Recuerdo la primera vez que experimenté alguna sensación de soledad. Habré tenido seis años cuando pedí a mis padres que me revelen mi firma. En mi ingenuidad supuse que todo niño venía con una firma desde su vientre materno.
Pero mis padres me vacunaron contra la inocencia y me dijeron: «La firma, Gustavo, es algo tuyo; nosotros no la conocemos».
Hay momentos decisivos en la vida en los que cada hombre se queda solo; y no porque no tenga quien lo acompañe, sino porque hay instantes que deben ser vividos en la intimidad.
Los «Iamim Noraim» (los «Días Terribles») son días en los que estamos solos. Curioso, porque la sinagoga está colmada. Y a la hora de reconocer nuestros desaciertos y exteriorizar nuestra confesión, sólo hallaremos consuelo al saber que aquél que está parado a nuestro lado, también se halla tan solo como nosotros.
Nuestra sentencia estará sellada al final de estos días, pero Dios no se sentirá solo a la hora de elegir su firma. Somos nosotros los que contribuiremos en esta rúbrica, tal como está escrito en el Tratado de Rosh Hashaná: «Cuatro cosas cancelan la sentencia del hombre: la benevolencia, la plegaria, el cambio del nombre y el cambio de conducta.
Esa firma - la de arriba, la que sellará la sentencia - también es algo nuestro, y nadie nos la puede enseñar. También tendremos que descubrirla en la intimidad; sólo nosotros la conocemos.
En estos días estaremos solos; y es por eso que seremos tantos. Vendremos a hacernos compañía en nuestra soledad. Pocas culpas son tan arduas de soportar como el sentimiento de que el individuo, en su transgresión, se halla totalmente aislado de sus pares.
El extraño que pase por la puerta de una sinagoga en estos días y observe tanta gente congregada, preguntará: «¿Qué es lo que están celebrando?» Y la respuesta es sencilla: estamos compartiendo nuestro fracaso y - si se quiere - estamos celebrándolo. Porque sólo la persona que se sabe fracasada tiene posibilidad de reevaluar sus conductas y modificarlas.
No estamos en estos días juntos porque sí. Estamos reunidos porque queremos sentirnos acompañados en nuestro intento por nuestra renovación ética y por nuestra purificación.
Estamos reunidos porque nuestra debilidad o nuestra pecaminosidad no puede expiarse en soledad. Estamos reunidos no porque hemos triunfado, sino porque hemos fracasado.
Quiera Dios guiarnos en esta búsqueda y rubricarnos en el libro de la vida, la paz y el sustento.
Gmar Jatimá Tová