En estos días nos encontramos con un recordatorio de por qué Israel es el único aliado verdaderamente democrático de Estados Unidos en Oriente Medio; vino en forma de una noticia que, supuestamente, se considera un baldón para el Estado judío. Ehud Olmert, ex primer ministro y favorito de los partidarios del proceso de paz de todo el mundo, fue condenado a seis años de prisión por delitos de corrupción.
La de Olmert fue una caída tan vertiginosa como inesperada. La corrupción política no es algo desconocido en Israel, pero las acusaciones contra otros líderes, con pocas excepciones, en raras ocasiones condujeron a penas de cárcel para los implicados.
Los más expertos observadores de la política israelí parecían creer que Olmert también se libraría, sobre todo porque en dos causas anteriores fue declarado inocente. Pero cuando su principal asistente en la época en que fue alcalde de Jerusalén lo delató, quedó claro que se quedó sin cartas de queda-libre-de-la-cárcel.
Es una buena noticia para Israel, ya que la suerte de Olmert supone un advertencia para el resto de su clase política: robar tiene consecuencias. Pero también resulta alentador para los norteamericanos ver que aunque, al igual que Estados Unidos, Israel no es perfecto, sigue siendo un país en el que prevalece el imperio de la ley.
La capacidad del sistema legal del Estado judío para lograr procesar a alguien que no sólo era poderoso sino que gustaba a los medios y a los líderes de su única superpotencia aliada nos brinda una prueba de que Israel aplica verdaderamente la democracia y el imperio de la ley. Esto no sólo supone un enorme contraste con sus no democráticos vecinos, sino que desmiente las suposiciones en las que se basan los críticos de que es un Estado segregacionista.
La comparación entre Israel y los países árabes de su entorno, incluidos la Gaza de Hamás y la Autoridad Palestina autónoma de Cisjordania, resulta demasiado obvia. En una zona del globo en la que los Gobiernos cambian sólo mediante golpes de Estado y asesinatos, y donde los conceptos relativos al imperio de la ley a menudo se consideran una innovación occidental ajena, la democracia israelí destaca como un faro que suscita la admiración incluso de quienes afirman querer destruirla.
Tengamos claro que las afirmaciones de que Israel es, en la práctica, una democracia limitada que no brinda derechos iguales ante la ley a todos sus ciudadanos también son desmentidas por lo sucedido a Olmert. Pese a todas las imperfecciones de una democracia, Israel es un país con un sistema judicial independiente y con leyes que se aplican a todos.
Las falsas acusaciones de que discrimina a los árabes quedan desmentidas por el hecho de que incluso los árabes de Cisjordania - que siguen estando regidos por las leyes jordanas que existían antes de 1967 y por normas de la Autoridad Palestina - pueden apelar a los tribunales hebreos en busca de justicia frente al Ejército y al Gobierno israelíes.
El imperio de la ley en Israel es, como en el caso de Estados Unidos, un pilar de su Gobierno democrático y del éxito de su economía. Afirmar esto parece obvio para los amigos y admiradores del Estado hebreo. Pero en un momento en el que éste se ve cada vez más atacado por quienes defienden los boicots en su contra, la realidad de la vida allí a menudo se ve oscurecida por los libelos de apartheid que esgrimen críticos cuyo objetivo no es reformarlo sino destruirlo. Ello resulta especialmente cierto en el caso de los campus universitarios, donde los defensores del BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) tratan de estigmatizar a quienes visitan el país, porque aquellos que lo hacen descubren la verdad.
Así pues, mejor que lamentar la caída de un turbio dirigente que se comportó de una forma que asociamos con la maquinaria política urbana estadounidense más que con la heroica cultura guerrera que solemos asociar con los lídereres israelíes, en Israel deberían alegrarse por esta noticia.
Siempre que triunfa el imperio de la ley se fortalece la democracia.
Fuente: Commentary