A los 60 años de edad, el destacado escritor israelí David Grossman puede sentirse profesionalmente realizado. Hace lo que ama, respondiendo así diariamente a una necesidad casi física que siente de escribir,y es reconocido mundialmente por los resultados.
En una extensa conversación que marcó para nosotros un antes y un después de conocerle personalmente más en profundidad que en encuentros cortos anteriores, compartió algo de su mundo. Evidentemente, podríamos, con ello, llenar números enteros. Pero este, creemos, es un buen resumen de la segunda parte de la entrevista.
- David, me parece que usted no es un hombre de ego, pero dedica a la vida a algo que le apasiona, la escritura, es reconocido por ello y su opinión es requerida en el mundo entero. Debe ser algo que acaricia el corazón… ¿verdad?
- Qué hermosa la forma en que lo has planteado. La verdad que sí, que acaricia el corazón. Realmente me siento afortunado. Ante todo tuve la suerte de nacer en Israel después que 80 generaciones de judíos no pudieron hacerlo; así que nací en un lugar en el que se habla hebreo y en el que puedo expresar lo que ocurre en mi sociedad, en el lugar en el que vivo. Y es cierto que mis libros son aceptados y también gente que repudia mis ideas políticas, los lee. Es casi un milagro. Además, es algo grande sentir que las cosas son relevantes para tanta gente en diversas partes del mundo. Hay una historia que siempre cuento. Cuando terminé de escribir «El libro de la gramática interna», como es en cierto modo sobre una familia como la nuestra - una pequeña familia de Jerusalén, antes de la Guerra de los Seis Días - sentí que sería justo que mis padres lo leyeran antes de publicarlo. Mi papá siempre lee todo lo que escribo. Y me dijo «es un libro muy lindo ¿pero crees que alguien podrá entenderlo, fuera de nuestra familia?». Sentí, ante todo, que era una especie de reconocimiento que me daba, como escritor, al dar a entender que había logrado escribir algo tan auténtico sobre una familia. No hace falta más de eso. Y el libro fue traducido a más de 30 idiomas. Cada vez que sale una nueva traducción, voy y le digo a mi padre: «¿Ves papá? Entendieron». Me escriben de Noruega, Japón, China y me dicen «usted ha escrito la historia de mi familia».
- Es muy fuerte… ¿Así que le escriben para decirle eso?
- Sí; y siempre respondo las cartas. En hebreo y en inglés. Siempre. Pues esto me hace mucho bien, ya que da la sensación de que uno no está solo. Esto, aunque soy una persona a la que le gusta mucho estar solo. Gran parte de mi vida estoy solo en un cuarto, ocho horas por día, escribiendo.
- ¿En la habitación que encontró hace mucho para alquilar y que le alegró que no tiene línea telefónica?
- Exactamente. Veo que estás muy enterada. Estoy ahí solo, escribiendo, y con mi celular, cuyo número lo saben sólo unas diez personas en el mundo, mi familia. Aún así, cuando salgo de allí, no quiero estar solo, quiero sentirme una persona que es parte de su tiempo y de su lugar.
Libros que tocan almas
- Usted ha dicho en distintas oportunidades que hay libros que lo han cambiado, por tanto que influyeron en usted; entonces estimo que le debe dar satisfacción saber que sus libros influyen en otros.
- Hay muchas sensaciones buenas en todo esto. Están aquellos momentos en los que puedo estar en el exterior y alguien se me acerca silenciosamente y me dice «gracias» y me cuenta que tal o cual libro le ayudó mucho en determinada época de su vida. Hace poco se me acercó una mujer en Jerusalén; me contó que su hermano había caído en la droga y que la familia eran sólo ese hermano, sus padres y ella. El padre prohibió que haya contacto alguno con ese hijo y durante algunos años ella y su madre obedecieron. Hasta que leyeron mi libro «Alguien con quien correr», que es sobre el mundo de los jóvenes drogados. Y fueron a buscarlo y lograron sacarlo de la droga. Creo que el hecho que él vio que ellos se esforzaban por él, le ayudó a empezar a salir. Es algo maravilloso.
- Qué imponente lo que habrá sentido…
- La verdad que sí. Te cuento que me encontré con Jaim Guri, el poeta, y él me contó que su hija Yael estaba paseando por Eslovaquia con su pareja; estaban recorriendo una aldea y de repente oyen que una campesina le llama a su perra «Dinka, Dinka».
- La perra de «Alguien con quien correr»...
- Exactamente. Les pareció extraño porque no es un nombre común para una perra. Ellos se acercaron a preguntarle de dónde lo sacó y ella les hizo entrar a la casa y les mostró todos mis libros traducidos al eslovaco. Para mí, saber que hay una perra a mi nombre en Eslovaquia es más que recibir un gran premio. Es algo impresionante.
- Es tocar la vida de la gente…
- Sí; la verdad es que me siento muy afortunado .¿Qué más puede pedir una persona, que tocar el corazón de la gente en diferentes partes del mundo?
- Y todo esto mientras escribe inclusive para satisfacer una necesidad casi física que usted tiene de escribir...
- Es cierto. Es una pasión sumamente fuerte. Realmente, me levanto de mañana como hambriento de sentarme a escribir. ¡Y todavía me pagan por hacerlo!
El trabajo y las ideas
- ¿Y puede explicar cómo va construyendo sus libros?
- Cada uno, se puede decir, es prácticamente otra cosa. Cada uno, como cada niño, tiene sus propias leyes. Uno puede empezar por un personaje, otro por una situación humana, una idea. Uno de mis libros comenzó por una mujer a la que vi en un avión de El Al en la fila para el baño. Nada heroico por cierto, pero así fue. La mujer esperaba y parecía que se abrazaba a sí misma y sonreía. Tenía una sonrisa muy sexy y muy íntima; era como se sonreía a sí misma por algún secreto que tenía. Era imponente. Me volvía loco pensar en qué estaba pensando.
- De qué se estaba acordando...
- O de qué se estaba acordando, cierto. Pero no me acerqué a preguntarle aunque no tengo frenos en ese sentido. Si necesito algo para mi historia, soy un desenfrenado. Pero preferí no saber porque quizás la respuesta habría sido muy banal y reducida; y preferí adivinar. Y así empezó mi historia. A veces comienza por una situación al pensar cómo la gente llegó a ella y cómo logrará salir de la misma. Escribo una historia muchas veces hasta que la entiendo.
- Y tiene su habitación repleta de apuntes...
- Así es. Es un desorden impresionante; realmente no se puede estar allí. Escribo y escribo. Y a medida que escribo voy comprendiendo de qué es la historia.
- Investiga mucho las historias sobre las que escribirá ¿verdad?
- Muchísimo. Para que los jardines puedan volar alto, es necesario que tengan bases muy fuertes. Lo más surrealista debe estar construido con ladrillos muy reales. Y me gusta mucho hacer la parte de la investigación porque eso me saca de casa, me encuentro con mucha gente.
- ¿Podría mencionar una de esas investigaciones que le quedó especialmente grabada?
- Es indudable que de la que más disfruté fue «El chico zig-zag». Lo escribí durante un año. Casi todas las noches salía con una unidad de la policía a lugares que son escenarios de crimen y realmente los estudié. Estuvimos en emboscadas. Me fascinó. Era como concretar un sueño.
- Usted contó una vez que cuando era niño y leía los libros de Shalom Aleijem, sentía que su padre estaba orgulloso porque era como una forma en la que usted mostraba interés por el mundo en el que él había crecido. ¿Siente que sus libros le pueden revelar a su esposa, a sus padres, sus hijos, cosas sobre usted que quizás nunca dijo en forma explícita?
- Creo que los libros revelan muchas cosas. Y es bueno que hayas dicho «revelan» y no «descubren» porque lo contrario tendría cierto efecto sensacionalista.
- Como si hubiera querido ocultar intencionalmente…
- Exactamente. Siempre me resulta muy importante saber cuál es la reacción de la gente que me es cercana. No la reacción literaria. Es que cada libro abre un diálogo sobre cosas que quizás no podrían revelarse de otra forma, que no se las puede decir en la vida diaria, o que se refieren a épocas que ya pasaron y sobre las que uno no habla.
Las traducciones
- David; usted ha sido traducido mucho al español…
- Así es. Creo que todos mis libros están en español, o casi todos. La excepción, creo, son los libros infantiles. Ahora se publica uno que en realidad no es sólo para niños, que para mí significa mucho, que se titula «Jibuk», lo cual significa «El Abrazo». Lo hice con Mijal Rovner, una artista israelí muy reconocida en el exterior. Es sobre un niño de unos cuatro años que pasea con su madre por el campo, al atardecer, junto a su perra «Péle». La madre lo abraza y le dice que él es tan especial y dulce, que no hay otro igual en todo el mundo. Siguen caminando y de repente él se detiene y pregunta: «¿En serio no hay nadie más como yo en todo el mundo?». Y ella le responde: «Eres único, especial». El niño le pregunta: «¿Y tampoco hay nadie más como tú?». Y ella responde que no. Entonces dice: «Pero yo no quiero que haya sólo uno como yo en el mundo, porque entonces estoy solo». La madre le dice «pero yo estoy contigo» y él responde «pero tú no eres yo». Y lentamente va captando la soledad existencial. La madre le agrega: «Es cierto que no hay nadie igual a ti en el mundo ni nadie igual a mí, pero si yo te abrazo, estamos juntos». Entonces ella lo abraza bien fuerte; y mientras ella lo abraza él se dice a sí mismo, como si estuviera jurando algo: «No estoy solo, no estoy solo».
- ¡Qué idea fuerte, David!
- El libro fue traducido a unos 10 idiomas y ahora se publica en español de cara a la FIL de Guadalajara: «El Abrazo».
- David; sus obras han sido traducidas a más de 30 idiomas. ¿Cómo puede estar seguro de la credibilidad y fidelidad de las traducciones que no puede leer; por ejemplo al español?
- La verdad es que no tengo forma de saber. Tengo una traductora al español que creo que es maravillosa, Ana María Bejarano. Pero le doy un ejemplo, para mi último libro, «Más allá del tiempo», reuní a siete de mis traductores en una pequeña localidad en Alemania en la que hay un centro de traducción. En una sola casa hay 24.000 tomos de diccionarios, de todos los idiomas a todos los idiomas. Estuvimos allí con los siete traductores. Yo leía un trozo, me detenía y lo debatíamos, ayudándose ellos unos a otros. Era maravilloso. Desde ahora, trabajaré así con todos mis libros. Es imperioso hacerlo así.
- Uno nutre al otro...
- Por supuesto. Y uno se da cuenta que quizás no comprendieron un matiz determinado de lo que escribí porque es muy tipo lunfardo, que la mayoría no conoce ya que no viven en Israel.
- ¿Tampoco Ana María Bejarano?
- No; ella tampoco. Vive en Barcelona. En resumen, fue un gran experimento esto de la reunión con los traductores.
- Es que me parece importante que los conozca, ya que la traducción no puede ser literal, fiel, pero no palabra por palabra.
- Por supuesto. Ocurrió algo interesante cuando tras la lectura de determinada parte, la traductora al alemán dice «esto es demasiado sentimental». De inmediato, Ana María y mi traductora al catalán, Rosario, y Alessandra del italiano, le saltaron a la primera diciendo «¡no es demasiado sentimental, es emocional, emotivo!».
- Interesante; el estilo de cada pueblo…
- Así es. Pero también depende del estilo de cada uno según su personalidad. Fue un encuentro entre gente, entre culturas, fabuloso, sumamente interesante. Además, fueron tres cuatro días de dedicación absoluta a algo puramente espiritual; no es algo que uno tenga comúnmente en la vida. Sin intereses.
- A usted le gusta profundizar mucho en la escritura de los libros y no le llevan poco tiempo ¿verdad?
- En general me llevan bastante. Ahora estoy terminando un libro luego de un año de escritura; una novela; pero es más reducido que varios otros en sus dimensiones. Y es un poco como una relación de pareja que cada uno comienza en otro punto. Y las cosas que voy aprendiendo realmente me cambian. Hoy no soy el mismo que era antes de escribir «El libro de la gramática interna» o «Una vida entera».
- Y entiendo que no sólo porque al investigar aprendió cosas nuevas sino porque la escritura misma le hace algo.
- Claro. La escritura misma influye; por la capacidad de tocar todo tipo de lugares que antes estaban mudos, todo tipo de matices, de pensamientos en los que nunca había pensado y que jamás antes había dicho. Así que hoy soy otro, distinto.
- Siendo usted un escritor muy traducido al español, quisiera preguntarle cómo ve usted el mundo de la cultura hispanoamericana, el mundo que lee y escribe en español.
- ¿Qué puedo decir yo sobre un océano tan vasto? Me gusta mucho leer literatura traducida. Creo que más o menos todos nacimos de Cervantes y de Gogol. Hoy hay un gran caudal de literatura en español que es traducida al hebreo. En toda editorial seria hay un departamento de español. Leo mucho a Miguel Muñoz Molina, el español.
- Por un lado hice antes el planteamiento acerca de cómo lidia con una traducción que no puede leer y por ende confirmar si es buena o no, pero por otro está claro que es la traducción lo que le permite cruzar océanos y tocar corazones de gente en diversos confines del mundo. Y si usted lee literatura traducida del español, lo puede sentir también en la dirección contraria.
- Es indudable. No he leído poco traducido del español. Nunca viví en ningún país hispanoparlante sino que sólo visité como turista. Pero lo que leo me fascina; siento esa mezcla entre lo exótico y lo íntimo. Y claro que puedo identificarme plenamente con lo que leo. Cuando leí «Plenilunio» de Molina, sentí que vivo allí y no aquí.
- ¿Así que usted vive un mundo que le colma el alma?
- La verdad que sí. Soy, en ese sentido, un hombre afortunado.
- Gracias por darnos la fortuna de haber disfrutado tanto de esta entrevista.
- Gracias a ti por tus buenas preguntas.
Fuente: Semanario Hebreo de Uruguay
Foto: Gentileza Ariel Jerozolimski