel, pero sí a Tierra Santa. Esa lectura de la diáspora como un castigo fuerza además a los judíos a desarrollar en el exilio una vida de estudio, de reflexión, esencialmente orientada hacia la convocatoria del perdón por parte de Dios y a la llegada del Mesías en una expectativa que está sumamente unida a esta vida de reflexión y retraimiento en el estudio. Esa visión de lo diaspórico como castigo no necesariamente estuvo hasta hoy connotada por este mismo contenido, vamos a decir de represión y de castigo, pero lo cierto es que la noción se mantiene para hablar de las comunidades judías que poco a poco, a mi entender, dejan de ser religiosas en sentido predominante, atravesadas por un secularismo creciente, sobre todo a partir del siglo XIX, por una destitución progresiva de la cultura judía en la mayor parte de los integrantes de esa vida judía. Una caída del hebreo fuera de Israel como lengua dominante de la educación judía, con una pérdida, en suma, de inscripción en la cultura y en la tradición judía, que se preserva fundamentalmente a través de cierto formalismo. Pero la verdad es que el judaísmo va perdiendo sus rasgos culturales dominantes en la mayor parte de los judíos de la llamada diáspora y que en esa medida, para mí, van vaciando al judaísmo de contenidos alternativos al religioso.
- ¿Hay un momento en que percibe que es una situación muy fuerte?
- Sí, naturalmente creo que la creación del Estado de Israel hace más que evidente el hecho de que la diáspora ha dejado de ser una fatalidad ineludible; les abre a los judíos del mundo la posibilidad de contar con una nacionalidad judía. Y lo cierto es que la respuesta de la mayoría de los judíos del mundo a esa posibilidad es negativa y reivindican sus nacionalidades correspondientes a los distintos sitios del mundo donde se encuentran; si bien adhieren y simpatizan en su gran mayoría con la creación del Estado de Israel. Pero para mí la creación de este Estado fue filosóficamente decisiva porque con ella nace, para mí, el judaísmo posdiaspórico.
- No es una cuestión de lugar, sino esencialmente cultural...
- Así es; una cuestión filosófica, cultural; atañe precisamente a la caracterización de una experiencia que ya no encuentra en la noción de lo diaspórico el rasgo definitorio de su característica.
- Usted analiza la constitución del Estado de Israel: ¿hay pragmatismo en función de los problemas que tiene para establecerse como Estado?
- Sí; me interesó muchísmo tratar de mostrar cómo el sionismo - ese movimiento que dio nacimiento al Estado israelí - es un movimiento secular, que está alejado de las premisas religiosas porque el Estado de Israel nace en respuesta a una concepción de la vida judía que ya no está signada por el rasgo determinante de la religiosidad sino de la política. Y en esa medida creo yo que el Estado de Israel no sólo debe ser interpretado desde la vertiente posdiaspórica de la cual él mismo forma parte como un Estado que les abre a los judíos la posibilidad de contar con una identidad nacional, sino como un Estado que les abre la posibilidad de quedar liberados de una vez para siempre - por lo menos históricamente hablando - de la concepción religiosa dominante que hasta ese momento podría suscitar discrepancias pero no había sido refutada en los hechos por la irrupción de un Estado.
- La religiosidad pierde terreno frente a la secularización en muchos lugares...
- Mire, muchos lectores de mi libro son no judíos, y para muchos de ellos el libro se constituyó en una metáfora de la crisis que la cultura religiosa atraviesa en un mundo secularizado, es decir que la extinción de la diáspora judía también podría ser leída como la crisis de los monoteísmos en un mundo fuertemente secularizado, donde los valores tradicionales no han sido aún sustituidos por nuevos valores; donde la tecnocracia y lo que podríamos llamar el relativismo creciente se han ido adueñando de esta cultura posmoderna para infundirle rasgos de extravío, hasta cierto punto de desorientación, que no valen solamente para el judío posdiaspórico sino para los ciudadanos del mundo occidental contemporáneo.
- Bueno, en ese sentido las ortodoxias parecen dar alivio filosófico frente a esa desorientación...
- Tiene razón. De hecho, no hay refutaciones más previsibles para las hipótesis de mi libro que las que provienen de esa ortodoxia que no sólo niega al Estado de Israel como un Estado necesario, sino que además niega la imposibilidad de que la diáspora se diluya antes de la llegada del Mesías.
- Usted pone énfasis, también, en la incompatibilidad entre política y mesianismo.
- Son incompatibles donde impera un espíritu democrático; donde no impera ese espíritu hay perfecta compatibilidad entre mesianismo y política. Yo creo que las corrientes integristas, los fundamentalismos, las posturas intransigentes desde el punto de vista religioso - que también existen en Israel y que representan a sectores que sin negar al Estado niegan la posibilidad de cualquier acuerdo con los sectores árabes - conciben la confluencia entre mesianismo y política como confluencia entre la ortodoxia y prácticas sociales orientadas a la imposición de este tipo de postura intransigente.
- ¿Qué influye para que se den estas posturas intransigentes?
- Yo diría que son fenómenos que en distintos sitios y épocas tienen rasgos relativamente convergentes, por lo menos algunos de ellos; en Occidente el nacimiento de los totalitarismos, los fascismos, los nacionalsocialismos, los estalinismos, también responden a criterios de intransigencia ideológica que revisten muchas veces rasgos seudo religiosos. Me parece que los movimientos radicalizados de la cultura islámica y los movimientos radicalizados de la cultura judía responden precisamente a la necesidad de generar espacios alternativos a los de las propuestas posmodernas que hoy tienen vigencia en occidente y que hablan de democracias que están demasiado expuestas a la crisis, y hasta cierta debilidad, como de hecho se puede advertir en las democracias actuales, como resultado de la - yo diría - desorientación que muchas veces rige la organización política de esos Estados.
Fuente: La Gaceta de Tucumán