«Y le dijo el Eterno a Moisés: Diles a los hijos de Israel: el día primero del mes séptimo será para vosotros día de descanso, de convocación santa, y lo conmemoraréis al son de trompetas». (Lev. XXIII, 23-24)… «Y le dijo el Eterno a Moisés: Y el día diez de ese mes séptimo será día de expiación (Yom Kipur), de santa convocación para vosotros». (Vv.26-27).
Lo que se ordena en Levítico - en el mismo capítulo donde se detallan las otras fechas centrales del calendario: Pesaj, Shavuot y Sucot - es lo que posteriormente quedará identificado como Iamim Noraim, los «Diez Días Terribles». Todas, fechas que serán «Ley eterna para vuestras generaciones».
Curiosamente, la convocatoria de lo que habrá de ser Rosh Hashaná se indica para «el primer día del mes séptimo», o sea, no al comienzo del año, sino bastante avanzado su curso. De ahí que el sentido de la fecha no pueda extraerse de un tiempo-calendario, sino de otro aspecto del tiempo.
Lo que parece decir el texto es que lo santo puede ingresar en medio de la temporalidad, en el centro mismo del desarrollo de la vida, cuando estamos ocupados con las tareas diarias y con las demandas cotidianas.
Ahí, precisamente, se hace imperioso parar: como en el séptimo día, es en el séptimo mes - realizada ya buena parte de la obra del ciclo anual - el momento en que urge evaluar, sopesar, medir los propios actos, rever las decisiones y advertir los errores, tanto como los aciertos.
Es que las cosas humanas no son creatio ex nihilo, no partimos de cero. Estamos, siempre, en el tiempo. Ahí es donde cobra su sentido la teshuvá, el retorno.
Reconducir los pasos estando ya en el camino: oportunidad que nos libera de las falsas determinaciones, nos releva de la idea de destinos ya decididos y nos abre a la escucha de esa trompeta, el shofar, que no es otra cosa que el llamado de y a la libertad.
Esa detención, pues, no es una quietud pasiva; implica, por el contrario, la ocasión de arrojar nuestras redes hacia el pasado y rescatar de allí promesas incumplidas, proyectos truncos, palabras no dichas, luchas no afrontadas, para traer todo ese tesoro al presente y relanzarlo como un «todavía posible» hacia el futuro.
Porque con ese ir y venir de la lanzadera en el telar del tiempo se teje la eternidad.
¡Shaná Tová, Gmar Jatimá Tová!
¡Buen año y buena firma en el libro de la Vida!