Como consecuencia del reciente asesinato de tres jóvenes judíos se desató una escalada bélica en la frontera sur de Israel. Permanentes lanzamientos de misiles palestinos desde Gaza son respondidos con quirúrgicos ataques aéreos israelíes que nuevamente reciben como respuesta una nueva y mortífera andanada, y así sucesivamente.
La conjunción de estos dos acontecimientos junto a la acusación israelí de la responsabilidad de Hamás por el asesinato de los jóvenes, potenció drásticamente la ira popular con la inmediata consecuencia de masivas protestas en redes sociales y calles de Israel. El común denominador de este clamor público se lo puede identificar fácilmente en la terminante demanda de hacer desaparecer definitivamente a Hamás [1].
Nadie debe sorprenderse de esta tajante exigencia. Quien la incorporó al léxico popular israelí fue nada menos que el actual primer ministro Netanyahu cuando en su carácter de jefe de la oposición azuzaba al Gobierno de Olmert durante el operativo «Plomo Fundido» en 2009. Ante las cámaras de TV y de trasfondo casas semidestruidas por el impacto de misiles de Hamás en la ciudad de Ashkelón, Bibi no dudó en declarar que para resolver el problema «hay un solo camino: derrocar el Gobierno de Hamás» [2].
A decir verdad, los derechos de autor de planes que se proponen imponer líderes con visión sionista a adversarios árabes no son originales de Netanyahu. La táctica de intentar suplantar un liderazgo enemigo indómito, incapaz de tranzar con la facilidad que Israel pretende, por otro más dúctil a sus exigencias, es una vieja artimaña que Jerusalén llevó a la practica en tres oportunidades. La historia nos demuestra que en todas ellas sufrió estruendosos fracasos que estratégicamente significaron un incremento drástico de peligros que nos acechan.
A fines de la década de los '70, líderes de aldeas palestinas fundaron la organización Bnei Hakfar (Hijos de las aldeas, en hebreo) con el objetivo de promover intereses locales, incluyendo diálogo con autoridades del Gobierno militar israelí de la zona. Este último alentó el proceso para no dejar de pasar por alto una oportunidad de debilitar y tal vez despojarse definitivamente de la influencia de la temible OLP (Organización para la Liberación de Palestina), en ese momento liderada por el terrorífico Arafat. Ese proyecto se derrumbó rápidamente ante un manejo corrupto por parte de su dirigencia y una serie de asesinatos dentro de la sociedad palestina.
El destierro de las fuerzas combatientes de la OLP de Jordania en el conocido Septiembre Negro de 1970 las llevó a instalarse en el sur de Líbano. Los continuos bombardeos al norte de Israel determinaron que el Gobierno hebreo, liderado por Begin y Sharón, iniciara en Junio de 1982 un amplio operativo que quedó registrado en la historia como la Primera Guerra del Líbano. Con la ayuda de las falanges cristianas maronitas locales, el proyecto se proponía desalojar definitivamente a las fuerzas de la OLP de territorio libanes y constituir, a punta de cañones israelíes apostados alrededor de Beirut, un Gobierno afín a los intereses de Jerusalén.
Si bien se consiguió el traslado de las fuerzas de la OLP a Túnez, el nuevo Gobierno libanés, ahora liderado por nuestro amigo, el cristiano Bashir Gemayel, perduró tan sólo tres semanas como consecuencia del atentado que le quitó la vida al presidente. El proceso que se desató posteriormente, con la presencia militar de Israel en el sur de Líbano por casi 20 años, se convirtió en campo fértil para el surgimiento y consolidación del movimiento Hezbolá, que con el correr de los años se posicionó como un significativo peligro estratégico para Israel.
Un nuevo intento de tratar de instaurar un liderazgo palestino alternativo a la OLP se llevó a cabo a fines de los años '80 con un amplio apoyo israelí a las agrupaciones de los Hermanos Musulmanes que en ese momento se dedicaban primordialmente a actividades educativas, bienestar social y caridad.
Como es bien sabido, este proyecto se les escapó de las manos a los estrategas israelíes. La agudización del problema palestino, junto al fortalecimiento de estas agrupaciones, llevaron a estos activistas a fundar el movimiento Hamás que a su brazo social le agregaron otros dos: el político y el militar. La desconexión israelí de Gaza de 2005 fue el inicio de la institución de Hamás como la seria amenaza del sur, a la par de Hezbolá en el norte [3]. Paradójicamente, a partir de los Acuerdos de Oslo de 1993, la OLP se convirtió en la cómoda contraparte con quien se puede negociar.
La mayoría de los expertos coinciden en resaltar las enormes dificultades de llevar adelante aquella promesa electoral de Netanyahu, y peor aún, si se logra abatir a Hamás, el vacío que se produciría sería ocupado, con mucha probabilidad, por fuerzas mucho más extremistas como es el caso de Al Qaeda.
La sociedad israelí, dominada por la impaciencia, se siente hechizada por ideas de soluciones inmediatas y rotundas. Su memoria selectiva le borra gran parte de la historia reciente y le impide percibir que se está dejando arrastrar por discursos de alto contenido visceral.
Sólo queda por ver la actitud que tomará Netanyahu. Si se trata de un político comprometido con sus promesas y da la orden de conquistar nuevamente Gaza o, en esta oportunidad, prestará atención a las voces provenientes de altos mandos del establishment de seguridad, que, dada la problemática experiencia del pasado, hoy trasmiten un claro mensaje cargado de contención.
[1] «Manifestación en Tel Aviv: Demoler el poder de Hamás»; Arutz 7; 2.7.14, «Miles de combatientes del Ejército de Israel y de la gendarmería exigen venganza y abatir a Hamás»; Newsil.net; 1.7.14.
[2] «Netanyahu: Hay sólo un camino: Derrocar el Gobierno de Hamás»; Canal 10 israelí; 3.2.09.
[3] El significativo aporte israelí a la creación y consolidación de Hamás se puede leer en el libro «Intifada» de Zeev Shif y Ehud Yaari; Editorial Shoken; 1990; o «Israel’s Hamas»; G. Szamuely, Global Research, 27.1.06, o «¿Israel creó a Hamás?”; Maariv; 24.6.07; y más.