Seguramente más de uno habrá tenido esa fantasía: poder tomar algún tipo de máquina del tiempo, viajar a través de las distintas épocas y ver cómo será nuestra vida dentro de veinte o treinta años.
A muchos de nosotros, cuando éramos chicos nos intrigaba conocer, por ejemplo, cómo iba a ser eso del año 2000. Hacíamos cuentas para saber cuántos años tendríamos con la llegada del nuevo mileno y fantaseábamos con imaginarnos con quién viviríamos, si ya estaríamos casados o tendríamos hijos y nietos.
¿Quién no fantaseó con tener una máquina del tiempo y saber con anticipación los resultados de algún sorteo de lotería? O pensando en algo más cercano, ¿no nos gustaría viajar por el tiempo para averiguar si habrá paz entre israelíes y palestinos o si Bibi y Obama serán reelegidos.
Hay muchos países donde se acostumbra a cambiar la hora, dependiendo si se acerca el verano o el invierno, adelantando o atrazando el reloj. Muy pocas cosas pueden resultar casi mágicas como dicha acción. Uno podría llegar a preguntarse cómo puede ser que si en realidad ya vivimos esa hora, volvamos a vivirla nuevamente. ¿Acaso no habremos dicho más de una vez: "si tuviera la oportunidad de volver a vivir ese momento"?
Que ganas nos da a veces de volver al pasado para cambiarlo. Si tan sólo pudiésemos retroceder en el tiempo y hacer esa pequeña alteración, corregir ese lapso donde la embarramos, ese momento tan singular y significativo.
Todos quisiéramos tener esa segunda oportunidad. Es más, si conmemoramos Yom Kipur, es porque estamos dispuestos a reconocer que durante el tiempo cometidos bastantes errores, nos lamentamos por ellos y quisiéramos modificarlos y modificarnos. Ese proceso de arrepentimiento no es sólo un ejercicio intelectual; implica cambio y reparación.
En estos días los judíos nos congregamos justamente porque pretendemos identificar situaciones en nuestras vidas a las que nos gustaría retroceder para vivirlas de otra forma; palabras que dijimos que quisiéramos haber omitido; decisiones que no tomamos y de las que ahora nos arrepentimos.
¿Sería posible hacerlo? ¿Retroceder en el tiempo y cambiarlas? Todos diríamos que no, que es pura fantasía, a menos que hablemos de ciencia ficción.
El Rabino Yosef Dov Soloveitchik sostenía que a diferencia de lo que ocurre con cualquier otro pueblo, en el judaísmo tenemos la posibilidad de retoceder al pasado y modificarlo.
Para la mayoría de las culturas, decía Soloveitchik, el tiempo fluye desde ayer a hoy y desde hoy a mañana. El pasado modela al presente y el presente determina el futuro. Causa y efecto.
Pero en el judaísmo, insistía el Rabino, es el futuro quien determina el presente y define el significado del pasado. Por ejemplo, si algo grave le ocurre a una persona, ¿implicará ello que se termine su fe, o bien una oportunidad para aumentar la que ya tenía? ¿Un error será apenas eso, o bien una oportunidad para aprender? No podemos responder sólamente tomando en cuenta el pasado. Éste sólo tendrá sentido a la luz de lo que elijamos hacer con él, hoy y mañana.
Por supuesto que no se trata de una máquina para viajar por el tiempo. Pero sí hay cosas que podemos hacer; tomar decisiones basadas en nuestra visión de qué clase de pueblo queremos ser y en qué clase de mundo queremos vivir.
Pero volvamos al terreno personal. Conmemoramos Yom Kipur porque hicimos actos de los cuales nos arrepentimos; lo que hicimos mal o lo que dejamos de hacer.
Cuentan que un maestro solía relatar que un día se le apareció uno de sus discípulos y le comentó que había un problema: se estaban robando cosas de valor entre sus alumnos.
El erudito reunió a todos y les habló: "Lo que voy a decir - afirmó - es sólo para una persona de esta sala, pero como no se de quién se trata les hablaré a todos: Alguien está robando de sus compañeros, y nosotros aquí no aceptamos esas normas. Si lo que falta aparece en mi oficina antes de mañana, consideraré este asunto cerrado. Si ello no ocurre, advierto a quien lo hizo que de aquí en adelante pueden pasar dos cosas, y ambas malas: Puede ser que siga robando hasta que un día lo atrapen, sea avergonzado en público y denigrado por su familia y amigos. Pero también puede ocurrir que siga robando y nunca sea detenido; eso sería incluso peor, porque entonces cada día de su vida tendrá que verse a sí mismo como un delincuente. Ahora, quiero que considere esto con mucho cuidado: ¿Eso es lo que realmente pretende por el resto de sus días?".
Los artículos aparecieron a la mañana siguiente en la oficina del maestro y los robos se acabaron. Un alumno decidió que lo que haría con su vida estaría determinado, no por lo que hizo en el pasado, sino por su visión de cómo quisiera verse en el futuro.
Nuestra visión de futuro, más que la memoria, es la que determina cómo debemos obrar en la vida. Si aceptamos este mensaje, habremos entendido también el gran poder que tiene el arrepentimiento.
Las máquinas del tiempo no existen ni existirán. Y aunque nos guste fantasear con la posibilidad de viajar hacia el pasado o hacia el futuro, resulta imposible. Pero lo que sí tenemos, y es real, es la posibilidad de tratar de cumplir con todo lo que nos propusimos pero nunca pudimos concretar; tratar de modificar todo aquello de lo cual nos arrepentimos.
No tenemos obligación de ser prisioneros de nuestro pasado y podemos ser arquitectos de nuestro futuro.
Gmar Jatimá Tová