Si los palestinos la hubieran planeado, no les habría salido tan bien. Sin duda, La foto de la visita del Papa Francisco a Belén es su imagen junto al muro de separación construido por Israel.
El Papa volvió a sorprender. Saliéndose del programa oficial, cuando se hallaba en camino de la oficina del presidente palestino, Mahmud Abbás, a la Plaza del Pesebre en la que celebraría una misa, al pasar por un trozo del muro construido por Israel, pidió al chofer que conducía el coche, que se detenga; bajó del auto, caminó hacia el muro, lo observó, se persignó, apoyó su cabeza en el hormigón y parecía rezar en silencio.
No hacía falta que diga nada.
El muro, condenado diariamente por los palestinos, presentado por ellos como señal de «discriminación» y «desposesión», se ha convertido en un fuerte símbolo del conflicto en la zona y de crítica a las políticas de Israel. Una foto junto al muro nada más ni nada menos que del Papa Francisco, tan querido y admirado por todos a nivel mundial, es un gran logro para los palestinos.
Sin minimizar en absoluto el significado para los palestinos del muro separatorio construido por Israel, sentimos la necesidad de hacer varias aclaraciones.
La más importante es recordar lo que no muestran las fotos, el por qué fue construido: el terrorismo suicida contra Israel, que durante la segunda Intifada se cobró la vida de más de 1.000 civiles israelíes, cuando palestinos armados con cinturones explosivos, detonaban sus cargas letales en autobuses, restaurantes, discotecas, centros comerciales y demás.
Recordamos claramente la sensación con la que se vivía en Israel en esos años. El interrogante que uno se planteaba cada mañana no era si habrá un atentado, sino dónde tocará hoy, qué ciudad estará de turno para el estallido de una bomba. Recordamos el temor que sentíamos si nos atascábamos en el tráfico y al lado nuestro se detenía un autobús y nos preguntábamos qué se sentiría si súbitamente, nos envuelve una explosión. Y recordamos el atentado suicida que presenciamos el 29 de enero de 2004 en la calle Aza de Jerusalén; el estruendo del estallido, el autobús volando en el aire, la bola de fuego que vimos y las imágenes dantescas que registramos para siempre, cuando subimos enseguida al vehículo para ver si podíamos ayudar.
La construcción de la barrera separatoria, que en zonas pobladas densamente es un muro para impedir que francotiradores puedan abrir fuego, fue impuesta a Israel por el terrorismo suicida, al que no se sabía cómo detener. Y salva vidas al complicarle las cosas a los terroristas que no tienen el paso fácil como antes.
Comprender las dimensiones geográficas en el terreno puede ayudar a captar el cuadro general, las limitaciones con las que lidiaba Israel en su intento de frenar a un terrorista decidido a volar con tal de matar a otros.
El capitán Roni Kaplan, portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), explicó que «a lo largo de casi toda su extensión, la barrera que Israel construyó como obstáculo defensivo, es una cerca alambrada, y sólo en el 10% de su trayecto es una pared de concreto. Su objetivo: evitar que francotiradores ataquen casas o vehículos (carreteras) y disminuir posibles daños causados por vandalismo (densas zonas urbanas)».
Kaplan señaló que dada la inmediatez territorial entre las partes y las cortas distancias del lado palestino al israelí, «desde Cisjordania hasta el corazón de la vida civil israelí, hay unos minutos de coche nomás o un ratito de caminata», por lo cual «si el terrorista está decidido a cometer el atentado y tiene los medios para ello, es sólo una cuestión de decisión si ejecutarlo o no». Por eso, recalcó: «La construcción de la barrera sigue salvando vidas a diario al evitar atentados terroristas que no se publican en la prensa». Esto no significa que sea hermética y el hecho es que continúa habiendo atentados aunque su reducción es drástica, gracias precisamente a la barrera y al muro.
Uno de los puntos más criticados es la construcción de la barrera-muro dentro de Cisjordania y no del lado israelí propiamente dicho. La geografía ha sido determinante en este sentido, aunque los palestinos sostienen que la motivación es quitarles tierras. De hecho, el recorrido de la barrera, según recordó el capitán Kaplan, «está sujeto a constante revisión judicial».
«Palestinos e israelíes están su derecho de dirigirse a la Corte Suprema de Justicia y solicitar el cambio de ubicación de la barrera. De hecho la Corte Suprema falló más de 100 veces a favor de palestinos cambiando así la ubicación de la barrera. El principio de la proporcionalidad pretende equilibrar el perjuicio que ambas partes pueden llegar a sufrir». Kaplan destacó que «existen 46 pasos en la barrera funcionando que permiten el movimiento de un lado hacia el otro y otros 78 cruces diseñados para usos personales por temas familiares o de agricultura. En 2013 los palestinos pasaron más de 11 millones de veces por la barrera hacia Israel».
La incomodidad, la sensación de encierro y las complicaciones que la barrera, más que nada en las zonas en las que es muro de hormigón, como en Belén, causan a los palestinos, son un hecho que no minimizamos. Pero no se puede desconectar la existencia de este obstáculo del hecho que cuando no existía, el paso de los terroristas hacia el lado israelí podía ser cuestión de minutos.
Más allá de todo esto, sería un error concentrar en la fuerte imagen del muro, el análisis del conflicto y la situación de hostilidad entre israelíes y palestinos.
Días atrás escuchamos el testimonio de Christy Anastas, una joven palestina cristiana de Belén, que tuvo que irse a Londres dado que estaba siendo amenazada de muerte en su ciudad por haber «cantado» varias verdades respecto a la situación política. Su propia familia se vio directamente afectada por la construcción del muro, que quedaba justo enfrente a su casa. A pesar de ello, la joven analizó la incitación, que ella misma presenció durante la Intifada, a niños y jovencitos a lanzar piedras hacia el santuario judío de «la Tumba de Raquel», a la entrada de Belén, aunque podían correr el riesgo de ser baleados. Recordó cómo radicales disparaban hacia los israelíes desde casas de cristianos, para complicarlos a ellos en caso de respuesta, y mucho más.
En los últimos días, de cara a la llegada del Papa Francisco a Oriente Medio, viajamos varias veces a Belén a recorrer las calles, entrevistar gente y palpar directamente cómo se preparaban los palestinos para la visita. Salimos de Belén con sentimientos encontrados. Compartimos la emoción de los cristianos que lo aguardaban, entendíamos también la entusiasta expectativa de la Autoridad Palestina (AP) de que su llegada les trajera apoyo, pero salimos preocupados por no poco de lo que oímos.
Por el discurso permanente que pretende convencer de que todo comenzó con el muro y con la conquista israelí de territorios en 1967, como si no hubiera habido varias guerras y ataques a Israel cuando no había ni territorios ocupados ni asentamientos. Porque los refugiados a los que vimos en el campamento Deheishe, que se contaron entre quienes finalmente se reunieron con el Papa, y los voceros oficiales de la AP, hablaban constantemente de la «Nakba que vivimos hace 66 años», en clara referencia a la «catástrofe» que para ellos supuso la creación de Israel.
No discuten tal o cual frontera, sino la creación misma de Israel. Claro que fue una tragedia la creación del problema de los refugiados, pero se habría evitado si el mundo árabe no hubiera dado el «No» a la partición de Palestina para impedir que nazca Israel. Los palestinos siguen sin verlo. Y hasta los niños que hablaron -uno de ellos leyendo de un texto en perfecto italiano - con el Papa, se refirieron a la «Nakba» de hace 66 años, nuevamente, la creación misma de Israel.
El pasado domingo por la noche, en el mismo noticiero del Canal 2 de la televisión israelí en el que se resumía lo que había sido la jornada del Papa Francisco en Belén y Jerusalén, se transmitió también una nota del cronista de asuntos palestinos Ohad Hemo, un documental espeluznante sobre «la nueva generación de la Yihad, en el campamento de refugiados Jenin». Hemo se adentró en el campamento y filmó niños palestinos enmascarados y armados, que hablaban de querer «morir para liberar Palestina». Un adulto contaba que los niños van al cementerio, se acuestan junto a las tumbas y las miden para ver cómo entrarían. «No tengo miedo a la muerte», le decía uno, con el rostro cubierto, al cronista israelí.
A esos niños les envenenaron el alma. La falta de perspectivas en el proceso de paz, que debe ser resuelto conjuntamente por cierto por israelíes y palestinos, no ayuda a tener esperanza. Pero los niños no hablan así si tienen a su lado mayores responsables que los guían. Eso incluye no sólo a sus padres, sino también a sus gobernantes.
El discurso palestino que nosotros escuchamos directamente al ir a Cisjordania, lleno de difamaciones contra Israel como «responsable de la peor limpieza étnica de la historia», no acerca a las partes a ninguna solución de paz.
Fuente: Montevideo Portal