Ahora que empieza el Mundial, vale la pena entender cómo se eligen a los jugadores de cada selección nacional. La forma más sencilla es la de siempre: cada país designa a su propio DT y éste determina el equipo. No hay mayores problemas.
Pero el actual Gobierno israelí propone una nueva fórmula: nuestro DT elige tanto a nuestra selección como a la del rival. Así se simplifica el asunto.
Me pregunto si ese método no podría refinarse. Por ejemplo: el DT de cada equipo representativo elige sólo al contrario. Podría resultar interesante.
Otra fórmula se podría dar si alguna mafia de apuestas determinara a ambas selecciones. Así se maximizarían los beneficios en consonancia con el espíritu de las modernas fuerzas del mercado.
Hablando en serio, la declaración de Netanyahu de que tiene derecho a escoger con cuál Gobierno palestino negociará es bastante sorprendente.
Todos los partidos políticos palestinos importantes se pusieron de acuerdo para formar una nueva coalición gubernamental. Se trata de una coalición negativa: todas las facciones respaldaron la idea de que sus propios miembros no formen parte del Gabinete. El Ejecutivo está compuesto por tecnócratas sin filiación partidaria. Yo personalmente no conozco a ninguno de ellos.
Netanyahu debería estar feliz. Ningún miembro del pérfido, terrorista y antisemita grupo Hamás forma parte de ese Gobierno. Pero entonces el cerebro de Bibi inventó un nuevo truco. Es cierto, no hay Hamasniks en el Gobierno. Pero Hamás lo apoya.
¡Terrible! ¡Intolerable! Si Hamás apoya a alguien sin duda debe de ser un terrorista suicida, un matajudíos y, por supuesto, un antisemita (aunque él mismo sea semita).
Ergo: ese Gobierno debe ser boicoteado, no sólo por Israel sino por todo el mundo civilizado.
Si Europa, o incluso EE.UU, no están de acuerdo, entonces el asunto está claro, ¿no? ¡No son más que una pandilla de sanguinarios antisemitas!
Hay una vieja pregunta judía que, medio en broma medio en serio, dice: «¿Es bueno para los judíos?» Ya se trate de un terremoto en Alaska o de una inundación en China, el interrogante surge invariablemente. ¿Es bueno o es malo?
Un acontecimiento que nos afecte mucho más directamente, como es el establecimiento de un Gobierno palestino de unidad nacional, hace que la pregunta se plantee de forma mucho más urgente. No se trata de algo novedoso en este contexto. Ya en la década de los '50 dos importantes dirigentes la debatieron.
David Ben Gurión no creía en la paz. Estaba convencido de que los árabes nunca nos aceptarían en esta región. En su opinión, el conflicto se prolongaría durante muchas generaciones, cuando no eternamente.
Por favor, no me traigan citas para demostrarme lo contrario. Las hay a montones. A los historiadores les encantan. Pero los discursos de los estadistas no pesan mucho. Son, a lo sumo, una expresión en tiempo real de las necesidades de quien las enuncia para lograr un objetivo a corto o mediano plazo. Lo que cuentan son sus accciones; y el accionar de Ben Gurión no deja lugar a dudas. En cada momento se apoderó de todo lo que pudo y luego se quedó a esperar la siguiente oportunidad para ganar más. Nada de negociaciones de paz.
Como estaba persuadido de que los árabes, y especialmente los palestinos, seguirían siendo nuestros enemigos para siempre, la conclusión lógica era hacer todo lo posible para debilitarlos. Y la mejor manera de lograrlo era dividiéndolos.
Ben Gurión hizo todo lo posible para dividir el mundo árabe. Cuando Gamal Abdel Nasser irrumpió en escena con su mensaje panarabista, Ben Gurión saboteó sus esfuerzos incesantemente. Agravó el conflicto con sus «ataques de represalia» más allá de la frontera y, en 1956, invadió Egipto en coalición con dos potencias coloniales, Francia y Reino Unido.
Su adversario intelectual fue Nahum Goldmann, a la sazón presidente de la Organización Sionista Mundial. Goldmann creía todo lo contrario. Los árabes, dijo, sólo nos reconocerán si están unidos y se sienten fuertes. Por lo tanto, cada división en el mundo árabe es «mala para los judíos».
Goldmann, por cierto, quería que nos mantuviéramos fuera de la Guerra Fría y que Israel se convirtiera en «la Suiza de Oriente Medio». A este respecto, hay muy poca diferencia entre Ben Gurión y todos sus sucesores. La diferencia entre Ben Gurión y Netanyahu es la que hay entre un pequeño gigante y un gran enano.
Huelga decir que yo compartía al 100% la manera de pensar de Goldmann. Mi revista, «Haolam Hazé», saludó la revolución egipcia de 1952, se opuso firmemente a la invasión israelí del Sinaí en 1956 y apoyó la línea panarabista.
La cuestión básica era, por supuesto, si se quería la paz o no. ¿Era la paz buena para los judíos? Ben Gurión, obviamente, creía que no. Goldmann pensaba que sí.
¿Y Itzjak Rabín?
Creo que Rabín deseaba realmente la paz. Pero nunca aceptó la idea que constituye el fundamento indispensable para lograrla: un Estado palestino al lado de Israel. Si hubiera sido capaz de continuar avanzando por esa senda probablemente habría llegado a esa conclusión, pero lo mataron antes.
Sin embargo, fue el mismo Rabín quien tomó la fatídica decisión de dividir a los palestinos. Los Acuerdos de Oslo declaraban que Cisjordania y la Franja de Gaza constituyen una unidad territorial.
Para garantizar que así fuera, Israel se comprometió en los acuerdos a abrir cuatro «pasos seguros» entre ambos territorios. En la ruta de Jericó a Gaza se colocaron señales trilingües con leyendas del tipo «Hacia Gaza», etc. Sin embargo, ninguno de esos pasos se abrió nunca.
Hoy en día es difícil recordar que desde el comienzo de la ocupación de 1967 hasta los Acuerdos de Oslo de 1993 no existieron restricciones para los desplazamientos entre Israel y la Autoridad Palestina. Los palestinos de Gaza y Hebrón eran libres de visitar Haifa y los israelíes podían comprar fácilmente alimentos en Nablus o Jericó. Por increíble que parezca, fueron los Acuerdos de Oslo quienes pusieron fin a ese paraíso.
Después de Oslo llegó la valla de separación y todas las demás medidas que convirtieron a la Franja de Gaza y a Cisjordania en grandes prisiones al aire libre. El resultado inevitable fue la división política de los palestinos.
En la Historia hay pocos casos de Estados constituidos por dos o más territorios ampliamente separados geográficamente. El caso más cercano en nuestro tiempo era Pakistán.
Cuando India se dividió, grandes áreas musulmanas quedaron al oeste y al este de lo que acabó siendo India. El Estado unitario pakistaní no funcionó. No pasaron muchos años antes de que los pakistaníes orientales comenzaran a resentirse de la dominación de los occidentales. Surgió entonces el odio mutuo. Los orientales se separaron, con la ayuda de India, y crearon su propio Estado: Bangladesh.
Los dos territorios pakistaníes estaban separados por una extensa franja de territorio ocupada por India. Pero entre Cisjordania y la Franja de Gaza el trayecto no pasa de 40 kilómetros.
Al principio se discutió mucho sobre cómo salvar esa distancia. Salvarla literalmente. Ehud Barak barajó la idea de erigir un puente gigante y se fue por el mundo en busca de un modelo. Otros pensaron en la posibilidad de construir autopistas o líneas de ferrocarril extraterritoriales. Al final no se hizo nada.
Mientras tanto, lo que tenía que suceder sucedió. En ambos territorios se celebraron elecciones supervisadas por Jimmy Carter y la comunidad internacional. Ganó Hamas. Se formó un Gobierno. Bajo la enorme presión de Israel, Europa y EE.UU lo boicotearon y se vino abajo.
Lo demás es historia. Una facción de Al Fatah intentó dar un golpe de Estado en Gaza. Hamás reaccionó dando el suyo propio - suponiendo que sea posible dar un golpe de Estado tras haber ganado elecciones - y se convirtió en el Gobierno de la franja. Al Fatah tomó el poder en Cisjordania. Ambas bandos se despreciaron mutuamente, para regocijo de Israel y de sus partidarios.
Pero la historia tiene sus propios senderos misteriosos. Después de algunos duelos de misiles contra cañones, Israel atacó la Franja de Gaza y tras mucho derramamiento de sangre intervino Egipto y consiguió un arreglo - no una «hudna», que significa armisticio, sino un «tahdiya», que significa calma. Ambas partes estaban satisfechas de trabajar juntas. Hamás incluso trató de tomar medidas para detener atentados terroristas de otras facciones islámicas de Gaza más pequeñas y extremistas. Israel también negoció con Hamás sobre el regreso del soldado secuestrado Gilad Shalit.
Incluso varios altos oficiales del Ejército israelí y del Shin Bet dijeron en más de una oportunidad que preferían tratar con las fuerzas de Hamás que con de Al Fatah, cuyo líder, Mahmud Abbás, fue definido por Ariel Sharón como «una gallina desplumada».
El presidente norteamericano, Lyndon Johnson, dijo en cierta ocasión que es preferible tener a tu enemigo dentro de tu carpa escupiendo hacia fuera que tenerlo afuera escupiendo hacia adentro.
La inclusión es mejor que la exclusión. Tener a Hamás apoyando a un Gobierno de unidad nacional es mejor que tenerlo atacándolo, siempre y cuando la intención sea realmente llegar a un acuerdo definitivo con los palestinos.
Fuente: Gush Shalom