Todos critican a Netanyahu, desde los palestinos hasta el Shimón Peres, quien recientemente lo responsabilizó de paralizar la firma de un acuerdo de paz en 2011.
Incluso Estados Unidos, a través de su enviado especial Martín Indyck, consideró que el crecimiento de los asentamientos judíos en Cisjordania no sólo socava la confianza de los palestinos, sino que pone en riego el futuro de Israel como Estado judío.
A estas críticas se sumó lo ocurrido durante en el Día del Recuerdo a los soldados caídos en el acto central en cementerio del Monte Herzl en Jerusalén, cuando Bibi fue abucheado por un grupo de familiares y uno de ellos lo encaró: «Liberaste a los asesinos de nuestros hijos».
Pero además de ser cuestionado por sus políticas, Netanyahu también es criticado por su vida privada. «Ahora que pasó el 'peligro de la paz', las prioridades del primer ministro se centran en conseguir una nueva residencia ministerial y un jet privado», publicó irónicamente «Haaretz» en su editorial.
«Antes del Día de la Independencia, el Gobierno decidió dar a su líder no sólo un regalo sino dos: un jet de 70 millones de dólares y una gran mansión al lado de la oficina del primer ministro, a un costo de 650 millones de shékels (unos 190 millones de dólares)», agregó el rotativo.
Las críticas contra Bibi llegan en momentos en que fracasó la última ronda de negociaciones con los palestinos que expiró el pasado 29 de abril, bajo la mediación del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, que buscaba un acuerdo para la creación de dos Estados, con fronteras seguras para Israel.
Los israelíes se retiraron de las negociaciones cinco días antes, debido a la reconciliación entre el movimiento Al Fatah, que gobierna Cisjordania bajo la presidencia de Mahmud Abbás, y la organización terrorista Hamás, que controla la Franja de Gaza.
En realidad las tratativas se derrumbaron antes, luego de que Netanyahu se negara a cumplir con la última etapa de un acuerdo para liberar a 104 presos palestinos, entre ellos 14 ciudadanos árabes israelíes, detenidos desde antes de la firma de los Acuerdos de Oslo de 1993.
Para los palestinos, sin embargo, las negociaciones fracasaron por la decisión del Gobierno israelí de continuar con la construcción en los asentamientos judíos de Cisjordanía y en Jerusalén Este, donde piensan proclamar la capital de su futuro Estado.
En momentos en que las tratativas están paralizadas, Peres afirmó que Netanyahu impidió conseguir un acuerdo de paz cuando estaba a punto de firmarse con los palestinos en 2011.
En una entrevista con el Canal 2 de televisión de Israel, el presidente israelí explicó que él y Abbás habían alcanzado un acuerdo sobre casi todos los puntos en disputa, entre ellos el reconocimiento de Israel como Estado judío y una solución digna para el problema de los refugiados.
Peres admitió que ese acuerdo no se firmó con los palestinos por la objección de Netanyahu.
Al rechazar el acuerdo de unidad entre Al Fatah y Hamás, Bibi trata de influir en la política interna palestina, aunque Abbás ya dio garantías de que el nuevo Gobierno va a reconocer a Israel.
En cuanto a la situación interna, Netanyahu casi no tiene apoyo para negociar con los palestinos ni en su Gobierno y ni siquiera dentro de su partido, el Likud, y ni que hablar de hacer «concesiones dolorosas», como las definió Kerry.
Israel considera a Hamás una organización terrorista, al igual que Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y el Gobierno de facto de Egipto. A esto se suma la posición de varios miembros del Congreso de Estados Unidos que amenazaron con retirar la ayuda financiera para los palestinos.
Sin embargo, el Departamento de Estado y la UE mostraron más flexibilidad sobre el acuerdo de unidad, señalando que las negociaciones podrían continuar con el nuevo Gobierno palestino, si éste renuncia a la violencia y reconoce a Israel y a los acuerdos internacionales firmados por la OLP.
Pero hay otras cuestiones sin resolver con los palestinos; entre ellas la definición de Israel como Estado judío.
Bibi defiende a rajatabla esta definición, pues insiste en que «es la nación de un Estado de gente solamente - el pueblo judío - y no de otro pueblo», pero acepta que los derechos de las minorías seran garantizados en el país.
Para Netanyahu, es necesario cambiar las leyes básicas ante el constante asalto sobre aspectos de la legitimidad de Israel. La ley propuesta se agregaría constitucionalmente a la Declaración Indendencia para definir a Israel como un Estado judío.
El tema generó polémica, ya que sobre un total de 8,2 millones de personas que viven en Israel un 20% son árabes.
Según el acuerdo de unidad entre Al Fatah y Hamás, el nuevo Gobierno formado por tecnócratas y presidido por Abbás, será presentado en las próximas semanas, y antes de 2015 se realizarán elecciones presidenciales en Gaza y en Cisjordania.
Si algo se puede aprender del fracaso de esta última ronda de negociaciones, es que antes de reanudarlas nuevamente conviene que tanto Netanyahu como Abbás traten resolver sus problemas internos.
Reiniciar tratativas sin visiones políticas claras, sin apoyo mayoritario y sin predisposición a realizar concesiones difíciles será una nueva crónica de otro revés anunciado.