Herederos de la voz
- Cuando pienso en sorpresas de la naturaleza y caprichos de la genética me viene a la mente el nacimiento de Yaakov y Esav.
¿Cómo dos mellizos pueden ser tan diferentes?
Esav lleno de vello. Yaakov lampiño. Esav hombre de campo y cazador. Yaakov hombre de hogar y familia. Esav habla a través de sus manos. Yaakov habla a través de su voz.
El nacimiento de estos mellizos marca para la tradición de Israel dos maneras de confrontarse con la vida: por medio de la fuerza y la violencia o a través de la palabra y la comunicación.
Uno puede ser Esav también como padre o como esposo y puede ser Yaakov como maestro o como nación. Hay países que adoptaron la espada de Esav y otros que son herederos de la voz de Yaakov.
El poder abruma e infunde respeto, es cierto. Pero la palabra es la que siempre perdura y vence. Nada puede contra la calidez de una palabra apropiada.
El fabulista Esopo sintetizó esta idea a través de una parábola:
El sol y el viento discutían quién era más fuerte. El viento decía: «¿Ves aquel anciano envuelto en una capa? Te apuesto a que le haré quitar la capa más rápido que tú».
Se ocultó el sol tras una nube y comenzó a soplar el viento, cada vez con más fuerza, hasta ser casi un ciclón, pero cuanto más soplaba más se envolvía el hombre en la capa.
Por fin el viento se calmó y se declaró vencido. Entonces salió el sol y sonrió cálidamente sobre el anciano. No pasó mucho tiempo hasta que éste, acalorado por la tibieza, se quitó la capa. El sol demostró al viento que la suavidad del abrazo es más poderoso que la furia y la fuerza.
Esta fábula de Esopo nos hace notar una gran paradoja: no existe en el mundo debilidad más grande que la fuerza sin límites, sin responsabilidades y sin contemplar las consecuencias. La suavidad, el amor, la palabra y la tolerancia son fuertes aun cuando parezcan - a simple vista - frágiles y delicados.
«HaKol Kol Yaakov Vehaiadaim Idei Esav» La voz es la voz de Yaakov, pero las manos son las manos de Esav.
Esa fue la expresión de desconcierto de Itzjak al notar, en la oscuridad de su ceguera, que aquel que estaba pidiendo su bendición no le resultaba conocido. Yaakov, cubierto con la piel de un cabrito ante su padre ciego, se había transformado en un ser híbrido carente de identidad. Mantenía su propia voz, pero tomaba prestadas las manos de su hermano.
Somos un pueblo que a lo largo de generaciones nos caracterizamos sólo por nuestra voz como dignos descendientes de Yaakov. Es cierto que el pueblo judío vive una de las etapas más favorables de los últimos dos mil años. Tenemos un Estado propio que nos protege y nos hemos constituído como nación.
Pero, al mismo tiempo, estamos viviendo una enorme crisis de identidad. El pueblo judío se mira al espejo y ve una sociedad el la que algunos llevan la bandera de la voz de Yaakov, mientras que otros hacen culto de las manos de Esav. Durante dos mil años hemos escrito libros. Hoy seguimos escribiéndolos y exportamos ciencia, pero también exportamos armas.
Es bueno - diría imprescindible - tener un Estado fuerte y estar cuidados por un ejército poderoso. Pero debemos recordar siempre que esas manos de Esav las tomamos prestadas para resguardar la voz de Yaakov.
Tal vez a veces nos veamos obligados a actuar - al decir de Esopo - con la virulencia del viento. Pero debemos tener en claro, que a la larga, tendremos que actuar con el calor del sol; que el auténtico mensaje, que el género humano debe tener de nosotros tiene que ver con nuestra predisposición al diálogo y no con la fuerza de nuestras manos.
Somos herederos de la voz.
¡Shabat Shalom!