Los nueve meses que en estos días cumplen las intensas tratativas de Kerry en Oriente Medio no dieron a luz nada. No hace falta mucha ciencia para darse cuenta que no estamos en presencia de un embarazo falso o imaginario, sino más bien de una típica farsa puesta en escena por Netanyahu con la ayuda del presidente de la Autoridad Palestina (AP), Mahamud Abbás.
Teniendo en cuenta la constelación de factores internacionales de los últimos años, el carácter de los liderazgos palestino e israelí que negocian actualmente y los factores de poder internos en ambos bandos, un acuerdo de paz entre las partes prácticamente sería factible solo por la vía milagrosa.
Líderes de la Autoridad Palestina no pueden firmar la paz sin aceptar una solución que no incluya al menos dos de sus demandas básicas: reconocimiento de un Estado palestino independiente en base a los límites de Cisjordania del 4 de Junio de 1967 y Jerusalén Oriental como su capital.
El equilibrio político interno de Israel hace prácticamente imposible que Netanyahu pueda siquiera acercarse a tamañas exigencias territoriales e institucionales.
La imposibilidad intrínseca de llegar a una solución viable del conflicto no debe confundir. Ambas partes tienen muy claro la crucial importancia, para cada una con su particular motivo, de una eterna continuidad de negociaciones estériles. Los pomposos discursos con grandilocuentes promesas de dolorosas concesiones por la paz que ambos pueblos anhelan denodadamente no son más que una cortina de humo que esconde las verdaderas intenciones de negociar eternamente sin el menor propósito de firmar un acuerdo definitivo.
Para Abbás y su gente de la agrupación Al Fatah es la única posibilidad de supervivencia en el timón palestino. Sólo bajo esas condiciones, norteamericanos y europeos cubren su espalda económica mientras que el Ejército israelí les brinda seguridad para que no caigan en manos de Hamás.
Para Israel el Perpetuum mobile de negociaciones sin ningún logro concreto asegura, por un lado, un frente internacional políticamente tranquilo. Internamente le permite conservar su coalición al continuar una permanente y sigilosa ampliación de sus asentamientos judíos en Cisjordania. Un parón repentino y definitivo de las negociaciones lo obligaría a hacerse cargo de la población palestina, algo que Israel le huye como al fuego. Es de suponer que la constitución de un Estado palestino independiente es una perspectiva que con seguridad la constelación política israelí del último tiempo no lo permitirá, incluso por la fuerza.
Bajo estas condiciones, es muy claro que el callejón sin salida al que aparentemente se arribó en las negociaciones no es más que un espejismo. En esta ocasión se hace necesario la gran farsa de «pagar precios» políticamente exagerados aunque estratégicamente insignificantes por esa interminable continuidad improductiva.
Liberar prisioneros convictos por crímenes, congelamiento temporal de la construcción de asentamientos judíos en Cisjordania, compromiso de no incorporarse a instituciones de la ONU o liberar al espía israelí Pollard, son logros o concesiones que afectan o enaltecen el orgullo nacional, pero carecen de todo valor estratégico o histórico. Concentrarse en estos aspectos marginales de la negociaciones pone de manifiesto la verdaderas intenciones de continuar ganando tiempo y escabullirse de enfrentar los verdaderos meollos que impiden un arreglo pacífico y definitivo.
El canciller norteamericano Kerry, quien tomó la función de mediador y timonel de las negociaciones, lamentable o intencionalmente, supuso que el poder está en manos de los Gobiernos liderados por Netanyahu y Abbás. Craso error. Los grados de libertad en la toma de decisiones de estos dos líderes y sus Ejecutivos están severamente socavados por dos sectores extremistas que se oponen a todo acuerdo y están dispuestos al uso de la fuerza para cumplir sus objetivos.
Los grupos que promueven la colonización judía en Cisjordania y la agrupación palestina Hamás actúan como dos bombas que sabotean permanentemente todo intento de arreglo pacífico y su neutralización total es una condición primordial e imprescindible para comenzar a pensar en firmar la paz.
Desentenderse de este problema, tal como lo hicieron la mayoría de los negociadores hasta la fecha, es el motivo principal de los reiterados fiascos.
Todos aquellos que repetidamente nos sermonean que el acuerdo de paz está ahí y que sólo es necesario extender la mano para conseguirlo - sin lugar a dudas el presidente Peres es el campeón -, no hacen más que esconder la cabeza bajo tierra como el avestruz.
Ojalá me equivoque...