He recibido múltiples reclamos por mi artículo «La destrucción del Tercer Templo». Me tildaron de racista, antisemita y de odiar a los ultraortodoxos. Afirmaron que si sería realmente liberal, tendría que haberme referido en forma tolerante con los penitentes, porque el Estado subsiste gracias a aquéllos que predican el arte de la Torá.
Es cierto que hubo quienes me apoyaron incondicionalmente por lo manifestado. Pero el problema es que existen laicos cuya ingenuidad duele; que no comprenden que la lucha no es por el templo. Es por el derecho de los laicos a vivir acorde a su fe.
Ellos no entienden que están frente a una conquista meticulosamente planificada; que se trata de movilizaciones dirigidas hacia un objetivo bien determinado; que desean saquearle a la mayoría laica su templo espiritual y asimismo, su propia morada. Un Estado con leyes religiosas judías no es sólo una consigna. Es un plan de acción.
Cierto es que la religión judía no es una religión misionera. Pero sí lo es para las necesidades internas. Los litaístas y religiosos de Jabad anhelan convertir al pueblo judío en ultraortodoxo tal como ellos son. Convertir las leyes del Estado en leyes de la Torá. La revolución que preconizan no es similar a la de Irán. Allí se hizo con violencia y con armas; aquí se trata de una revolución aterciopelada por medio de dinero, persuasión, sonrisas y lindas palabras. Pero el objetivo es el mismo: convertir al Estado en un estado de dogmas.
Los ultraortodoxos se relacionan con los laicos como judíos dado que nacieron de una madre judía. Pero en su opinión, se trata de judíos delincuentes, ruines y pecadores. A raíz de que no guardan el descanso sabático y no estudian la Torá, obstaculizan la redención. Para aquéllos es un precepto «retornarlos al camino de la religión». Si todo el pueblo de Israel cuidara dos sábados seguidos - aparecería el Mesías de inmediato; así lo creen.
En un aviso publicado en un periódico se puede leer: «Entrevistan a candidatos para un centro espiritual para salvar niños de Israel en Rehovot. Se reciben estudiantes para estudiar en un seminario rabínico de alto nivel, combinando actividades sociales nocturnas; subvención muy elevada; obligatorio residir en el lugar».
Es suficiente que diez estudiantes y sus familias lleguen a ese barrio en Rehovot. No necesitarán trabajar ni un minuto para su sustento. Se abrirán para ellos jardines de infantes y un seminario rabínico. Además una Mikve (baño ritual). Para eso hay representantes políticos en la municipalidad y el rabino en el barrio colaborará en la recaudación de fondos.
Por las noches ellos saldrán a una misión. Tocarán en las puertas y contarán sobre el jardín de infantes abierto con jornada de muchas horas, que además ofrece comidas calientes. Irán a parques y centros comerciales para conversar con la juventud. «Sienten que tienen alma de piadosos», les dirán con astucia, y agregarán algunas frases intimidantes sobre el infierno que les espera a quienes sigan fumando en Shabat.
No tienen ningún cargo de conciencia de desarraigar a un joven de 15 años de su hogar y su familia y enviarlo a un seminario rabínico sin el consentimiento de sus padres. Así ellos «salvan» un alma de Israel, y destruyen una familia entera. En el seminario el joven estudiará Talmud; leyes sobre la vaca roja y reglas de esclavos y criadas. Nada que lo ayude a integrarse al marco laboral. De todas maneras, él no trabajará jamás. Tampoco se alistará al ejército. Le enseñarán además a odiar al sionismo y vituperan a Herzl y Ben Gurión. Así fueron conquistados barrios enteros en Tiberíades, Ramat Gan, Ashdod, Ashkelón, Hadera. También la verde y lujosa Ramat Aviv, en Tel Aviv, está en la mira.
En una próxima etapa llegarán al barrio otros ultraortodoxos que alquilarán otros departamentos. Los laicos comenzarán a huir, los precios subirán, los ultraortodoxos exigirán cerrar calles en sábado, separación entre hombres y mujeres en las líneas de autobuses y en las piscinas municipales y convertir las escuelas laicas en seminarios rabínicos. Así se maneja el avasallamiento paulatino.
Debemos detener este proceso. Se deben anular las corrientes de educación independientes de Shás y Agudat Israel y enseñar a los alumnos un único programa de estudios.
Después del mediodía cada uno enseñará lo que desee. Se debe obligar a todos los ultraortodoxos a alistarse en el ejército, sin subterfugios de un pseudo servicio civil. Asimismo, se debe suspender el apoyo al seminario rabínico para que todos los ultraortodoxos vayan a trabajar.
Sólo así será posible salvar el Tercer Templo. No a través de un despliegue liberal suicida, sino por una lucha de valores con principios democráticos, humanistas e igualitarios.
Fuente: Haaretz
Traducción: www.israelenlinea.com