El gran pecado y el gran perdón
- Parashat Ki Tisá es la sección de la Torá que relata el tristemente célebre episodio del Becerro de Oro que desembocó en la ira de Moisés y el quiebre de las primeras Tablas de la Ley.
Tenemos siempre dos opciones cuando nos confrontamos con este suceso. La primera es echar toda la culpa a los hijos de Israel. Es cierto, esta es la Parashá del gran pecado.
De hecho es la primera vez que los judíos cayeron en el gran pecado de decir: «Yo soy judío a mi manera. ¿Quién necesita a la Torá? Si Moisés no baja con la Torá, hagamos a un becerro que lo reemplace y nos guíe en esta travesía».
Sin embargo, prefiero no ver a Parashat Ki Tisá como la Parashá del gran pecado, sino como la Parashá del gran perdón. Es cierto que esta Parashá habla mal de Israel. Pero no menos cierto es que - al mismo tiempo - nos presenta el atributo de misericordia de Dios en su máxima expresión.
Dios no eligió al pueblo de Israel por ser perfecto; lo eligió a pesar de su imperfección. Dios no necesita de un pueblo perfecto, ni de humanos perfectos. Él necesita de un pueblo y de seres humanos que puedan aspirar a la superación.
Quizás haya sido por ello que Dios perdonó finalmente al pueblo. Consideraba que esas ansias de superación seguían latentes en Israel, a pesar del triste traspié del becerro.
Moisés volvió a subir al monte el primero del mes de Elul para bajar cuarenta días después con las segundas tablas en sus manos. Aquel día en el que volvió del monte era el 10 del mes de Tishrei, que quedaría marcado a fuego en nuestro calendario como Yom Kipur, el día de la expiación y del perdón de Dios.
De acuerdo al Talmud, Moisés colocó esas segundas tablas en el Tabernáculo junto a los restos de las primeras que él mismo había destruído.
¿Quién necesitaba esas tablas hechas añicos en el Arca Sagrada? ¿Por qué tenían que yacer junto a las tablas completas?
Cabe suponer que las tablas destrozadas representan el gran pecado. Pero las tablas enteras, representan el gran perdón. Juntas expresan la posibilidad de enmendar nuestros errores.
Nuestros pecados pueden ser enormes, pero esas tablas juntas testimonian el hecho de que un hombre o un pueblo pueden equivocarse; pero Dios perdona si se invoca con sinceridad su perdón.
¡Shabat Shalom!