Esta semana se lleva cabo en Guadalajara, México, la Feria Internacional del Libro (FIL), un evento cultural de gran envergadura, que este año, tiene a Israel como país invitado de honor. Amós Oz, el escritor israelí más leído en el mundo, no pudo viajar , pero su palabra fue solicitada a pesar de ello, directamente desde la FIL.
Amós Oz es indudablemente el escritor de su país de mayor renombre mundial, con numerosos de sus casi 30 libros traducidos a más de 40 idiomas, entre ellos el español. Ha escrito además numerosos ensayos y artículos periodísticos. El fruto de su pluma ha sido publicado en 35 países, entre ellos algunos del mundo árabe.
Es conocido como uno de los intelectuales israelíes abiertamente identificados con la defensa de una solución pacífica al conflicto con los palestinos, que pase por la creación de un Estado palestino independiente, en el marco de la fórmula «dos Estados para dos pueblos».
De cara a la FIL, nos concedió una entrevista especial para el periódico «El Universal» de México que reproducimos aquí en una versión ampliada. Nos recibió en su departamento en Tel Aviv, donde las paredes del salón están engalanadas con un sinfín de libros ; evidentemente su medio más natural.
Este es un resumen del diálogo mantenido.
- Amós Oz, gracias por recibirnos en su casa. Usted no participa este año en la FIL pero aún así se requiere su palabra… ¿Cómo se siente al respecto?
- Ante todo, me disculpo por no asistir este año a la Feria de Guadalajara. Simplemente no puedo ir en noviembre. Pero me consta que es uno de las más importantes del mundo . Envío mis saludos y felicitaciones a todos los participantes. Creo que la palabra escrita aún tiene impacto en el mundo, en los corazones y las mentes de la gente. Sueño a menudo con libros que he leído y veo en esto una señal del significado de la escritura. Si logra penetrar tan profundo, considero que de alguna forma, tiene una presencia también en el mundo real.
- ¿Considera que es una ocasión especial que Israel sea el país invitado de honor a esta Feria del Libro en Guadalajara?
- Creo que es maravilloso. Personalmente considero que lo ha ocurrido con la literatura israelí en el último siglo, es un milagro. El idioma hebreo estuvo durante 17 siglos tan muerto como el griego antiguo o el latín. Se lo usaba para escribir, para intercambios teológicos, en los ritos religiosos, pero no en la vida diaria. Revivió como idioma hablado hace sólo 120 años aproximadamente. Este renacimiento de un idioma hablado, constituye uno de los grandes milagros literarios de todos los tiempos.
- ¿Considera que hay un mensaje que puede ser transmitido por la literatura israelí? Es tan variada, tan heterogénea…
- No, no me parece que la literatura transmita «un» mensaje sino numerosos mensajes. Tenemos muchos escritores significativos, pero no creo que ninguno de ellos esté pasando su mensaje personal.
- ¿Siente usted que puede haber un vínculo especial entre la literatura hebrea y la escrita en español?
- Creo que hay cierta medida de cercanía entre todos los pueblos del Mediterráneo. En la cultura judía e israelí hay genes españoles. También creo que en la cultura española hay genes judíos. Y esos genes comunes llevan a cierta cercanía. Yo leo literatura española y latinoamericana traducida al hebreo o al inglés. Y hallo a menudo cierto tipo de energía, de ritmo, de una enorme curiosidad acerca de los detalles de la vida y de sensualidad, que es común al parecer a nuestra cultura y la cultura latina, española. En la cultura española hallé facetas que sentí cercanas a mi corazón y al parecer también al corazón del lector israelí ya que a mucha gente aquí le gusta la literatura latinoamericana y española y a muchos en España y América Latina les gusta nuestra literatura.
- ¿Cuál es el secreto de lo que usted ya llamó «el milagro» de la literatura hebrea en el último siglo? Y no me refiero sólo a lo prolífico de la creación literararia en Israel sino también a la gran resonancia, a la repercusión que tiene en el exterior.
- Los judíos israelíes llegaron aquí provenientes de 136 países. A ellos debemos agregar los árabes israelíes, por lo cual tenemos 137 voces de fondo. Cada uno trae consigo relaciones, a veces muy ambivalentes y a veces sumamente complejas, con el mundo del cual viene, el mundo de sus padres o de sus abuelos. Esta impresionante variedad de fuentes, trasfondos, de lugares de origen, enriquece la vida israelí y también a la literatura israelí.
- Esto, aunque numerosos escritores - y en usted esto es muy evidente - escribe sobre temas muy israelíes, muy de aquí, de la vida en Israel. Así es también en su libro más reciente, «Entre amigos», cortas historias de vida de miembros de un kibutz imaginario que usted creó.
- Así es. Toda la literatura que me gusta es provincial y a veces hasta regional. En la literatura hay algo maravilloso. Cuanto más regional y provincial, puede ser más internacional. Casi todos los escritores que me gusta leer, escriben sobre un lugar pequeño; que también puede ser una gran ciudad, porque uno suele escribir sobre un barrio, sobre una calle, sobre el mundo que se halla entre la farmacia en una punta de la cuadra hasta el almacén en la otra. La literatura siempre se ocupa de un microcosmos local. No sólo yo lo hago. Todos los escritores que me gustan hacen lo mismo.
- ¿Cree que la explicación al respecto radica en el hecho que todo escritor puede escribir mejor, transmitir mejor sus sentimientos acerca de las cosas que más ama? Y la casa de uno es quizás lo que uno más quiere…
- Creo que no siempre la casa de uno es lo que más se ama. A veces también se la odia. Pero el odio también es un sentimiento íntimo. A veces uno se cansa de su casa; y eso también es íntimo. A veces la casa inspira sentimientos ambivalentes; y eso es un sentimiento íntimo. Yo suelo decir a gente joven que me consulta sobre la escritura: escriban sobre lo que conocen.
- ¿Por qué? ¿Porque es el camino más seguro hacia algo auténtico?
- No hay nada seguro para lograr algo auténtico. Ningún camino es seguro. Pero estoy casi seguro que si una persona escribe sobre un mundo que no conoce, el resultado no será bueno.
- Gente joven le consulta a usted sobre literatura, especialmente en el curso que dicta en la Universidad Ben Gurión de Beer Sheva. ¿Pero se puede «enseñar» a escribir o a apreciar lo que otros escribieron?
- Enseño obras que a mí me gustan mucho. Leo las obras en la clase y converso sobre ellas con los alumnos. En el pasado tuve cursos sobre cómo escribir, pero dije a mis alumnos que en realidad no puedo enseñarlescómo escribir, pero sí puedo intentar enseñarles cómo borrar.
- ¿Usted borra mucho al escribir?
- Todo el tiempo. La mayor parte de lo que escribo, lo borro.
- ¿Y sus personajes? ¿Cuándo tiene claro qué ocurrirá con ellos?
- Cuando un escultor trae un bloque de piedra de la montaña, sólo él ve en él la forma que tendrá al final; o casi. Y entonces comienza a sacar, sacar y sacar. Cuando ya sacó lo suficiente, ahí vemos la escultura. Es como lo que yo borro.
- En Israel hay una altísima cantidad de nuevos títulos publicados por año; desproporcional al tamaño de la población… ¿Cómo lo explicaría?
- Si reviso lo que sucede en mi casilla de correo, a la que hay gente que me envía sus manuscritos para que los lea, debo deducir que en Israel hay más escritores que lectores.
- ¿Y tiene posibilidad de leer todo lo que le mandan?
- Leo un poco pero me es totalmente imposible leer todo.
- ¿Cuál es en su opinión el lugar de los escritores más jóvenes en Israel, de la nueva generación de escritores?
- Usted lo ha dicho, ha usado la palabra «nueva». Lo que espero de un escritor joven es eso, que sea nuevo. Que no diga lo que otros dijeron antes que él. Que no haga nuevamente lo que otros ya hicieron.
- ¿Y también usted procura no repetirse al escribir?
- Espero no haber escrito dos veces el mismo libro… nunca.
- Uno de sus libros más mundialmente famosos ha sido «Una historia de amor y oscuridad», su historia personal, la de su familia. El hogar al que uno puede o no querer, como usted ya ha dicho; es una fuente central de inspiración ¿verdad?
- Si me pregunta, en una palabra, sobre qué he escrito 28 libros, le diría «familias». Si me da dos palabras, «familias infelices» .Si me pide en tres, ya es mejor leer los libros.
- Y realmente, en el libro que mencioné antes, el más reciente suyo, «Entre amigos», al terminar cada historia, cada capítulo, por más que disfruté la lectura, me queda una sensación de cierta tristeza, de que usted transmite - y no sé si su intención al inventar el kibutz Yifet era reflejar al kibutz Hulda en el que vivió - una vida carente de felicidad…
- Sobre gente feliz no es necesario escribir. Un puente bien construido sobre un río, de un lado a otro, sin problemas, sobre el que todos los días cruzan 50 mil personas y 30 mil automóviles, no hay lo que escribir más que bravo al arquitecto y a los constructores. Solamente el puente que se cae es una historia. Y yo escribo sobre puentes que caen.
- ¿Y así ha sido la mayoría de las almas con las que usted se ha topado en la vida? ¿Así es el alma humana?
- No… no digo eso… No soy sociólogo y no analizo la sociedad humana. Me concentro en especial en gente no feliz porque me interesa más. Tolstoi escribió al comienzo de «Ana Karenina»: «Todas las familias felices son parecidas entre ellas. Toda familia desgraciada es desgraciada a su forma». Sobre ellas es que escribo.
- ¿Y eso no lo entristece?
- No. Me consuela. Creo que la maravilla de la literatura es que cuando escribimos sobre sufrimiento, siento que eso reduce un poco mi propio sufrimiento. Siento que esto es algo maravilloso que puede hacer la buena literatura. A veces, cuando estoy muy triste, leo sobre gente triste.. y me siento más alegre.
- ¿Cómo maneja sus personajes?
- Mis cuentos siempre comienzan por los personajes. Conozco a los personajes antes de saber cómo será el cuento. Recién cuando conozco muy bien a los personajes y ellos comienzan a hacerse cosas unos a otros, sé que esas cosas que se hacen entre ellos, ese es el cuento.
- ¿Se pregunta a veces qué encontraron en sus cuentos, tan israelíes , quienes los leen con entusiasmo en idiomas tan distintos del suyo, o sea de culturas tan diferentes y lugares lejanos?
- ¿Y qué es lo que encuentro yo en un escritor ruso del siglo XIX como Chejov? ¿Qué encuentro en un escritor estadounidense del sur profundo como Faulkner? ¿Qué encuentro en un escritor tan regional como García Márquez? Son todos escritores de pequeños lugares. Creo que toda literatura, cuanto más local es, más probabilidades hay de que se convierta en algo universal.
- Cuando se habla de su éxito como escritor ¿considera que parte de la explicación pasa por el magnetismo especial de Israel, por lo que irradia hacia afuera; quizás también de sus problemas?
- Hallo que hay una distancia muy grande entre el Israel de los diarios y los medios, y el que yo conozco. Casi no escribo, por ejemplo, sobre israelíes y palestinos. Lo hago, sí, en mis ensayos, pero no en mis cuentos. No he estado nunca en la alcoba de un palestino, así que no puedo entonces escribir un cuento sobre palestinos.
- ¿Cómo es entonces el Israel que usted ve?
- En la CNN veo un Israel en el que el 80% son fanáticos religiosos y colonos, otro 19% soldados sin corazón en los puestos de control carreteros en los territorios ocupados y un 1% de intelectuales maravillosos como yo que critican al gobierno y quieren la paz. No hay relación alguna entre ese Israel de los medios y el Israel que conozco. Más del 70% de los israelíes son seculares, hedonistas , materialistas, hablan mucho, gente cálida que vive en su mayoría sobre la planicie costera, no en los asentamientos ni en Jerusalén, que se empujan, trabajan duro, engañan al impuesto a la renta… algo muy parecido a otros pueblos del Mediterráneo. Entre eso y el Israel que aparece en los medios no hay relación alguna.
- El primer libro suyo que leí en Israel, hace muchos años, fue «Aquí y allá en la tierra de Israel», una apasionante descripción de los diferentes tipos de israelíes en variadas partes del país, un mosaico multifacético impresionante. ¿Hoy sigue viéndolo tan variados?
- Va cambiando, pero aún es muy variado. La fila esperando el autobús se puede convertir fácilmente en un seminario callejero en el que gente totalmente extraña discute sobre política, moral, religión y Dios. Gente que no se conoce en absoluto. Y mientras discuten también empujan un poco para avanzar en la fila. Eso es Israel.
- No sé cuántas veces usted está esperando el autobús… pero si lo hace y presencia esas situaciones o participa en ella ¿se dice «aquí tengo materia prima para mi propio cuento»?
- No es que tengo que pensar en ello. Cuando estoy sentado esperando mi turno al médico, o que llegue el tren, o en la clínica del dentista o en un aeropuerto, no leo el diario sino que observo a la gente que no conozco. Oigo algo de sus conversaciones. Miro sus ropas. Observo su lenguaje corporal. Miro sus zapatos - los zapatos siempre me cuentan alguna historia. Oigo y miro… y tengo cuentos, historias. Muchos más cuentos que tiempo tendré en la vida para escribirlos.
- En esa fila esperando el autobús, el tren, el turno en el médico... ¿cómo reacciona la gente? ¿Lo reconocen?
- A veces, no siempre. Cuando estoy sentado solo en un café, extraños se sientan a mi lado y comienzan a discutir conmigo sobre política. Y eso me interesa mucho. Me gusta mucho esa interacción con gente extraña. En general, discrepan con mis posiciones. Choferes de taxi me dictan cátedra para corregirme. Creen que soy en cierta medida una vergüenza para Israel y tratan de corregirme… Yo trato de corregirlos a ellos. ¿Qué tiene de nuevo? Todos discuten. También yo.
- Usted vivió años desde jovencito en el kibutz Hulda y fue allí que comenzó a escribir, pero todo dentro del régimen estricto de trabajo en esa comunidad colectiva ¿no es así?
- No echo de menos el kibutz de los años 50. Era un lugar muy idealista pero también muy extremista. Los padres fundadores y las madres fundadoras del kibutz, tenían una fantasía: no solamente cambiar la sociedad, no sólo cancelar las diferencias entre ricos y pobres, entre la mujer y el hombre, entre las capas altas y las bajas. No. Ellos querían también lograr cambiar en forma absoluta la naturaleza humana. En una generación querían desterrar del mundo el egoísmo; pero es imposible. La naturaleza humana no cambia nunca. Cuando vieron que la naturaleza humana no cambia, comenzaron a imponer leyes y reglas. Fueron años duros. No extraño al kibutz tal cual era en aquellos años.
- ¿Y cómo influyó todo esto sobre su dedicación a la escritura? Entiendo que tenía límites al respecto...
- Cuando empecé a escribir, lo hacía después de las horas de trabajo. No podía ir a al kibutz y decir «no puedo trabajar, quiero ser escritor». Luego de la publicación de mi primer libro, fui a la comisión central del kibutz y pedí que se me conceda un día por semana libre para escribir. El tema se discutió. Algunos dijeron que todos pueden ir y decir que son dibujantes o bailarines... ¿y quién va entonces a ordeñar a las vacas? No se podía decidir con facilidad quién es artista y quién no. Finalmente decidieron darme un día por semana y yo prometí trabajar más duro el resto de los días. Luego de la publicación de otro libro y otro más, por los cuales había ganancias que ingresaban directamente a la caja del kibutz, me dieron otro día más. Al final tuve tres días para escribir.
- Tras tantos años de escribir, por más que usted lo haga ante todo porque le gusta hacerlo... ¿el reconocimiento internacional juega algún papel? ¿Sirve de motor en la vida?
- No, cuando escribo no pienso en los lectores sino en los personajes y en el libro. Cuando termino de escribir un libro y lo leo, me asusto y me pregunto si habrá alguien que lo entienda. Por ejemplo, cuando terminé de escribir «Historias de amor y oscuridad», estaba seguro que lo entenderían sólo en Jerusalén, que en Tel Aviv nadie lo entendería. Y que en Jerusalén lo entenderían únicamente aquellos que vivían o habían vivido en mi barrio, cierto tipo de gente. No pensé que el libro llegaría a millones de lectores en 30 idiomas. Estaba seguro que había escrito para la gente de mi barrio y de mi generación. Pero no se puede saber. Recibo numerosas cartas de lectores y a menudo me comentan que sienten que escribí sobre sus vidas. También hay otros que me dicen que luego de haber escuchado mi historia, quieren que yo escuche la suya; y me escriben 10 ó 20 páginas al respecto. Pero como dije antes, yo escribí sobre una familia, la mía.
- Creo que uno de los muchos aspectos interesantes del libro es que justamente usted, que es considerado uno de los exponentes más claro de lo que suele presentarse como «campo de la paz», la izquierda que llama a una solución de dos Estados para dos pueblos, crítico de la política del gobierno israelí, plantea la historia dejando en claro que hay lo que criticar también del otro lado. O sea, no plantea las cosas en términos de blanco y negro ¿Es así?
- Si usted está de hecho preguntándose si soy pro palestino, pues le diré que no. Soy pro paz. Creo que el conflicto entre israelíes y palestinos es una tragedia. Los palestinos no tienen otra tierra que no sea ésta y nosotros no tenemos otra tierra que no sea ésta. Ellos dicen que es su tierra y tienen razón. Nosotros decimos que es nuestra tierra y tenemos razón. El choque entre dos justicias es trágico. Puede terminar en un término medio o en una catástrofe. Un término medio no es justo. Siempre es algo injusto. Un término medio nunca es ideal ni hace feliz a nadie. Pero siempre creí y sigo creyendo, que los palestinos deben tener todo lo que nosotros tenemos: un Estado independiente, un gobierno independiente, capital en Jerusalén igual que nosotros. Creo en una solución de dos Estados que viven uno junto al otro, quizás no con gran amor de por medio, pero sí con buena vecindad.
- Recuerdo que años atrás, cuando estalló la segunda Intifada, usted habló en la televisión israelí y dijo «estoy seguro que en este momento, muchos palestinos están tan tristes como yo». Mucho sucedió desde entonces. ¿No cree que ya es demasiado tarde para lograr la paz?
- No. No hay nada en el mundo que sea irreversible, salvo la muerte. No es tarde para una solución política ya que de hecho no hay ninguna alternativa. Los palestinos no pueden irse porque no tienen adónde ir. Los judíos israelíes tampoco puede ir a otro lado porque no tienen adónde ir. No pueden convertirse en una gran familia feliz porque no son ni una familia ni son felices. Son dos familias infelices. Hay que dividir la casa en dos departamentos más pequeños. Esa es la solución. No hay otra. ¿Cuánto tiempo llevará? No lo sé, no soy profeta. Pero estoy convencido de que no hay otra solución.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay
Foto: Gentileza Ariel Jerozolimski